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tannhauser

Me dicen que miro raro

 

Hoy me he levantado con el pastoso regusto en la boca de una pesadilla fulciana. En toda regla. Los fulcianos saben. Pero para los no fulcianos, que son la mayoría, un pequeño recuento de ingredientes: la estampa tenía un mucho de sangre y otro tanto de teta al aire, y en mitad toda la carne y el muslamen, abiertos en canal; saja, taladra, destripa, decapita; ese rollo. Mujeres gritando todo el rato, con la boca muy abierta, los dientes muy blancos y en su sitio, los labios bien pintados, de rojo agazapado, de rojo vino tinto. Gritando, claro, siempre y cuando consiguieran mantener cabeza y miembros vitales en su sitio, que no solía pasar. Y los hombres, de pega, como es fulciana costumbre, apenas capaces de nada útil, incluido el follar. Y de ahí al foso. Recuerdo que se daba el momento en que yo cogía un camión de los enormes, uno en plan Golpe en la pequeña China o Maximum Overdrive. La chica iba conmigo. Algo quería comerse nuestros sesos. Los de ella primero. Que por algo no me la había dejado enchufar... Luego las puertas blancas reventaban como dando a luz, como pariendo sin previamente haber roto aguas de barnizada madera. Todo se desataba. Todos muertos. Nunca he sido gran protagonista de nada. Fin. El tema, lo gracioso, si es que cabe llamarlo así, era que el asunto había comenzado porque otro tipo y yo aceptamos jugar un partido de street basket con cuatro negros y nos dio por escoger al único que no la sabía meter.

Estas cosas pasan por acostarse uno antes de lo acostumbrado, darle al cuerpo más sueño del que necesita, que acabo sacando el subconsciente a pasear, y con él toda la mierda que acumulo dentro. Mierda de años. La más inofensiva por culpa del cine de casquería.

 

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