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tannhauser

DIARIO DE MI HYDE (2)

Domingo. O sea, ayer. Ocho de la mañana. El despertador me levanta. ¡Dios!... La espalda me duele horrores, como si toda ella fuese un único músculo agarrotado, pero al menos el dolor de cabeza se fue; después de un día entero con el infierno estallando en mi cerebro, desde que desperté hasta que conseguí, al fin, dormirme, amanecer de nuevo con la cabeza lúcida y sin dolor es algo bueno, muy bueno, tanto que casi me hace concebir esperanzas… aunque tampoco me hago demasiadas ilusiones.

El tren llega con retraso, media hora, hay cosas que nunca cambiarán, ni en este siglo ni en ningún otro. Hago tiempo tomando un café con leche; no es demasiado bueno. Intento leer algo pero lo dejo enseguida, no estoy de humor. Un abuelo se pone a jugar con su nieto en mitad de la cafetería, armando escándalo con una menuda pelota de plástico, y mientras el abuelo hace el tonto y pone esos rostros bobalicones que sólo se ponen delante de los bebés, como si fuesen auténticos subnormales, el pequeño, que apenas sí se tiene en pie, luce una viva sonrisa de oreja a oreja. Enseguida se hace con el respetable, captando su atención, provocando sonrisas y miradas tiernas. En todos ellos hay un fino deje de envidia inaprensible, no por la infancia ya perdida, sino porque quisieran también, como el crío risueño, vivir felices sin tener que entender nada de todo esto...

En el tren un tipo va recorriendo los vagones plantándoles la mano abierta en la cara al pasaje, directo al grano; ya ni siquiera se curran unos carteles ni se inventan unas dramáticas vidas que llorar. Miro su cara, ladeo la cabeza y él pasa al siguiente; es el mismo tipo que en la cafetería de la estación, dos mesas más allá, perdía su mirada en el fondo de una copa de vino tinto vacía…

Llego a Barcelona con cuarenta minutos de retraso; dos horas y diez minutos para cien kilómetros… Mientras camino por el andén me quedo mirando las colillas, no puedo evitarlo, siempre acabo mirando ese inmenso oceáno de colillas sucias que se amontonan a los lados de las vías. Me pregunto si alguien baja ahí de cuando en cuando a aspirar toda esa mierda, no es tan difícil pienso, es algo que saldría con cierta facilidad. Aunque bien mirado, tal vez siempre son las mismas y están ahí pegadas a propósito. Son de madera, de cerámica o de plástico, primero las pintaron a mano, una a una, y luego las pegaron ahí. Sí, tal vez no es más que otra valiosa seña de identidad de la ciudad como la Sagrada Família, la Torre de Collserola, las Ramblas o el Camp Nou... Hay tal cantidad de gente en esta ciudad, gente gente y más gente por todas partes, gente que fuma y fuma sin cesar y luego tira las colillas a las vías, gente capaz de crear de la nada un volumen de basura y desperdicio tan atroz que aunque todos y cada uno de sus habitantes fuesen barrenderos trabajando a turnos de doce horas, esta ciudad no sería jamás capaz de limpiarse a sí misma… La gente nunca se acaba y su basura tampoco…


© JIP

3 comentarios

Las Hermanas Márquez -

¡Impresionante!

"Hasta siempre"
Este camino largo
Paquito D'Ribera

JIP -

¡¿acuna matata?!... supongo que te refieres a "Whiskey in the Jar"... bueno, te lo perdono esta vez... pero sólo por ser "Yo"... jejeje... ;)

yo -

a mi me gusta la del acuna matata