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tannhauser

Chufflo

A mí me daban tres

 

 

Eso, eso. En realidad te hartas de cosas así; este rebanarte día a día las pelotas. La mermelada de ciruela sobre la mantequilla (siempre preferiste la de melocotón); los tumultos de caterva esperando agónicos que se abra la puerta del metro para vomitarse como carne picada y podrida y vestida sobre la máquina de raíles horadadora de oscuridades (siempre preferiste haber nacido Trífido); mires donde mires un velo de zafiedad impregna el aire en una especie de rocío mucilaginoso y letal. Respira una, dos, tres veces y ya estás listo, empiezas a transformarte; como Jekyll, o no; como Hyde si es que hubiese ido un paso más allá, se hubiese ventilado entera una barrica de absenta rebajada con líquido de frenos. Roña humana que apesta por dentro y por fuera. Y quiere hacerte partícipe de su coyuntura vital en tanto que basural genético. Aproximan su cara a tu cara, siempre peor (por lo humana y por lo cercana) a mil alfileres en lo tierno de la uretra. Y no contentos con eso, te hablan. Te expelen en la mismísima jeta, tu mismísima pituitaria, informes sartas de sonidos articulados cargados hasta las trancas de guerra bacteriológica. ¿Cómo puede haber individuos que expulsen gases más mortíferos por la garganta que por el recto? Pues ahí los tienes...   Son el paso que va más allá. El apocalipsis definitivo. Doctor Moreau desatado y perdido de la chaveta. Reíros de los anticuerpos, mofaos de los ultracuerpos: someteos esclavos a la tiranía de los roñocuerpos. ¡Coming soon! Dios no necesita televisión digital, mira constantemente el VideoCirco: Canal Atrocity Exhibition; sorbe hidromiel todo el rato, esnifa chocolatina en polvo y come nachos con la mano con que no se la pela... No estoy hablando de una maldita metamorfosis (jódete Kafka!!!), ni de una involución (jódete Ballard!!!) , es más bien una "transpestación"; dejas de ser una mierda para ser otra distinta. Que todo cambie para que todo apeste igual (jódete Lampedusa!!!), sobre todo si a mediodía has comido judías pintas. O acelgas. O un telediario... Pero te quedan el recato y la baturra sabiduría: ¿quién es el guapo que no apestaría a topillo de las marismas a poco que se lo propusiese?, esto es, ¿se dejase un tanto y otro poco?... Ahora bien, por lo que no pasas, por ahí ya no, es la falta de maneras. De estilo. De educación. Un mínimo común múltiplo de vergüenza. Seres que se creen en la potestad y la prerrogativa de abordarte e invadirte sin siquiera pasar por el sencillo y tan barato peaje de un "Disculpe usted (es mi intención mearme en su tiempo)", un "Hola, muy buenas tardes (venía a a ver si era posible timarle unos euros)", un "Perdona, pero es que (no vengo más que a cagarme en tus muertos)". De las hijoputadas no hay quien se salve, cierto, pero ¡ojo!, al menos con la putísima educación por delante, coño... Mi padre, mal rayo lo parta, siempre tuvo una cantinela popular para estas cosas mundanas: "Los buenos modos, Maruja, con sangre no, pero a hostias sí entran... Mira si no... SPLAF! SPLAF! PLATAF!!!!". Anda que no me cayeron chuflas... Y así sucedió que encajé una tras otra cientos de palizas hasta que aprendí a dirigirme al prójimo como es de recibo. De aquellos polvos estos lodos. Y estas pajas. De ahí mi chufflo nombre. De ahí, también, que tan a menudo te topes circulando por este puerco mundo -por un cerdo Dios sintonizado (jódete Rouco Varela!!!)- con interfectos pestosos y maleducados a los que propinarías una hostia tras otra, tras otra, tras otra, tras otra, tras otra, tras otra... y así hasta que al tipo lo llamasen Trinidad.

 

Escaneando la Oscuridad: huele a orines y a podrido

El Gran Sbragia te vigila...

 

Andaba ocupado en no hacer nada, optimizando mi alma en la vagancia, cuando sonó el teléfono. Sólo pensar en la muy hipotética posibilidad de tener que levantarme y coger la llamada ya me cortó el rollo: me destrempó en un segundo la caraja mental. Giré sobre mí mismo, apoltronado en el sofá, dándole el culo al aparato. Dejó de sonar. Segundos de silencio. Retorno a la divinidad… Intenté imaginar cómo picaría tener el hemisferio izquierdo de la chola infestado de piojos.

Al poco el trasto volvió a sonar. Sus muertos. Rastreé pretextos en mi cabeza. Un motivo con cara y ojos por el que levantarme y coger el maldito teléfono. Pronto encontré una tipa bien buena, su voz sensual al otro lado del hilo intentando camelarme; que comprase, contratase su servicio; mierdas de esas; y mientras yo, ni que sí ni no te digo, guapa, tocándome la entrepierna a costa de tu escala de agudos untada en mi maná semental… Así que fui y contesté: "Diga lo que sea". Y lo hizo, una voz de tía, sí, pero castrante y camionera, con caja de resonancia de cómo poco los cien kilos en báscula farmacéutica: "Buenos días, ¿es usted Wilson el interconectado?". ¡Mierda, no! Una vez más me habían descubierto. Maldito programa de protección de testigos… Estaba claro aquel desliz en el lavabo de tías jamás me dejaría vivir en paz.

Tenía que volver a despistarlos a cualquier precio. Debía hacerlo por mi integridad; la de ellos, los dos, mi par de innombrables. Conque puse en ello todo mi ingenio: "Sí, joder, soy yo, qué coño pasa…". "Ah, bien, bien, lo sabía... Verá, caballero, llamo en nombre de la Compañía QWERTY y quería hablarle acerca de nuestras ofertas en desconexión alámbrica, inálambrica, alambicada, guayrless y blutúz... Según observo en mis ficheros ha sufrido usted problemas de caídas en la interconexión últimamente y bla bla bla…".

Me tenían pillado, joder si me tenían. Del todo, me habían pillado el culo, hasta los últimos pelillos del ojal, vaya que sí… "Estoo… errr… se equivoca usted, preciosa… yo estoy muy satisfecho con mi servicio de lavandería… Es más, incluso me atrevería a decir que la palabra es ‹‹TERRIBLEMENTE››. Eso es: te-rri-ble-men-te satisfecho con mi servicio de lavandería". "¡¿Lavandería?!... pero... oiga, yo le llamo de QWERT...". "No, no, nooo… me parece que te has equivocado de interconectado, nena; yo soy el Wilson que repara neveras en Trafalgar Escuer. Conque adiós". "Pero oigame, yo...".

Y fin: colgué. Ya estaba hecho. Tenía ganas de fruta, un zumito. Sentía una como sed enfermiza en el fondo del hígado. Fui al frigorífico, había uno de leche con plátano... y luego... luego... bueno… Luego ya no supe cómo narices continuar esta basura. Tampoco ahora, así que mejor dejarlo estar...

En otro orden de cosas, ahora que caigo, el otro día vi a Sbragia por la calle y me dio mucha vergüenza porque todavía me acordaba de cuando me había reído de él en su misma cara, pero como no se dio mucha cuenta y además es un completo ingenuo, va el tío y me saluda. Se paró a charlar. Así que yo me tuve que parar también. Hasta acabó invitándome a unas pintas. El tipo tenía que soltar su mierda a alguien y ese día yo me hallé en el momento y lugar contraindicados.

Estuvimos allí un buen rato, repantingados en las sillas, estirados como gatos allí, con nuestras cervezas, al calorcito, y mientras me hablaba y hablaba, el majo de Sbragia, yo no podía dejar de pensar: "Pues no es tonto ni nada, el bragas éste", y luego echaba un buen trago de birra, y me reía mucho por dentro, por donde no se notara.

Yo acababa de leer A Scanner Darkly de Phil Dick, en la pésima traducción de César Terrón, aquella de Acervo, con ilustración horrible en las sobrecubiertas blancas, y no podía parar de imaginar al bueno de Sbragia comido vivo por los áfidos, es decir, por los piojos. Y luego mi cara, la cara que él veía, la misma que las holocámaras instaladas en el bar grababan; mi cara, que no era mi auténtica cara porque era la suma de todas las caras, cambiando de rasgos constantemente gracias al “monotraje mezclador”, como si mi jeto fuese una condenada máquina tragaperras en constante tránsito hacia el Trío de Jackpots del Juicio Final.

¿Acaso soy por ello un cabrón? ¿Un auténtico hijo de puta? Bien, pues lo seré...

¿Qué más? Ah sí, luego llegué a casa de mi hermano, Lionel, que trabaja de sexador de pollos no siendo japonés, lo que bien mirado tiene mucho mérito, aunque luego todo el mérito que gana por ahí lo pierda siendo un borrachuzo fracasado que ya no pega a su mujer porque ésta hace tres años que lo abandonó en su propio charco de vómitos.

Estaba allí, en su cuchitril mierdoso, pero él no; suerte que tengo llaves de su cubil y más suerte aún que él no sabe que se las copié a hurtadillas. Le mangué otra birra de la nevera. El pobre desgraciado está obsesionado con que en su casa hay fantasmas. ¿Podéis creerlo? En fin… Luego sonó el teléfono. Me picaba la cabeza. Intenté recordar cuánto hacía que no me duchaba mientras descolgaba el aparato: "Oye, Wilson, pedazo de mierda chabacana, hicisite muy mal al colgarnos, sabeees... Ahora sí que la has cagaaado, sabeees... Ahora sí que te vamos a interconectarrrr".

Y después de aquello reconozco que ya no tuve más sed en todo el día y desde entonces observo un tanto paranoico las aristas de las esquinas...

El Apocalipsis es un plato que se sirve... a los cretinos

—¡Eh!, un momento… Tu jeta me resulta familiar.

—¿Sí?

—Sí…

—Vaya.

—¿Nos conocemos?

—No sé, yo soy Chufflo, ¿y tú?

—¡¿Qué?!

—Eso.

—Estás pirado, tío. Yo soy Chufflo.

—¿Sí?

—Sí…

—Vaya.

—¿Qué coño quieres decir con “vaya”, ¿eh? A mí no me jodas con “vayas”…

—Está bien.

—No obstante, he de reconocer que tu puta cara es mi puta cara…, y eso me cabrea.

—Ya te lo dije.

—¿Me dijiste qué narices?

—Que soy Chufflo.

—¿Y yo?

—Tú también.

—¿Y cómo coño se come eso?

—Los hadrones.

—¡¿Qué?!

—Hadrones.

—No sé de qué maldita cosa me hablas, tío.

—Bueno, los hadrones, cómo decirlo, son como…, bueno, van y vienen y eso, ¿no?, y…, luego…, perooo, no se ven, lo cual es toda una tocada de huevos…, por eso hay que sacarlos a la superficie, y bueno..., ya después todo se junta, aquello y lo otro y lo de más allá y bueno… En fin…

—¡¿Qué?!

—Tú quédate con un par de conceptos: envidia y complejo de inferioridad. Ahí está todo.

—Creo que te voy a dar un par de hostias, mano abierta, nada personal…

—Joder, tío, cualquiera diría que eres yo… Dios juega a los dados, ¿no?, ¿hasta ahí llegas?... Bien, pero el hombre ni siquiera es barro, ni tan siquiera lapo de los dioses, es caca, larva fecal; por eso tiene envidia, por eso mismo también complejo de inferioridad. Así que se pone a jugar a las canicas. Por despecho. Por cochino rencor. A ver si así lo manda todo a tomar por culo. Los hadrones son sus canicas, sus balas; la ruleta rusa de un niño pobre al que nunca compraron dados.

—¿Y entonces?

—Entonces nada, si tú estás aquí y yo estoy aquí es que se acabó la partida.

—Pues yo he quedado a las nueve con una piba del gentemessenger, es más fea que el pecado, pero dice que si le invito a marisco me la chupa.

—Te jodes.

—De todos modos no acabo de ver la situación.

—Un agujerazo negro.

—¿Negro?

—Del todo. Los hadrones se han petado el cacas entre ellos y ahora tu universo está abismándose sobre mi universo. Pero sólo puede quedar uno.

—¡Coño!, como en Los Inmortales...

—Más o menos.

—En ésa estuvo fino el Christopher Lambert, ¿eh?

—¿Lambert? ¿Quién demonios es ese hijo de puta?

—Ah…, claro, ya entiendo. El Agujerazo Negro.

—El mismo.

—Pero hay una cosa que no entiendo…

—(Díos mío…)

—Si es agujerazo y es negro, cómo es que todavía seguimos aquí tú y yo, dándole a la sin hueso.

—Bueno, en realidad es bien fácil, hay que partir de la certidumbre de que los físicos de tu universo no tenían repajolera idea de una mierda. A partir de ahí, bien, comencemos de nuevo: un agujerazo negro es como cualquier sumidero de este y cualesquiera otros mundos, o mejor, como un culo, un ojal de yack. Evacuar el intestino no es cosa de un nanosegundo, no señor. Ahora mismo tu universo es una enorme bosta de masa y energía, descolgándose morcillesca desde el orto hadronero hasta mi puñetera dimensión. Que alguien o algo tire de la cadena es sólo cuestión de tiempo.

—¿Y entonces cómo acaba la cosa?

—Uno de los dos debe comerse al otro.

—¿Quieres decir en plan antropófago, Humberto Lenzi y todo eso?

—No, sólo a nivel simbólico y molecular.

—Joder, qué putada… ¿Ya te dije que esta noche me la mamaban?

—Te jodes.

—Eres un cabrón.

—Lo sé.

—…

—(imbécil…)

—¿Sabes qué? Creo que me estás tangando, me quieres empapelar… ¿Cómo sé de verdad que eres Chufflo?

Soy Chufflo.

—A ver, demuéstramelo, cágate en todo…

—Mendiós!

—No, así no, pedazo de marica, así: MENDIÓS!!!

MENDIÓS!!!

—Mierda, pues sí que eres Chufflo.

—Te lo dije.

—¿Y no divergemos en nada?

—Sí, yo tengo un miembro viril de 27 centímetros de longitud, así como cierta dificultad para pronunciar la elle.

—Conque la elle, ¿eh?

—Esa misma.

—Di  “arroz con conejo”

—Arroz con conejo.

—¡Anda!, pues es verdad…

—(idiota…)

—¿Y entonces ahora qué hay que hacer?

—Nos la jugamos.

—¿A cervezas y salchichas?

—Lo siento, Bud Spencer todavía no ha nacido en esta dimensión, y su madre que se alegra, oye.

—¿Y entonces cómo?

—Ahora mismo no se me ocurre nada.

—¿Y por qué no un duelo de chorras? Tal vez sea cierto que te llega al ombligo, cabrón, pero yo la tengo como vaso de cubata.

—¿Como Nacho Vidal?

—Ah, pero conocéis aquí al Nachete…

—Es ministro de Sanidad.

—La hostia…

—De todos modos no puedes sacarte la minga en público, este universo es un estado policial.

—Joder… ¿Y entonces qué coño?

—Y digo yo, porque no nos vamos a tomar unas bravas al bar de la esquina, hacemos tiempo hasta que el chorongo se desoville y dejamos que él decida…

—Me parece una idea de putísima madre, tú.

—Pues vamos.

—¿Sabes?, creo que este puede ser el principio de una chuffla amistad…

—¿Querrás decir el final?

¡¡¡Ouch!!!

Le petit déjeuner

Despierto de un sueño demente a la par que lucrativo, en él, cada vez que desfilaba una tipa jamona ante mis ojos libidinosos, o bien albergaba en mis adentros perineales un pensamineto húmedo y casi tumescente, va y me salían los tres jackpots en la tragaperras de la duermevela, que acto seguido procedía a soltarme mil sonoras pesetas, en monedas de a cien de las de antes, cuando había rubias.  Me froto los ojos empegotados de legañas y me paso la diestra mano por la cabezorra, de atrás adelante, de alante patrás, como calibrando la resaca, gesto que no sirve para una mierda pero que es en sí mismo asaz peliculero a la par que chorras, y que únicamente se aprovecha en su ciento por ciento de inutilidad cuando lo alto de tu mollera culmina en frondosa cabellera de pelardos. Al final no me queda otra, tomar consciencia y mando de la situación: "¡Coño!, pero si sigo aquí...": la puta vida esta.

 

Desayuno café solo con almendras. Lo del café sólo observa su justificación en que el culillo de leche que me quedaba en el tetrabrick de la vaca rijosa está agrio, grumoso, como lefa frita de calor sobre el salpicadero de un simca 1000 abandonado en lo peor del desierto de almería, justo allí donde casi la casca el bueno de Eastwood, que de bueno nada, que era tan cabrón como el resto; la suerte que tuvo el tipo es que pasaba del metro ochenta. Lo de las almendras, en cambio, no tiene conexión alguna con que no me saliera de las pelotas comprar galletas ni madalenas ni tostadas con la mermelada ya untada de fábrica, lo último en chifladura alimentaria. Simplemente me gustan las jodidas, malditas, calóricas almendras. Así que las desayuno. Y punto.

 

Salgo. Bajo las escaleras. Una maruja haciendo la escalera, es decir, fregando la entrada del edificio, y cuando digo "maruja" lo que en realidad pretendo es precisamente esto: ahorrarme el tener que describir que es una analfabeta de pueblo, orillados los 50, escarola horrífera y teñida coronando su testa, cara de bolso, alma negra de mazapán carbonizado tras treinta o más años de trabajo cabrón y servil. Le piso el suelo recién fregado al pasar, qué remedio, pero ella no levanta la cabeza, sigue a lo suyo.

 

Pero mierda, me he dejado el móvil arriba, vaya por dios. ¿Debería subir? Nunca me llama nadie, es cierto, pero quién sabe. Miro la calle, hoy pintan bastos en el cielo... Doy media vuelta y subo: vuelvo a pisar lo fregado. Sin comentarios por sus partes.

 

Ya estoy de vuelta, móvil en el bolsillo. Nuevamente en la entrada y de nuevo mis huellas en el suelo húmedo. La chacha no chista mueca. De inmediato pasa la fregona sobre mis zapatos recién impresos por segunda vez en su barniz de lejía.

 

Pero, uy, me he dejado el cargador del teléfono y lo llevo con apenas un hilillo de batería. Debería recargarlo en el curro, por si aquello de que va y alguien se le rompe una tripa y del cielo llueven chuzos de puta -sí, leyeron bien, de puta, de PUTA y no de punta,-  y hasta, quién sabe, va y recibo una triste llamada...

 

Voy por él. Pasos que dejan huella los míos, todo un carácter mi menda. A la ida nada pero a la vuelta, quiero decir a la bajada, ya con el cargador en la bolsa, la mujerona me mira no sé bien si con odio o con asco, o con algo intermedio, monstruoso e informe, cruce contra natura de ambos, cuyo apelativo nominal me habría de entretener en buscar cualquier día de estos en el María Moliner.

 

Me piro, me piro, ya llego tarde veinte minutos, pero, uy... ay... ¡rediós!... que me entra, que me entra... que de pronto me estoy cagando almendras afuera, como puños de Mazinger, lo que se dice a base de bien. Me he puesto que rompo aguas y me viene de cabeza el truño grandón y retortijero.

 

Subo corriendo antes de que se me escape pierna abajo "la criatura" y, claro, vuelvo a pisarle a la pobre desgraciada el suelo bañado inundado en desinfectante barato..., pero bueno, pienso mientras asciendo escalones a ritmo de tres por zancada, mejor eso que dejarle allí plantado todo un señor Mojón, Rodin en potencia, ¿no?, todo él escultura perecedera, monolito apestador.

 

Lo hago. Me refiero a cagar. En mi casa. Mi inodoro. Luego tiro de la cadena. Floooossshhhhh... En el curro me crujen fijo, pero qué voy a hacerle si me viene de improviso el momento "olbrán". Bajo otra vez, todo descanso y cara de ancha felicidad, tan grande ha sido el muerto que me he sacado de encima. Me dejé vacío, talmente sin mierda en las tripas, que diría el Monterito Glez.  Ufff. Como éste ya se van viendo pocos...

 

Vuelvo a pisar: "¡¡¡¡Pero hay que ver que está el mundo lleno de hijos de la gran putaaaa, ehhhhhh!!!!... ¡¡Y no se acaban, no, no se acaban!!", pero claro, esto lo escribo yo así de bien y sin faltas porque soy un tío con educación y estudios y me falta sólo una desde hace tres años para ser licenciado, que la tía bestiaja me lo suelta más o menos de esta guisa: "Pero ay que vé questá er mundo yeno dihjo de la gran putaaaaaaa, eeeeeeee!!!!... y nosacabanno... nosacabannnn!!".

 

"Cuánta razón tiene usted, señora mía, no sabe usted cuánta", le respondo, pronunciado lo cual tengo a bien desaparecer por el resto del día. Y en verdad que razón no le faltaba a la bendita.

 

Pirañas no nos da el mar

El niño, que todavía no sabía que de mayor tendrá que odiar a su madre por haberlo maldecido con semejantes genes de Bud Spencer, saltó la cerca -es un decir, por descontado- y fue como si volviesen a andar jodiéndonos con lo de Jurassic Park: blam; y el vasito... BLAM; y el vasito... !BLAM!; y el vasito de agua dichoso, primer plano, mi nombre es Spielberg y molo un huevo, ¡alabádme turba!... Cada una de sus zancadas, y aquí es de recibo avisar al respetable que hemos vuelto al niño que todavía no sabe que de mayor querrá asesinar a su madre por haberle regalado esos perpetuos mofletes a lo Dom DeLuise, se dejaron sentir como un ensayo de Richter, allá en lo bajo de la máquina de cambiar mapas del mundo. Y lo vi venir así, corriendo, sí,  pero casi casi a cámara ultralenta en los posos de mis percepciones, no en vano cada pliegue de flaccidez cárnica volante a lo ancho de su cintura bien parecía levantarse lo menos medio metro en cada golpe de cadera, porque es que con aquel sobrepeso infantil y macdoneril tampoco a mucha velocidad es que pudiese tirar. Y feliz, el cabroncete, vaya si venía feliz, que por un instante hasta me pareció ver tatuado en su pensamiento, en forma de bocadillo comiquero, todo un señor desayunar huevos fritos y panceta, amén del paquete de bratwurst de emergencia, reglamentario en cualquier estómago de chaval que aún no sabe que de mayor no podrá ser astronauta porque a mamá le importaba tres cojones que África pasase hambre y a papá le importaba otros tres cojones -van tres pares- que mamá le estuviese arruinando el futuro al mochuelo a base de inducida bulimia. Empecé a elucubrar interna y mentalmente los más audaces modos de acabar con aquella jovencita mole de grasa bailoteante, pues mis pujos por luchar en favor del Bien y del bien de la Hominidad siempre han sido proverbiales, preguntad a cualquiera y os dirá... Puse tanto empeño e ingenio en semejantes maquiavélicos planes como mala leche y peor bilis juntaletras he invertido en diseñar las más inacabables oraciones arruinapaciencias para este postio bastardo que confío no tardéis, amados lectores de la chuffla visicitud, en tirarme a la mochera. Podría ser tan sencillo, me dije -y he aquí que volvemos a tener de nuevo a nuestro entrañable esclavo del bollicao en escena, que lo sepáis-, tan sencillo pudiere ser, decía, como sacar allí mismo la pipa y dejar que se acercase unos metros más, acertarle en pleno plexo solar y luego fin, se acabó el aspirante a Piraña. O bien podría lanzarle mi bumerang-katana tipo Mad Max y rebanarle esa oronda cabezota de un certero lanzamiento. Aunque quizá mejor esperar a que llegase a mi altura, ingenuo, confiado, pobre de él, sacar la faca y ¡Ras!, pincharlo bien, cierto, así mismo, aunque el riesgo de quedarme varado en océanos de hipergrasa sin llegar a tocar ningún órgano vital fuese más que virtual. ¿Qué hacer?, ¿qué hacer? Blam, BLAM, ¡BLAM! ¿Qué hubiese hecho el moñosón de Sam Neill en mi lugar?... ummm... "Papá, papá... arf.... me ha dicho la... arf... arf... larrf... la mama que... arrf... arrrfspk (lapo involuntario escupido entre dientes a la venerable figura paterna, pocos metros a mi diestra)... que si me acababa todo el almuerzo me acompañarías a comprarme un heladooo...". ¡PLAS! (hossstia padre y paterna) "Calla niño y deja ya de tragar como un cerdo questás mu gordoooo".

Ay rediós, y pensar que nos quedan aún 28 años para el Apophis, aquí, aguantando mecha...

Shyamalan me paga royalties

Era mediodía y el cielo amenazaba una de esas lluvias tan frecuentes por estos lares, meliflua y sin arrestos; aquí llueve poco y además sin cojones, por eso la gente tiene la cara que tiene, de ruina obsoleta y naufragio achaparrado, y por eso mismo los frenopáticos, llenos, no dan abasto, como la cola del pollo asado dominical.

Recién salía de la peluquería del Armando, tipo que no tiene un pelo de tonto, calvoteras como yo, pero que a diferencia de este servidor que os habla de retrasado sí tiene un poco, un mucho diría yo, hasta el punto que no sé cómo los hay que osan darle la espalda, a él y a sus tijeras, y encima pagando. Me gusta ir de vez en cuando allí a darle la murga y sacarlo de sus casillas, por ver cómo empieza a temblarle el pulso cuando le llevo la contraria, y una vez llegados a ese punto ya solito me entretengo y paso la mañana la mar de feliz contando los sucesivos trasquilones y tijeretazos en la nuca. Esta vez el asunto trajo polémica. Yo le dije, Armando, ¿ya sabes que C3PO es maricón?... ¡¿Nhguéeee?!... Que sí, moñardón del todo, te lo digo yo, tío, que lo he leído en el último número de la Quo... ¡¿Nhguéeee?!... Y a partir de allí venga, dale, yo que sí, que sí, venga insistir, y el Armando venga "nhgue gno", "¡nhgue ghnoooo!", venga temblor de tijera y subsecuente trasquilón... La suerte que tiene es que soy buena persona, en el fondo, y sólo voy a tocarle la moral martes y jueves, que es cuando vienen a arreglarse el flequillo los locos y aberrados del municipio, se los mandan directo y en régimen de convenio desde la loquería cercana, y así, estando todos en general más pallá que pacá, nadie se queja, todo queda en un quítame allá esos pelos y yo me echo unas risas.

Había dejado al Armando hecho todo una hidra, como digo, gritando a los cuatro vientos con su apenas inteligible articulación marciana que C3PO tiene un señor rabaco del quince que sólo zampa conejo, cuando todos los relojes, hasta los de la cola del pelotón, decían que ya habíamos dejado atrás la una del mediodía. Yo caminaba hacia casa sosegado y a envidiable ritmo cuando de un solar cercano me vinieron ruidos extraños. Era un pedazo de tierra triangular y esquinada, no llegaría a los cuarenta metros cuadrados, metido a la fuerza y sin lubricante entre dos bloques de edificios de cinco plantas. En breve algún constructor sin escrúpulos tenía previsto meter allí sus excavadoras, sus grúas, sus peones y encofradores arrasados, y amasar una morterada de pasta. Todo el perímetro había sido vallado.

Precisamente de allí procedían aquellos ruidos extraños, de detrás de una de las vallas metálicas, que se movía de atrás adelante como una ola, o mejor, como una arcada, una basca de vómito, talmente cual si un alien octavopasajero quisiera romper el costillar de hierro y salir a la calle a manducar transeúntes.

Me fui acercando, despacio. Poco a poco los ruidos innominados se convirtieron en sonidos guturales, después en cacofonías como eslavas o mantras untados en cristalería rota. La valla seguía bailoteando con violencia. Pensé en dos T-1000 forniciando tras la chapa. Me encontraba ya verdaderamente cerca. Entonces lo oí, justo al otro lado: “¡yack!”... ¿? Sí, eso mismo, ¿cómo?... Y acto seguido ¡la mano!, ¡aquella mano sin dueño surgiendo de los negros abismos de la valla!, ¡y luego la cabeza!, ¡la cabefza del dueño de la mano surgiendo de los sucios abismos de la valla! Di un respingo y retrocedí instintivamente. Me miró: “¡eh, tú!”. ¿Eh, yo?... Madre de Dios... Separó las dos secciones de valla e intentó pasar a través del hueco, parecía que iba a quedarse allí encajado hasta los restos. Hacía palanca con los brazos y arrastraba el cuerpo entre las hojas. Se estaba poniendo de un rojo preocupante. Apretados los dientes. Venas infladas en las sienes. La carótida pidiendo la hora: "¡¡¡awñjelrk!!!" Volvió a mirarme inyectado en vértigo. Otro respingo y otros tres pasos cobardes, cargadlos en mi cuenta... Su boca expelía criptogramas laríngeos fuera de toda sazón, sin duda, y eso ya giñaba, pero lo verdaderamente pánico eran sus ojos, que decían locura, gritaban dolor, chillaban enajenación... Al final lo consiguió. Escapó de la trampa: “¡¡¡Yieeehcht!!!”.

Empezó a sacudirse el polvo del traje -porque llevaba traje, oscuro, y con mucha pinta de muy caro-, comprobando si se había hecho algún siete. Zapatos, perneras, sisa, cintura, camisa, mangas, corbata; parecía que no. Todo en su sitio, su justo lugar. Del todo sorprendente. El tipo de tipo que a aquellas horas y en aquel preciso lugar era como un Picasso en la arena de un anfiteatro romano. Singularidad marijuana. Imposible lisérgico. Quimera peyótica. Torcí la mirada para comprobar si andaba doblado. Pero no. El tipo era todo un Kir Dúglas, auténtico Clar Gueibol, un Lincoln Continental del 63, lavado, encerado y listo para arrancar. Tieso y envarado como pértiga de medir onzas de oro negro. Mi sueldo de un año, tan sólo, en uno de sus zapatos.

Me apercibí tarde de que hacía media descripción que no me quitaba ojo de encima, y el que no me miraba parpadeaba como alas de mariposa huyendo de Nabokov... Yo a mí vez me quedé mirándolo y en blanco, reseteado, el culillo prieto. Silencio absoluto. Silencio opaco. Silencio obtuso. El palomo blanco de Blade Runner en vuelo picado, treinta metros por encima, sobre el orondo trasero de una paloma parda en estación de merecer... Y enseguida otra vez el ataque berserker. El Bar Lancaster de los Infiernos contorsiona la cara, encaja los dientes, desgañita los ojos, se gira y se lía a patadas y empellones contra la valla: “Quetequetequetequxrrrshxtriggerfghxxxxjjjj!!!!!!”... Acto seguido se da la vuelta y me señala: “¡Eh tú!, chico... ¡¡¡chicooo!!!, ven aquí anda, ¡échame una mano que estoy haciendo una casa para okupas!!!!”...

Salí de allí cagando leches: ¡Eh, chicooo!, ¡¡¡chicooo!!!, ¡no corras!, ¡ven aquí chicoooo!, ¡ayúdameeee!, ¡una casa para okupaaas, tíoooo!, ¡¡¡Chicooooo!!!, ¡No huyaaaas!... Ecos de golpes, patadones y sacudidas metálicas a mi espalda, más apagados cada segundo... ¡CABRÓOOON!, ¡¡¡CABRÓOOOOON¡¡¡... ¡NO CORRAAAS!... ¡¡¡VUELVEAQuíiiiiii,!!!... ¡¡¡¡hijoodEPUTAAAaaaaaaaaaa!!!!

Esta mañana, cuando he vuelto a pasar por el lugar, sólo un pedazo de tela negra enganchado en la valla y un pequeño charquillo de sangre seca en el suelo daban fe de que las drogas no han tocado mi organismo.

 

Mierda de Perro(s)

Hola, buenos días... Buenos, buenos, qué le trae por aquí... Uff, verá, es que, es queee... uy perdóneme usted, que estoy un poco de los nervios, es la primera vez que vengo, sabeee... Entiendo, entiendo, tranquila mujer, no pasa nada... A ver... pues, pues, verá... esooo, pues queee mi, miii... peerro, pues... ¿De modo que su perro, eh?... Sí... ¡¿Y... dónde está?!... ¡Uy!, ¡UY!, ¡Uyyyyy!, qué barbaridaaad, me lo he dejado fuera, juju, ya ve usted, la costumbre, jiji, un momento, un momentito, ¿eh?, que ahora mismo lo entro, ay que ver...

Cagondiós...

Bueno, bueeno, ¡yastamos aquí!, ¿eh, eh?, aquí lo tiene, ¿aquésmonooo? mi peeerro, perrito bueno... Sí, ya veo... monísimo... Y tiene nombre su perro, o debo llamarlo simplemente... "perro"... No, nooo, qué va, jiji, qué cosas tiene usted, cachondo, claro que tiene nombre, clarooo, cómo no va a tener nombre mi perro, mi perrito bueno, con lo guapo que es mi perrooo... ¿Y bien?... Y bien qué... Su perro guapo... Qué... ¿Se llama?... ¡Uy!, uyuyuyuy, estooo, uf, uf, juju, qué cosas... un minuto, ¿eh?, que voy a hacer una llamada de nada, ¿eh?... Por favor, faltaba más, haga usted, haga... Oooyeee Borjaaa, que estoy aquí en el veterinariooo. ¿Cómo?... pues el médico de chuchos, tíooo, qué va a ser... Sí, oyeee, que se me ha olvidado cómo lo llamamos... ¿Cómo?... pues al chucho, tíooo, qué va a ser... ¡Jodeeer tíoooo es verdaaad ya no me acordabaaa!, jiji, pare que veas qué bien estoy de la cabezaaa... Bueno, te dejo, que tengo aquí a este señor esperando... ¿Cómo?... Juju... Cómo eres, tíoooo, va...¡vaaaa!... que te dejo... adiós... Hasta Luego... Ciao! Ciao!...

Ya sabía yo que éste iba a ser un día de mierda... 

Disculpe usted, eh, esta memoria mía... Ya...  pues lo llamo, esto, "Candy Candy"... ¿le gusta?... Pero... pero si este perro es un machazo, señora!!!... Uy, sí, ya lo sé, pero es que me gustaba tanto ese nombreee, y además es taaann mono, mi perro, mi "Candy Candy" precioso, ¿eh?, ¿eh?... Además si no le mira usted ahí no se da cuenta, ¿a que no?... ¿Ahí?... Sí, ya me entiende, hombre: "Ahí"... abajo, ya sabe... Ya... ya... Entiendo. Bueno, vayamos al grano que el taxímetro corre. A ver, qué le ocurre a su "Candy Candy": pulgas, garrapatas, vómitos... ¿se lame todo el rato los cojones? Usted dirá... Uy qué basto es usted, por dios... No, mi "Candy Candy" no hace nada de todo eso, no es ningún guarro mi perro, sepa usted, señor veterinario... ¿Y entonces?... Bueenoo, es que verá... se lo traje para ver si podía hacer algo respecto a lo de atrás... ¡¿Eh?!... Sí, hombre, no me sea corto, "lo de atrás", ya me entiende... ¡¿Pero de qué coño me habla?!... Pues eso, que MI PERRO HACE CACA, CAQUITA CALIENTE, sabe usted, y RECOGER SUS CAQUITAS ES ALGO ABSOLUTAMENTE ASQUEROSO... Está usted mal del capirote, en su casa ya lo saben, ¿no? No, nooo, yo no, a mí déjeme en paz, cíñase al perro, mi perro, "Candy Candy", sus popós, ya sabe... ¿Podrá usted hacer algo, verdad que sí? Andeee, dígame que sí, doctorrr...

 

Las palomas vuelan bajo los soportales

Vivimos una realidad ridícula y levógira, toda del revés y sin un primer agua que la aclare: las posibilidades de pillar buen cacho son nulas en la mayoría de casos ya antes incluso de nacer y sólo si tienes mucha potra consigues dejar este mundo con una sonrisa priápica en el careto. Esto, todo y que no venga muy a cuento, pretende venir a cuento de que todos estamos locos, en todas partes y no sólo en las grandes ciudades como ésta, que podría llegar a rebanarte los sesos con apenas proponérselo. El otro día abrí el correo y qué había: una proposición nada dextrógira, antes bien lo opuesto -casi tan a la contra como este mundo insano cuando te ha cogido ojeriza-, aunque quizá no tanto  sopesando cómo me he vuelto en última instancia, esto es, radical libre para con mis prerrogativas celulares... Debería haber aprendido ya la lección, estar harto de ser uno mismo y los demás y tantos otros, pero no sabría explicar por qué no pude alcanzar a decir basta. Simplemente acepté, lo que no debiera ser óbice para que este simple plano de existencia me diese menos asco, todo lo contrario. Y en ésas ando y persevero, aunque cabe señalar que los fines de semana con menos tensión que el resto de días, ya que los sábados los dedico íntegramente a la meditación trascendental y los domingos releo gozoso mis ejemplares de Creepy, Vampirella y Dossier Negro... En otro orden de cosas, el otro día una desconocida me regaló una mandarina, andaba yo abstraído contando sucias palomas en el parque. Estaba ácida a la vez que apetitosa, la muy cerda, pero me sentó la mar de bien, como la extraña que me la regaló, que tuvo un par de buenos polvos, incluso tres...

Astro Rey

Cinco días atrás tuve una premonición mística y quística de la que extraje un aserto, que tal día como hoy, cinco días después, escribiría un post con el citado título, "Astro Rey", entre otras cosas porque iba a hacer un calorazo de justicia, lo que se dice incontestable, pero llega el 29, sol tirando a poco, y además no recuerdo qué aniversario toca. Lo que tiene vivir suficientes años como para que no te lloren sino lo justo es esto, que todos los días terminan por ser conmemoración de algo, aunque no recuerdes de qué, y así, cíclicamente y pendular transitas, hasta que una buena mañana de humedad noruega te acabas, finiquitas la chocolatina de los amaneceres y terminas volviéndote por donde viniste, vital y semánticamente consumado y consumido... Recupero algunas de las imágenes de esta tarde de primavera finisecular -no porque no hayamos cambiado de siglo, más bien porque todo empieza a tener mucha pinta de los coletazos terminales del Último Siglo- : un viejo de piel rojosa pitándole el cláxon de la moto al agente municipal para que se diese vuelta y así ponerlo en antecedentes de no sé qué; el gol de Scholes, que no lo exime, sin embargo, de esa cara de hooligan demente proclive al cáncer de piel y a los papeles de esbirro sacrificable en pelis de gángsters; aquel tipo enorme de grande y enorme de gordo, melena rizada y en escarola, molestísimos ruidos guturales al inspirar, que ha comprado, sin exagerar, veinte o más volúmenes de una tacada, no sé dónde, pero está claro que alguien se los ha vendido; la mujerona obsoleta y sus asqueresomente prietas bermudas elásticas, marcando zafia la raja del coño caduco; la chica no demasiado bonita que subía mientras yo bajaba pero cuyos tetones me habría metido en la boca sin dudar; dos niñas estúpidas preguntando estupideces a un tipo amanerado tras un mostrador, quien les ha resuelto las dudas estupidas que albergaban, por lo visto, o al menos eso me ha parecido; la tragaperras "Corsarios", sus luces pluricolor y su canto de sirena que nada me encantó, ni hechizó, y aunque así hubiese ocurrido apenas me clinclineaba en el bolsillo la justa chatarra para abonar la cerveza... Por fortuna no recuerdo muchas más e incluso algunas de éstas me las he inventado. Sacar de dentro algo con todo ello resulta imposible. Quimérico. Si existe un Dios desde luego no tiene mucho más talento... El infumable invento de la escritura y su adherida factoría de momentos, ambiguo y peligroso, rescata el 29 cuando el reloj ya marca 30, al tiempo que saca a flote ideas y sucesos y caras arruinadas que jamás debieron escapar a la trituradora del segundero. Un traidor. Un Judas. Elixir de lo terrible. Lo soy.

Mente Pescatera

Me gustaría estar lo suficientemente ido de mí mismo como para vomitar algo realmente extraño. ¿Qué imagina la gente cuando piensa en la palabra “extraño”? Es más, ¿qué imagina la gente cuando imagina algo “realmente extraño”? ¿Y los que no son gente; que no son turba ordinaria y atrezzo en piel y baba y arrugas humanas? Tipos, que puede haberlos, tal vez, con los que cruzar al menos dos palabras sin que te entren los pujos por tirarlo retrete abajo, a esos me estoy refiriendo, más cercanos a un ideal de ánima útil y servible que el resto de transeúntes vitales. ¿Qué entiende un alguien así por “extraño”? ¿Es su concepto de “realmente extraño” similar a mi concepto de “realmente extraño”? ¿Es acaso superior? Y de ser así… ¿Se lo puedo mangar?

 

Antes de la Lluvia

Hoy me levanté prontito porque quería comprobar por mí mismo si era cierto, salí a la calle sin asearme, sin desayunar, todavía no había amanecido; una rasca considerable. Oscuro y frío, estómago vacío. Me dirigí ciudad arriba, calle Sicilia, después Diagonal, hasta la plaza Mossèn Çinto Verdaguer: aún la andaban levantando los brigadas. ¡Leche!, pues era verdad... Me acerqué a uno de ellos, estaba desplegando las alfombras de césped, muy apurado y de rodillas, más allá otro par con la ayuda de una grúa silenciosa plantaban uno a uno los bancos. Me quedé allí, las manos en los bolsillos del pantalón en ruinas, observando atentamente al tipo agachado, sintiéndome bastante superior, la verdad, al verlo trabajar así de aprisa y yo allí parado, sin nada que hacer salvo tocarle los huevos con mi indiscreta observancia. Porque se los estaba tocando, lo vi claro en el par de miradas de cagarse en mis muertos más frescos que me echó mientras trajinaba los alfombrines de hierba mojada. Pero no dijo ni mú, así que me encendí un cigarro. Luego empezó a administrar la silicona transparente entre las juntas, como un pastelero alienígena; ¡prrrreet! aquí, ¡prrrrreeett! más allá, hasta ir dejando el conjunto con toda la pinta de césped público que tenemos por costumbre. “¿Te hace un pitillo, tío?”, le dije, pero siguió a lo suyo como si nada. Era comprensible, el día echándosele encima y yo allí, intempestivo, del todo imprevisto, inflándole las bolas en lo último y ápice de su jornada laboral. Me alcé sobre las puntas de los pies, las manos de nuevo víctimas de los bolsillos inmundos, en la boca el pitillo, flexionando una, dos y hasta tres veces, sin dejar de contemplar muy sonriente el desesperado quehacer del operario. Noté que notaba mis ojos en su cogote de carnes mullidas y como de toro de osborne tridimensional. Debía estar que explotaba, pero aun así no cedía, aguantaba lo suyo el brigadilla municipal, que debía tener en más aprecio su sueldo que su honra, pues no parecía dispuesto a saltarme los dientes de una merecida hostia. Es lo que tienen los años y la servidumbre, que agachas el morro como ese mismo toro del que antes hablaba, pero esta vez ante el capote magenta y el casi invisible filo del estoque final. “Oye, pues ya que estás, a ver si la próxima vez que pases por mi casa te estiras un poco y me arreglas el techo del cagadero, que lo tengo lleno de humedades…”. Se detuvo. “Eso sí, sin armar mucho jaleo que aquí uno tiene el sueño ligero y se levanta temprano a currelar, ¿eh?…”, y sonreí ancho y ufano, como sonríen los gatos esos, los de dibujos animados. El tipo se levantó muy lentamente, cual si se anduviera tomando el tiempo suficiente para calibrar si iba a partirme la cara o quedarse simplemente en una oronda sarta de gritos y latigazos salivales. Ya de pie, frente a frente, constanté con algo de apuro que era más alto que yo y tres pueblos más ancho que mis espaldas. Más feo también, aunque ese detalle aturullado de nimiez me traía sin cuidado. Tenía esa cara de los chuchos desagradables y los belfos entecos de los gatos esmirriados y enfermos. Sus ojos caían derrotados y brillaban más bien poco, más bien nada si es que eres de natural avaricioso. Volví a levantarme sobre las puntillas, todo sonrisa, arqueando una ceja, jeje, sin soltar el cigarrillo -que ya andaba por su fin-, tal que un Groucho Marx de saldos por mercancía tarada. Mas no hubo forma de hacerlo saltar. El in extremis se convirtió al instante en flaccidez bastarda. Desalentadora. Se lo pensó dos veces, el menda, y volvió al tajo. Terminaron luego, todos, muy poco antes de las primeras luces, marchándose en sus camiones y mirándome mal, porque él me señaló y les dijo, muy probablemente, ese es un cabrón, si un día de estos lo cojo a solas en un callejón lo esgüevo a hostias... Yo opté por quedarme allí todavía un rato. Tomé asiento en uno de aquellos bancos recién inmovilizados. Observé a uno y otro lado: nadie en el lugar, plaza desierta, conque arranqué un pedazo de hierro forjado y empecé a desayunar…

Strindberg come pan

Hoy quiero hablar de la hija de la panadera, que está buena y se llama M. y tiene 33 años, como Cristo cuando le dieron matarile, aunque Cristo no tuvo nunca ese par de peras. 33 son ya unos cuantos, no son pocos, qué duda cabe, empiezan a ser respetables; podría haberla pillado con menos, 30 quizá, o 28, y hubiese estado más o menos igual de apetecible, M., la hija de la panadera, pienso yo. Puede que con los pares un poco menos caídos, el par de pechos, de nalgas, pero tanto da, me resaboreo sólo de imaginarlos, imaginarlas, imaginarla... Me siento atrapado ahí abajo. ¡Quiero salir, quiero salir!, me dice, "¡Calla!. No puedes salir -le digo-... estooo, ¡ah!... y ponme también un par de esos brioches grandotes de ahí, M., reguapa". Y sonríe. Y sonrío. Y ya me gustaría dejarte salir, bichote, pero es que me puede el decoro y tampoco me da a mí que éste sea el lugar. Cuando lleguemos a casa le damos al organillo. Acto seguido me cobra, es decir, me roba, la madre de la panadera, que se llama E. y lo menos tiene 10 años más de los que tenía Strindberg cuando le tiraron encima un cubo de meados por ir gritando !Inferno! !Inferno! por la calle en mitad de la noche. E. siempre se aprovecha de que ando "atrapado" y como loco desnudando a su hija con el radar y la mirada para pegarme el sablazo con los brioches y los bollos, pero cualquier día de estos me tomo el desquite por mi(s) mano(s). Vaya si lo haré.

 

Pulp a la gallega

Desde la Mala Literatura...

 

Me pongo una vez más a los mandos del teclado para engañar a la muerte, aunque sé que no la engaño, que nunca ha sufrido un jaque mate. Karpov y Kasparov y Fisher de los avernos, por las noches baila bailes ñoños con Boris Grushenko, cogidos del brazo y la cebada escanciada en vasos rotos por el General Invierno. Von Paulus observa con rictus vesánico y bebe hidromiel del cuerno vikingo del mejor Michael Chrichton. También, pasadas las doce, soundtracks hilvanadas por Tarantino hasta las cejas de cocaína y música de cuerda de grillos y escarabajos praguenses. La letra es el gulag de tantos otros como yo, todo ellos sin talento. El hilo dental de la entropía se cepilla la melena ante el espejo con nuestras tripas. Pero aun así vuelve a ocurrir un algo de justicia gratuita por momentos. Poético status quo transitorio. Reposicionamiento de los comensales: Arthur C. Clarke ya no podrá seguir castigando al mundo con los zurullos de sus "negros". Recontracita -de la concha- con Rama. Venus (de)Prime elevada a la enecientos. 3062 -y me llevo uno-: cachorros rojos nos trae la vagina de HAL 9000. Deus ex Machina descenciendo en la Honda de Katsuhiro Otomo a zamparse unas olivas y una bravas en cualquier tasca de Tudela. Luego se tira un pedo. Estallan Tokio, Oslo y el viejo-nuevo puente de Mostar bajo el hongo nuclear. Metano Dream. Metano Experience. Metano Lab. Y unas Príncipe de Bekelar para acompañar.

Vuelvo a ponerme a los mandos de este teclado, que es mi particular V-8 Interceptor, mi singular V-2, mi instransferible estado de excepción. Caída. Salto sobre Berlín, cielo despejado, 11 de la mañana, marzo del 46, segunda oleada, primera inefectiva. Alfombra púrpura de cuerpos acribillados al tocar tierra. Los Rusos contenidos en el Vístula. Montgomery atascado en Nimega. Patton exhausto a las puertas del Rhin. El hombre en el castillo siendo a su vez reescrito por el Hombre en el Castillo. Y un déjà vu que me asalta. Esto ya lo he escrito. Ya lo he vivido. Subo la persiana, la ventana tapiada: pulso el rewind para averiguar dónde se esconde Keanu Reeves y saltarle las gafas de sol de un soberbio guantazo.

Vuelvo sobre el teclado como vuelve la náusea cuando el hígado encara su recta final. Jack London, Malcolm Lowry, Scott Fitzgerald... aunque a éste en lugar del alcohol debieran haberlo matado sus abusos adverbiales. Cirrosis intelectual. La buena escritura es una quimera. La mala escritura, en cambio, es una excrecencia. La excrecencia. Nueva Carne. Watch TV, obedece, no pienses, no cuestiones, pulsa F5, pulsa F5, F5, F5, actualizar... Felicidad.  

La ventaja del que ya no espera sobre el que desespera son estos cheques en blanco, gambitos de caballo. Faulkner me alza el pulgar mientras Buk apura el trago mientras Hemingway pide otro helado de naranja y mira goloso la escopeta de cañones recortados. Será un domingo, hará cincuenta años que me habré ahorcado con el cable de este teclado. Puede que algunos ricos ya coman y caguen y hasta follen en modo inalámbrico. CheckMate!... Grabada en la -chinga de la- MADRE de la Nostromo, la carcajada final, años luz extinguida: Stephen Hawking, que ahora también escribe novelos, vaya cosas, pitorréandose de la entera y boba y zafia Hominidad...

 

Diner

Llegué, vi y pedí un café. Después del tercer sorbo y una ración extra de azúcar todavía no sé qué me han traído. Café no, eso lo tengo claro. Ahora repaso el periódico por encima, sin leer, sólo lamiendo las fotografías con la húmeda punta de la lengua mental. Me giro hacia atrás, ensayando esta entrenada pose como de darme cuenta de que me estáis siguiendo porque soy el chcico más listo de la clase. La camarera me observa. La cafetera me observa. La bayeta de poner a secar las tazas recién lavadas me lanza miradas y efluvios envenenados. Maldita seas. Si me hubieses hecho caso todavía estaríamos allí, en la habitación del hotel, el desayuno deshecho y las sábanas sudadas, los dos desnudos, como sátiros sin pelo, y como sátiros también, entrelazados, mi cadera pegada a tu culo soberbio, dibujando la ese de la inmortandad, porque mientras se folla salvaje y se folla sin miramientos uno no se muere; no es que se toque a Dios, es que se es Dios, lo mandas a la mierda de una patada y te pones febril y pitotieso a montar la res del orgasmo; escalando el mediodía a ritmos de golpes de cadera y de culamen, tableteo de nalgas, gemidos refocilantes provocan el mentarnos la madre en las bocas adyacentes, tras los tabiques de papel de fumar. Te estaría tocando, me estarías rozando. Tu culo sobre mis muslos. Mis manos aferrando la blanca cocaína de tu piel, a la altura de las caderas, dirigiendo tus movimientos; atrás, adelante, atrás, adelante, de nuevo atrás, ahora más rápido, más... Luego una mano, la derecha, ya que estamos, bajando lentamente de la cadera abajo, donde el sexo siempre toma nombres cachondos y de mal oír; coño, raja, pepote, chochamen, potorro... Presión con los dedos en tu pequeño tentetieso. Presión en el triángulo velludo y venusino. Presión con mi polla en tu vestíbulo resbaladizo. Subo la otra mano, hasta la teta diestra, la agarro suavemente. Suavemente, pero la agarro. Soy el molde de tu suave y turgente gelatina pectoral. Te tengo amarrada. Te tengo sujeta. Te atraigo hacia mí. Mi torso pegado a tu espalda. Congénitas y samiesas criaturas de plomo y de Rodin: salgo de ti, naces de mí. Embisto, embisto, embisto... En la pared una resquebrajadura, en el techo añejas manchas de humedad. Un demonio de muslos enjutos vestido de cualesquiera tonos menos el azul. Pero algo o algún hijoputa me sacudió bien en el colodrillo justo cuando estábamos a punto de corrernos y correr de una patada a cristo y su padre del Limbo. Y después ya más nada, hasta aquí, esta achicoria de mierda en la taza y este chichón y tremendo dolor en la cocorota. Aquí, este ahora que es oscuro y sucio y huele a meados y ni los zurriagazos en la espalda con el gato de nueve colas son a media pensión.

Lo que da de sí un Almax

Rondaba hace unos días por los aledaños de esa gótica catedral que un tal Ildefonso Falcones ha convertido en objeto de la más zafia, mercantilista y mainstream fiebre compratochos-que-luego-nadie-lee-pero-hay-que -ver-mira-el-lustre-que-le-dan-a-las-estanterías-billy-del-ikea-que-nos-acabamos-de-comprar-cariñito-cómo-dices? -ay!-hoy-no-cielo-que-me-duele-la-cabecita, cuando me topé con una a todas luces singular muestra de arte popular y callejero: un sobre de Almax Forte reventado sobre las legendarias piedras que rodean el gótico ábside de la gótica "catedral del mar" de los cojones.

Y a decir verdad que el blanco brochazo antidispepsia se alargaba no menos de metro y medio más allá del sobre que lo parió, o escupió, o eyaculó, que cada cual se deje agarrar por el verbo que mejor se le adhiera. Inmediatamente pensé en Apollinaire y sus once mil vergas, y comenzó a ponérseme contento el mástil. Y hablando de barcos, cierto que era como mirar, me estoy refiriendo al sobre antiácido, estrellado en tierra; como recordar, videar de nuevo el Prestige a lo primero, cuando andaba trastabillante, indeciso, que sí que no os arruino las playas y os regalo meses de sabrosos titulares y espurios noticiarios; navegaba mal que bien, pero entero, aunque ya dejándolo todo a su alrrededor perdido de mierda negra.

Y por encima de aquella obra de un artista ocasional y adolecido de ardores habían transitado ya cientos de sonoros pasos y pieses humanos, andares gráciles y andrajosos desgraciados sin techo bajo el que caerse muertos o cagarse en dios y la madre que parió al interventor del mundo, de modo que estaba ya todo tintado de ese gris negroso y mierdoso que pintan los hombres sobre las cosas, ya sea con la suela de sus alpargatas, o simplemente poniéndoles encima la zarpa.

Conque pensé, ¡Coño!, lo que da de sí un Almax, y desaparecí de allí como esperma que el látex se lleva tras una nada católica corrida.

Ésa es la chica...

 

Sonó el teléfono, hacía media hora que había salido de una pesadilla muy chunga en la que las alondras transmitían la peste bubónica y no tenía ganas de volver a dormir, así que contesté: "Diga lo que sea". Y lo dijo: "Buenos días, ¿es usted Wilson el interconectado?". ¡Mierda, no! Una vez más me habían descubierto. Maldito programa de protección de testigos. ¿Es que nunca iba a poder vivir en paz por culpa de aquel desliz en el lavabo de tías? Tenía que despistarla a cualquier precio. Mi integridad estaba en juego, conque puse en ello todo mi ingenio, activé mi "Modo Marlowe": "Si, joder, soy yo, qué coño ocurre". "Ah, bien, bien, lo sabíamos, verá, llamo en nombre de la Compañía QWERTY y quería hablarle acerca de nuestras ofertas en desconexión alámbrica, inálambrica, alambicada, guayrless y blutúz... según observo en mis ficheros ha sufrido usted problemas de caídas en la interconexión últimamente". Me tenían pillado, sí, me habían pillado el culo, hasta los pelillos, sí. "Estoo.. er... se equivoca usted, preciosa, al contrario, estoy muy satisfecho con mi servicio de lavandería". "¿Lavandería?... pero... oiga, yo le llamo de QWERT...". "No, me parece que te has equivocado de interconectado, nena, yo soy Wilson, William Wilson, 34 Park Aveniu; el que repara neveras en Trafalgar Escuer... Conque adiós". "Pero...". Y fin: colgué. Ya estaba hecho, eso les daría esquinazo le menos diez, con suerte doce minutos... Luego tuve ganas de fruta, un zumito,  una esepecie de antojo sietemesino; fui al frigorífico, había uno de leche con plátano... Y luego... luego... bueno, luego ya no he sabido cómo narices continuar esta basura, tampoco ahora, después de cinco minutos de pausa, un café y una galleta sueca, de modo que no lo voy a hacer, no voy a continuar... En otro orden de cosas, el otro día vi a Sbragia por la calle y me dio mucha vergüenza porque todavía recordaba cuando me había reído de él, pero como él no se dio cuenta y además es un ingenuo completo va y me saluda; se paró a charlar; y hasta acabó invitándome a unas pintas y unas bravas. Estuvimos allí un buen rato, repantingados en las sillas, estirados como linces panzudos al sol, nuestras cervezas, nuestro aire acondicionado, y mientras me hablaba y hablaba, el majo de Sbragia, yo no podía dejar de pensar: "Pues no es tonto ni nada, el bragas éste", y acto seguido echaba un buen trago de fresquita birra. ¿Soy por ello un cabrón?... ¿Qué más? Ah sí, luego llegué a casa de mi hermano, Lionel, que no por llamarse igual que el hijo de tu madre, la que se comió a mi perro, tiene que dejar de levantarse cada cochina mañana a las seis. AM. Lainol, mi hermano Lainol, trabaja de sexador de pollos no siendo japonés, lo que bien mirado tiene mucho mérito, oigan, aunque luego todo eso que gana por un lado lo pierde siendo un borrachuzo fracasado que ya ni pegar puede a su mujer porque ésta lo abandonó hace tres años. Estaba allí; él no, yo; suerte que tengo llaves de su piso y más suerte aún que él ni se huele que saqué una copia a hurtadillas. Le mango otra birra. Las 11 de la mañana y ya voy fino. Lainol está obsesionado con que en su casa hay fantasmas, ¿podéis creero? Cualquier día de estos se lo llevan al manicomio y a ver quién llena la despensa. Patatas fritas, nachos y anacardos, los cacahuetes me los cepillé ayer. En fin. Después sonó el teléfono. Lo cogí. Sonó como una alucinación mortal aguardando tras la tapia: "Oye, Wilson, pedazo de miiierda chabacana, hicisite muy mal al colgarnos, sabeees... Ahora sí que la has cagaaado, mamón... Ahora sí que te vamos a interconectarrrr". Y a partir de ahí ya no tuve más sed en todo el día y anduve como encogido hasta las nueve... PM

El gilipollas

En fin en fin, ve y oye uno cada cosa por ahí que es como si las neuronas engordasen, es decir, como si te bajasen la mente a la altura del culo -o el culo te lo subiesen a la altura cabecera- y una vez allí se te transformase todo el ínterin cerebral en almorrana intratable, que ni con dermovagisil la achantas. A riesgo de que se me tilde de reaccionario -¡buf!, lo que me importa...- diré, siguiendo el tópico, que esto antes no pasaba. Quiero decir que antes la gente estaba demasiado ocupada sobreviviendo, pasando hambre, sufriendo horribles padecimientos. Ser así de gilipollas no es que fuese una excentricidad al alcance de muy pocos, es que sencillamente no había lugar... En cambio mirad ahora. Toda la culpa la tienen Fleming y Pasteur, hijos de puta.

Harry Potter: a caballo entre la Muerte y la Reliquia

El día a día como sucesiva permutación de circos. Son las cinco, nueve minutos sobre el doble cero del minutero. Apenas algo más de una hora para el gran acontecimiento. Suerte que ya no pertenezco al gremio de los libreros. Tengo el invierno atragantado desde hace días en algún tramo del esófago. Yo soy el gato y él la bola de pelo. Alguien me ha dicho esta mañana sin venir a cuento que en esta séptima, última con suerte,  de la saga, Harry Potter, el estudiante cum laude de la Licenciatura en magias y supercherías, "moría pero no moría". ¿Cómo diantre se come eso?

 

Vivo sin vivir en mí

de lo lento que pasa el tiempo

todavía sesenta minutos para las seis y media 

-2008 21 de febrero-

tan altas son las ventas que espero

que sólo de pensar en los dividendos

me da el pasmo el squirt el jamacuco

me diluyo en lúbricos sueños de dinero

me corro y me recorro que es un gusto

y de tanto correrme y sentir quieto el segundero

muero porque no muero

Santa Teresa de Rowling

Yo soy multimillonaria y vosotros estáis muertos

Mientras tanto, anda circulando por ahí un gran libro, entre las sombras, los fantasmas, los fantoches, tanta payasada. Se titula "¿Quién nos cortará las uñas cuando hayamos muerto?", de un tal Ferrán Barber. Allá cada cuál con lo que se lleva a la cama...

 

Hola, me llamo Manolo y también tengo un blog... ¿Me la chupas?

A veces no sé muy bien a qué cojones vengo aquí, es un poco como el inútil aquel de William Katt, sí, el rubiales imberbe al que los extraterrestres le dieron un traje rojo y hortera para que salvase el mundo. Pero el fulano resultó ser un completo gilipollas. Dios le da pan a quien no tiene dientes y en realidad ET sólo escogió a Elliot porque era un poco como Michael Jackson: orchestral manoeuvres in the dark...

Y así va y sucede que alguien pasa por tu lado y te dice: "Pst, pst... ¡Eh, tú!"... ¿Yo? "Sí, ", y te suelta el traje, o la pluma, o el teclado, lo que sea, y ahí te las apañes, cabrón. Yo no pedí estos poderes... Te jodes. Piensan que están haciendo lo mejor pero en verdad la están cagando hasta el fondo. ¿En serio estaban tan cegarrutos los extraterrestres? No sé, ¿alguno de vosotros le daría el traje de Supermán a Jiménez Losantos, por ejemplo?

Bueno, el caso es que tamaña ceguera, la de los marcianos y demás caterva sideral, de ser cierta, explicaría por qué todavía no han aterrizado en este asqueroso planeta más que en peliculejas de serie B y noveluchas impresas en papel de limpiarse el culo. Precisamente por eso, porque estamos a tomar por culo del universo y no es nada fácil dar con nosotros... sobre todo si eres alien miope de los huevos.

Pero bueno, ya que estoy aquí y algún fulano me ha regalado este traje en forma de pantalla y teclado y mucho estar hasta las napias, voy a soltar mi mierda, que uno también tiene su culo y necesita evacuar de tanto en tanto.

Qué bonito el mundo de los blogs, ¿no? Joder, se te llena la boca con la palabrita de marras: "blogosfera". Peor que en un jodido maldito capítulo de la puta Star Trek. Antes lo que nos igualaba a todos era el DNI, es decir, los papeles. Bueno, hay que matizar... igualaba a los blancos. Los papeles de los negros, rojos, amarillos y demás colorainos van a parte, eso lo sabemos todos, Rajoy el primero... Pero ahora no. Ahora puedes ir indocumentado por la vida, da igual, pero no te puede faltar el blog. O lo que es lo mismo: blogueo, luego existo. Descartes meado y cagado hasta la peluca.

Todo el mundo tiene un blog, o más de uno, absurdos nos da la vida; incluso aquéllos -la mayoría- que no tienen ni puta idea de qué escribir ni de cómo demonios se escribe. Van a clase a calentar la silla, joderle la vida al personal, compañeros y profesores: bullyng y toda esa hostia. Encefalograma plano, ni maldita idea de nada ni falta que les hace, pero luego llegan a casita de papá y mamá, se conectan a la red de redes -!que no, Punset, que aquí nadie te ha mentado, deja de chupar plano!-, y dale, a soltar su basura en interlingua sms. ¿Qué carajo nos está pasando? Los dinosaurios tenían la respuesta pero prefirieron comerse los unos a los otros antes que presenciar la que se les venía encima...

Pues la puta blogosfera es la misma puta cosa. Joder. Al parecer todo el mundo tiene algo que decir, esto es, que escribir. ¿Habéis echado un vistazo a vuestro alrededor? ¿De veras creéis que vale la pena? Me cago en todo. Y además todos pretenden que el mayor número de los otros lean y comenten sus excrementos vitales en forma de horrible ortografía. Como para suicidarte cinco veces antes de que la alarma del horno haga ¡ding! Es perverso, nauseabundo. Alienador.

Claro que también los hay con talento, haciendo cosas buenas, peligrosas y centelleantes, pero son los menos. Como ocurre con la literatura, la pintura, todas las demás artes cojoneras, el 99% de lo que se hace es absoluta y pura MIERDA, y luego está ese 1% restante, con verdadero talento, puñetera fuerza, que eso sí, sólo se reconoce con el mucho tiempo, o aún peor, cuando has palmado.

De todos modos lo más divertido de los blogs no son los blogs, son las carcajadas que te echas a su costa si te pones en modo entomólogo. ¿Habéis dado una ojeada ahí afuera? Díos mío. El infierno ardería con nuevos e insólitos colores si es que semejante conjunción de egolatrías dejase algún espacio al oxígeno... Conque, los que podáis, ahorrároslo, todavía estáis a tiempo... No sé, donad sangre, echad un polvo, fumaros un porro, o leed un libro. Leed a Hubert Selby...

Los que se llevan la palma son los blogs Candy Candy. Ésos sí, joder; intentas por un momento imaginar qué se cuece detrás de semejante sarta de cursiladas y superficialidades, pero es imposible, te desangras mucho antes; te exprimes por dentro y aún así no llegas, te quedas corto, tendrías que rebanarte medio cerebro y me parece que ni por ésas... Tu mente no lo procesa. Lo cual no impide, pese a todo, que existan, y en gran cantidad, cada vez más y más venenosos. La vida es un sumidero bien engrasado y tus dedos hace tiempo que se convirtieron en úlceras sangrantes.

¿Y qué me decís de los comentaristas? Mierda, ésos merecerían libelo a parte. Los trolls tienen su gracia, claro. Individuos sin vida propia, existen sólo por y para la cobardía. Sus madres los pillaron de pequeños machacándosela en el lavabo con un ejemplar de La Judía Verde... Pero los que de verdad se me antojan morralla de la más baja estofa son los tíos que visitan blogs escritos por tías; tías supuestamente talluditas, supuestamente independientes, supuestamente inteligentes, graciosas y/o ingeniosas. Supuestamente. Muy Supuestamente... Y por supuesto, el toque final, "supuestamente putas", se lo dicen o lo piensan, "ésta es una puta, está claro, aunque no quiera reconocerlo", no para de repetírselo, "es una puta, es una puta", hasta convertirlo en un mantra esquizoide, puedes casi imaginarlo, pegado a la pantalla, perdida la mirada, la boca babeando, una mano en el ratón y la otra en la bragueta.

En otras palabras, las treintañeras trotonas. Son su objetivo. Estos sujetos sí son el verdadero espectáculo de la blogosfera, amigos. Lees sus comentarios: "Cuidate, wuapíssima! ;)", "Eres la namber uan :D", "Tu si k molas mazo wapaza :*"...

¡Frap!

¡Frap! ¡Frap!

¡Frap! ¡Frap! Frap!

Sí, ¿no los oís?... ¿De verdad?... Joder. Pues yo sí los oigo, sus golpes espasmódicos contra la mesa del escritorio mientras se la machacan todo desenfreno, ojos locos y lobotomizados mientras musitan: "ésta me la follo... ésta me la follo... vaya si me la follo... argh... arghhhh... argggghlglglglhhhhhh..."

En resumidas cuentas, que con blogs o sin ellos el mundo es y seguirá siendo un lugar tan entrañable y tranquilo...

Mierda

En el post precedente escribí "mierda" tres veces. Lo releo y pienso que podría haber sustituido al menos una de ellas por "cagarro" y todo el conjunto me habría quedado mucho más, digamos, ¿digno?... Pero no, puse "mierda" y la cosa quedó como quedó. Hay días que estás arriba, días que estás abajo, y después el resto; los días en que sencillamente no estás. De modo que con ésta última y la del título vuelven a ser tres, pero ahora estoy mucho más orgulloso de mi texto porque hoy, a diferencia de ayer, ninguna de ellas es sustituible más que por "mierda"... ¡Uy!, cuatro. Ya me pasé...