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tannhauser

Voz a crédito

Una cita de Céline en "Semmelweis" que quiero compartir con todos vosotros:

 

"Nada es gratis en este bajo mundo. Todo se expía; el bien, como el mal, tarde o temprano se paga. El bien, forzosamente, resulta mucho más caro".

 

Te deja helado. Bueno, al menos me dejó helado la primera vez que se la leí, y todavía hoy lo sigue haciendo: cuanto más me la recuerdo más petrificado me deja: cuantos más días paso en esta vida más y más fuerte me golpea su verdad. Todo tiene un precio, y tan alto a veces que aun dando la vida, después, como fantasma, seguirías endeudado.

No se puede soltar al aire un beso, una mirada, una caricia, sin pensar que antes o después algo o alguien ha de venir por ti a cobrarse su precio. Ni siquiera los sueños, por mucho que se empeñe el tópico ese que dice que hacerlo es gratis. No. Ni siquiera soñar es gratis. Y el que piense lo contrario se me antoja un adicto de la ingenuidad.

 

Y las palabras... claro, las palabras... Las palabras son las menos gratuitas de todas. Las condenadamenete caras. Cada maldita letra cuenta. ¿De cuántas palabras puede uno servirse en este bajo mundo antes de agotar por completo su crédito?

Quizá ahora algunos que me conocen sepan por qué, de ordinario, hablo tan poco... 

5 comentarios

Javi -

¿Hablas por propia experiencia?

;-P

laceci -

Es al contrario, los ordinarios somos los que hablamos mucho, demasiado incluso.

Pero... si resultas \"ordinario\" hablando poco, realmente lo eres!!

:-P

wave -

Si que tienes razón en eso de los sueños, yo llevo pagando por ellos muxo tiempo... pero no puedo evitar seguir gastando en ellos.

peceme -

Bueno, las palabras, a veces no son tan importantes, de todas maneras, tarde o temprano, se las lleva el viento.
Una persona me dijo que lo que si que eran importantes eran los hechos, y sí, tenía razón.
Las palabras, son eso, palabras.

katakrek -

Puedo decir que la amistad es otra de esas cosas que endeudan, ¡y de qué manera! Hace tiempo que tus palabras calaron hondo dentro de mí... haciéndote principal acreedor de mi actual forma de pensar, y a la vez, gran deudor para conmigo.