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tannhauser

Resistencia

Negativa Epifanía Ballardiana

Últimamente escribo mucho y pese a todo estoy donde seguía, no me conduzco a ninguna parte, fuera del alcance todas las paradas de metro. Escribo poemas que no me alimentan y ni siquiera los quemo, porque ya ni el fuego es lo que venden, no purifica nada, más bien lo desembruja, lo deja rebelde. Prefiero romperlos, hacerlos pedazos, los guardo en una caja para el año que viene, carnaval, y entonces la lluvia, dorada de blanca celulosa, leche manchada de tinta y grafito y torpe genio de artista impotente, demasiado tiempo atrás adolescente. Confeti espermático. Cumshot verbenero. Pelos y pómulos, pantorillas y pechos al descubierto, bañados en la salsa lefachirle y somormuja de mi fracaso plenipotencial. No sé por qué me atrajeron siempre las mujeres con culo de pato... Escucho mucha música con al menos los diez años de solera, que es cuando empecé a perder los papeles; estos días, sobre todo depeche mode, que me traen los tiempos de cuando empezaba a leer a cioran y todos las tardes, pasadas las seis, irradiaban verano. Cogería la carretera, liada la cabeza a la manta, y me plantaría en los abismos, las marismas, las aristas putrefactas por el aliento digital de los muertos, si no supiese que ésta es una prisión adherida a las almas -todas cuantas me albergan- poco menos que con superglú de las esferas, cogido por los huevos con blútack de los infiernos. Me queda la opción medianera. Robar un plymouth del 76, quinta a fondo, 180, estrellar y alicatar, hacerme uno contra el muro. Leo cosas por ahí que me ponen de los nervios, oigo otras que hacen cáncer de mi psíquis. Pero los hay también que toman drogas que envidio o habitan cerebros que me comería. Salgo a la calle para no recoger más que la bofetada de un oxígeno sin coraje y eso es precisamente lo que más me revienta e impide que me reinvente: todos parecen querer inhibirse de la magia y yo nunca conseguí desarrollar piernas más allá de los muñones.

Pues cuando haya Luna Llena ni te cuento...

Últimamente la gente del cine y la farándula la está espichando que es un gusto, Richard Widmark el último del que tengo noticia, que tuvo a bien privarnos de su compañía a los noventa y pocos, lo que es prueba o bien de una paciencia incontestable, o indicio de profundas cataratas en las retinas del sentido común. De todos modos no me sorprende, estamos en primavera y hace más frío que en enero -y además en esta Ciudad Muerta que no ha de arrasar ninguna plaga, ya lo estoy viendo, un vientazo nocturno del copón-: si ya dicen bien quienes refranean aquello de que los viejos cuentan sus años por inviernos, qué de gente no se ha de llevar por delante todo un señor cambio climático.

Aun así no todas van a ser malas noticias, porque los castellanoleyentes ya podemos disfrutar de otro Ballard que echarnos a la muela, lo que siempre debe ser motivo de congratulación y refocilo entre quienes gustamos de las letras posthumanas, los túneles de lavado y los polvos furtivos a toque de claxon y freno de mano. El último Ballard apto para los muchos a quienes Shakespeare nos suena a chino lo editó Minotauro antes de venderse al Gigante Planeta, convirtiéndose, por tanto, en uno más de sus sellos puppet. Cuando sea que los cracks de Valdemar decidan hacer lo mismo -por dios, seguid resistiendo- boto a bríos que yo me hago el sepuku abriendo las compuertas de Vandellós.

Perro Aullador, que me lee por las noches en la soledad de su cubil sin ventanas, me escribe que cualquier día de estos que me pille por las Barcelonas me va a comentar ciertas cosas, y yo casi estoy por pensar que me quiere leer la cartilla porque últimamente ando desnortado y como con espumarajos en la boca y más abajo, ultrapasándome de misógino y un pelín también de demagofágico. Yo estoy por contestarle que en realidad no es misoginia, que es misantropía declarada y asco del mundo mal digerido, amén del saco escrotal hasta el borde de babas, que también influye lo suyo. Que puestos a cargar las palabras con el dardo de la rabia mejor apuntar a las gachises, que al fin y al cabo -casi- siempre están de mejor ver.

Por la tarde me encuentro con Puto Gordo y no lo reconozco, no sólo porque ha perdido diez o más quilos, también por el abrigo y la camisa y las pintas de ir prosperando en su particular escalada hacia un Patrick Bateman adicto a la careta de cerdo. Yo en cambio voy con la misma facha de hace diez años, mochila al hombro llena de libros y ropas de arrastrado. Tomamos un café y hablamos de cosas ni normales que hacen que tres o cuatro tiñalpas se giren buscádonos las doce con ánimos de messerschmitt. Luego le llaman por teléfono. Y el muy cabrón se pone a falar brasileiro talmente como si lo hubiesen parido en mitad de un sambódromo. Mientras lo escucho a medio camino entre la admiración y el alucine empiezo a preguntarme en qué insospechado momento cogí es desvío a este lado equivocado de las vías... Sí, ya sé lo que me dirías si tú fueses yo: "pero es que tú escogiste la trinchera, compañero"... Qué duda cabe. Eso lo tengo claro. Por eso yo moriré de una úlcera sangrante 20 o 30 años antes que tú...

Luego mira la hora en un reloj que no muestra ningún número, ni siquiera esfera, sólo lucecillas  de colores y cuadrículas en plan Tron: sencillamente parace lo que sería KITT si en lugar de coche fantástico lo hubiesen diseñado prueba de embarazo... El tipo de reloj pedante, geek y ronchahuevos que se compra un ingeniero para demostrar la superioridad matemático-intelectual del hemisferio izquierdo de su cerebro, y del cual el hemisferio derecho de mi cerebro y yo, ambos de letras -y pese a todo tus amigos, Gordo-, nos encargamos de hacer el oportuno escarnio público...

Y no me vengas con que no te lo avisé.