EL ESTIGMA EDEN
Hoy he recibido una nueva carta de rechazo a uno de mis relatos. Acumulo ya unas cuantas de estas, del más varipinto calado, y cabe decir que en la de hoy no se mataron mucho. Ni siquiera se molestaron en esgrimir motivo alguno para el rechazo, decirme lo bueno o lo horrible que les había parecido el texto, y mucho menos señalar si les parecía o no mejorable o reescribible. Lo cierto es que me importa más bien poco, lo que suele decirse un comino, siendo fisno, porque en modo alguno esta negativa empaña mi fe en un cuento que sé bueno. Supongo que habrá que esperar... quizá hasta que mis huesos descansen bajo tierra...
Porque como no hay mal que por bien no venga, aquí estoy, espoleado por este nuevo rechazo en mi carrera literaria no nata, redactando este post que bien podría considerarse extensión del que la pasada semana pergeñé sobre John Kennedy Toole y su condenada suerte, y que va dedicado a todos lectores amantes de la buena literatura en general, y a los sufridos aspirantes a juntaletras en particular. También, cómo no, si algún que otro editor se pasea por aquí, ¡también va por ti,amigo!... Sin acritud...
De entre todo lo que le he leído a Jack London, su novela de tintes netamente autobiográficos -como casi toda su obra por otra parte-, Martin Eden, me ha parecido lo mejor, quizá por aquello de que, como escribidor en ciernes que gusto soñarme, me encanta leer sobre el hecho del escribir y por supuesto también sobre la vida de los que escriben o escribieron, fuesen o no ficción. De hecho pienso que este debería ser un libro que todos aquellos que aspiran a escribir, sobre todo si -ingenuos- pretenden vivir de la literatura -¡y más en este país¡-, deberían leer. Me atrevería incluso a decir que debiera ser su libro de cabecera, ya que su historia, la historia de Martin Eden, debería ser para ellos un ejemplo a seguir... o casi...
Imaginádlo. Un joven de clase baja, sin pasado, sin futuro, sin formación, casi anafabeto pero en extremo inteligente, y movido por una terrible ilusión, decide un día que "sería escritor. Sería uno de esos ojos a través de los cuales ve el mundo, uno de los oídos a través de los cuales el mundo oye, uno de los corazones con que el mundo palpita", y enfrentándose a todos, a la moral arribista, al que dirán, decide dedicar su tiempo y su vida única y exclusivamente a ser alguien en esto de la Literatura. Malviviendo de pensión en pensión con dinero las más de las veces prestado, dedica sus días a leer incansable, compulsivamente, y a llenar más y más páginas de entusiasmada letra. Escribe de todo, ningún género le amilana, y pone en ello el alma y las entrañas. Apenas durmiendo cinco horas diarias, el resto de la jornada se lo entrega a la literatura. Pero no es un mundo fácil, nadie dijo que lo fuese. Diarios y revistas rechazan sistemáticamente todos sus trabajos. Familia y amigos le echan en cara que prefiera perder el tiempo emborronando inútiles folios en lugar de buscarse un trabajo como dios manda y hacerse un hombre de provecho. Nadie cree en el talento de Martin Eden salvo el propio Martin Eden. Porque él, pese a pequeños altibajos, no sucumbe al desaliento. Sigue escribiendo, sigue enfrentándose a críticos y editores, a los que censuran su actitud y rechazan su sueño.
Hasta que de repente un día el mundo se vuelve del revés, o mejor dicho, se reafirma en su mezquindad, y, voluble, maleable, caprichoso y advenedizo, encumbra aquello mismo que poco tiempo atrás había arrojado al fango. Martin Eden se convierte en escritor de éxito, gana cantidades indecentes de dinero, y las mismas personas que en el pasado le dieron la espalda, lo tildaron de vago y fatuo soñador, incluida su traicionera prometida, lo tienen ahora por excelentísima celebridad. Y lo mejor de todo es que lo ha conseguido con los mismos escritos que antes fueron objeto de ostracismo y vituperio. El mismo Eden se lamenta de ello: "Martin se acordaba de las muchas veces que había visto al juez Blount en casa de los Morse. ¿Por qué no le había invitado entonces? Él no había cambiado, era el mismo Martin Eden. ¿Qué había cambiado entonces? ¿Era la circunstancia de haber aparecido en tinta de imprenta? Pero si ya lo tenía escrito de antes. Todo estaba ya hecho... Pero el juez Blount le invitó a comer (...) "Todo estaba ya hecho" La frase le perseguía. Estaba sentado frente a Bernard Higginbotham, ingiriendo una de sus pesadas comidas de domingo, y sentía ganas de gritarle ¡Pero si todo estaba ya hecho! Todo estaba ya hecho cuando me caía de hambre, y entonces no me ofrecías de comer. Me prohibías la entrada en tu casa y me maldecías, porque no trabajaba. Y el trabajo ya estaba hecho... y ahora, cuando hablo, te callas con respeto y asientes a lo que yo quiera decir (...) ¿Y por qué? Porque soy famoso, porque tengo mucho dinero, no porque yo sea Martin Eden. Si te digo que la luna es de queso gruyére, suscribes la afrimación, o por lo menos no la rechazas..., porque poseo dólares, montañas de dólares. Y, sin embargo, cuando me escupías, cuando me hubieses pisoteado como el agua de la calle, todo estaba ya hecho".
Y finalmente, en la cúspide de su carrera pero a la vez en su instante espiritual más bajo, incapaz de asimilar que se le venerase por aquello mismo que antes le granjeó tanta animadversión, sintiéndose defraudado y fracasado, ciertamente sospechando que en realidad nada de mérito había en él o en sus escritos, pues se había convertido simple y llanamente en una moda, y la gente no admiraba de él sino su fachada en lugar de interesarse por el Martin Eden, hombre, es entonces cuando London , como auténtico dios responsable de su trama, decide que su personaje debe morir... quitándose la vida: "Primero nadó un rato. Un bonito de los que siguen a los barcos le mordió y le quitó la carne. "La Mariposa" se alejaba. Dejó de nadar y se instaló en la vertical. Le rodeó como una hoguera radiante. Después, tenebrosidad".
Una víctima más que añadir a la larga lista de mártires de la Literatura y el Arte, en la que, siete años más tarde de ingresar Eden, acabaría también el propio London, quien habiendo ficcionado tanto de su vida y su carrera literaria en aquella novela, terminó por hacer realidad su propia ficción suicidándose, como su personaje y alter ego, el 22 de Noviembre de 1916.
Terriblemente enfermo, desilusionado, víctima del exceso, terminal en tantos aspectos después de haberle exprimido al máximo el jugo a la vida, London, como Toole, se quitó de enmedio al no poder soportar la idea de haberse defraudado a sí mismo, aunque a diferencia del autor de "La Conjura de los Necios", el padre de "Martin Eden" experimentó la ponzoñosa mordedura de dicho fracaso merced al éxito literario -vacío e hipócrita en su tiempo, sólo justamente vindicado a posteriori- y no por la ausencia de él.
En cualquier caso, mi intención hoy al escribir este texto no era otra que expresar la relación íntima, cómplice, tantas veces trágica y pavorosa, que se establece entre un hombre y su arte, un escritor y sus ficciones, en la cual imaginación y persona, carne y pensamiento, se retroaliementan mutuamente, tal como si cada uno de los términos de la ecuación fuese parásito del otro, como si a veces no hubiese más vida que la escritura y ésta, al sentirse creada, regalase a cambio de nuevo la Vida -sí, con mayúsculas-. Y en esta relación que, curiosamente, cuanto más sincera y estrecha, más auténtica, más potente y fructífera, y también, las más de las veces, peor acaba, el gran público ávido de best-sellers con los que decorar sus estantes, la respetable crítica sedienta de mitos y héroes de la letra, y, por supuesto, los eminentes editores golosos de crematísticos superventas, son simplemente molesto y ruidoso público en el gallinero que más bien poco saben de eso que gustan en llamar Arte.
Porque realmente no importa si tu historia vende un millón de ejemplares o se queda para los restos encerrada en la oscuridad de un cajón -o un disco duro-, como tampoco el que te lean miles o te lean cientos o no te lea ni el apuntador, ni tan siquiera el que guste lo que dices o tus versos caigan al común del respetable como el culo. Porque si tú, autor, padre y dios de tus ficciones, y por extensión, el más duro y severo de los críticos para contigo mismo, estás orgulloso de tus palabras, entonces "el trabajo está ya todo hecho"... pues la luz que despide tu obra eclipsa el Universo y la llama que arde en tu pecho mientras creas ensombrece al mismo Dios... aun cuando la muerte tarde o temprano te gane la partida del aliento...
Y esa magia no hay jodida carta de rechazo, humana ni divina, que la apague...
© JIP
Porque como no hay mal que por bien no venga, aquí estoy, espoleado por este nuevo rechazo en mi carrera literaria no nata, redactando este post que bien podría considerarse extensión del que la pasada semana pergeñé sobre John Kennedy Toole y su condenada suerte, y que va dedicado a todos lectores amantes de la buena literatura en general, y a los sufridos aspirantes a juntaletras en particular. También, cómo no, si algún que otro editor se pasea por aquí, ¡también va por ti,amigo!... Sin acritud...
De entre todo lo que le he leído a Jack London, su novela de tintes netamente autobiográficos -como casi toda su obra por otra parte-, Martin Eden, me ha parecido lo mejor, quizá por aquello de que, como escribidor en ciernes que gusto soñarme, me encanta leer sobre el hecho del escribir y por supuesto también sobre la vida de los que escriben o escribieron, fuesen o no ficción. De hecho pienso que este debería ser un libro que todos aquellos que aspiran a escribir, sobre todo si -ingenuos- pretenden vivir de la literatura -¡y más en este país¡-, deberían leer. Me atrevería incluso a decir que debiera ser su libro de cabecera, ya que su historia, la historia de Martin Eden, debería ser para ellos un ejemplo a seguir... o casi...
Imaginádlo. Un joven de clase baja, sin pasado, sin futuro, sin formación, casi anafabeto pero en extremo inteligente, y movido por una terrible ilusión, decide un día que "sería escritor. Sería uno de esos ojos a través de los cuales ve el mundo, uno de los oídos a través de los cuales el mundo oye, uno de los corazones con que el mundo palpita", y enfrentándose a todos, a la moral arribista, al que dirán, decide dedicar su tiempo y su vida única y exclusivamente a ser alguien en esto de la Literatura. Malviviendo de pensión en pensión con dinero las más de las veces prestado, dedica sus días a leer incansable, compulsivamente, y a llenar más y más páginas de entusiasmada letra. Escribe de todo, ningún género le amilana, y pone en ello el alma y las entrañas. Apenas durmiendo cinco horas diarias, el resto de la jornada se lo entrega a la literatura. Pero no es un mundo fácil, nadie dijo que lo fuese. Diarios y revistas rechazan sistemáticamente todos sus trabajos. Familia y amigos le echan en cara que prefiera perder el tiempo emborronando inútiles folios en lugar de buscarse un trabajo como dios manda y hacerse un hombre de provecho. Nadie cree en el talento de Martin Eden salvo el propio Martin Eden. Porque él, pese a pequeños altibajos, no sucumbe al desaliento. Sigue escribiendo, sigue enfrentándose a críticos y editores, a los que censuran su actitud y rechazan su sueño.
Hasta que de repente un día el mundo se vuelve del revés, o mejor dicho, se reafirma en su mezquindad, y, voluble, maleable, caprichoso y advenedizo, encumbra aquello mismo que poco tiempo atrás había arrojado al fango. Martin Eden se convierte en escritor de éxito, gana cantidades indecentes de dinero, y las mismas personas que en el pasado le dieron la espalda, lo tildaron de vago y fatuo soñador, incluida su traicionera prometida, lo tienen ahora por excelentísima celebridad. Y lo mejor de todo es que lo ha conseguido con los mismos escritos que antes fueron objeto de ostracismo y vituperio. El mismo Eden se lamenta de ello: "Martin se acordaba de las muchas veces que había visto al juez Blount en casa de los Morse. ¿Por qué no le había invitado entonces? Él no había cambiado, era el mismo Martin Eden. ¿Qué había cambiado entonces? ¿Era la circunstancia de haber aparecido en tinta de imprenta? Pero si ya lo tenía escrito de antes. Todo estaba ya hecho... Pero el juez Blount le invitó a comer (...) "Todo estaba ya hecho" La frase le perseguía. Estaba sentado frente a Bernard Higginbotham, ingiriendo una de sus pesadas comidas de domingo, y sentía ganas de gritarle ¡Pero si todo estaba ya hecho! Todo estaba ya hecho cuando me caía de hambre, y entonces no me ofrecías de comer. Me prohibías la entrada en tu casa y me maldecías, porque no trabajaba. Y el trabajo ya estaba hecho... y ahora, cuando hablo, te callas con respeto y asientes a lo que yo quiera decir (...) ¿Y por qué? Porque soy famoso, porque tengo mucho dinero, no porque yo sea Martin Eden. Si te digo que la luna es de queso gruyére, suscribes la afrimación, o por lo menos no la rechazas..., porque poseo dólares, montañas de dólares. Y, sin embargo, cuando me escupías, cuando me hubieses pisoteado como el agua de la calle, todo estaba ya hecho".
Y finalmente, en la cúspide de su carrera pero a la vez en su instante espiritual más bajo, incapaz de asimilar que se le venerase por aquello mismo que antes le granjeó tanta animadversión, sintiéndose defraudado y fracasado, ciertamente sospechando que en realidad nada de mérito había en él o en sus escritos, pues se había convertido simple y llanamente en una moda, y la gente no admiraba de él sino su fachada en lugar de interesarse por el Martin Eden, hombre, es entonces cuando London , como auténtico dios responsable de su trama, decide que su personaje debe morir... quitándose la vida: "Primero nadó un rato. Un bonito de los que siguen a los barcos le mordió y le quitó la carne. "La Mariposa" se alejaba. Dejó de nadar y se instaló en la vertical. Le rodeó como una hoguera radiante. Después, tenebrosidad".
Una víctima más que añadir a la larga lista de mártires de la Literatura y el Arte, en la que, siete años más tarde de ingresar Eden, acabaría también el propio London, quien habiendo ficcionado tanto de su vida y su carrera literaria en aquella novela, terminó por hacer realidad su propia ficción suicidándose, como su personaje y alter ego, el 22 de Noviembre de 1916.
Terriblemente enfermo, desilusionado, víctima del exceso, terminal en tantos aspectos después de haberle exprimido al máximo el jugo a la vida, London, como Toole, se quitó de enmedio al no poder soportar la idea de haberse defraudado a sí mismo, aunque a diferencia del autor de "La Conjura de los Necios", el padre de "Martin Eden" experimentó la ponzoñosa mordedura de dicho fracaso merced al éxito literario -vacío e hipócrita en su tiempo, sólo justamente vindicado a posteriori- y no por la ausencia de él.
En cualquier caso, mi intención hoy al escribir este texto no era otra que expresar la relación íntima, cómplice, tantas veces trágica y pavorosa, que se establece entre un hombre y su arte, un escritor y sus ficciones, en la cual imaginación y persona, carne y pensamiento, se retroaliementan mutuamente, tal como si cada uno de los términos de la ecuación fuese parásito del otro, como si a veces no hubiese más vida que la escritura y ésta, al sentirse creada, regalase a cambio de nuevo la Vida -sí, con mayúsculas-. Y en esta relación que, curiosamente, cuanto más sincera y estrecha, más auténtica, más potente y fructífera, y también, las más de las veces, peor acaba, el gran público ávido de best-sellers con los que decorar sus estantes, la respetable crítica sedienta de mitos y héroes de la letra, y, por supuesto, los eminentes editores golosos de crematísticos superventas, son simplemente molesto y ruidoso público en el gallinero que más bien poco saben de eso que gustan en llamar Arte.
Porque realmente no importa si tu historia vende un millón de ejemplares o se queda para los restos encerrada en la oscuridad de un cajón -o un disco duro-, como tampoco el que te lean miles o te lean cientos o no te lea ni el apuntador, ni tan siquiera el que guste lo que dices o tus versos caigan al común del respetable como el culo. Porque si tú, autor, padre y dios de tus ficciones, y por extensión, el más duro y severo de los críticos para contigo mismo, estás orgulloso de tus palabras, entonces "el trabajo está ya todo hecho"... pues la luz que despide tu obra eclipsa el Universo y la llama que arde en tu pecho mientras creas ensombrece al mismo Dios... aun cuando la muerte tarde o temprano te gane la partida del aliento...
Y esa magia no hay jodida carta de rechazo, humana ni divina, que la apague...
© JIP
11 comentarios
juan leonardo minaya ramos -
JIP -
corsaria -
No sé donde leí hace tiempo que un escritor primero escribe para sí mismo y luego para los demás. Si lo hace al revés a sus obras les falta el alma.
Espero tengas suerte con esos relatos, pero si tu estás a gusto con ellos, lo demás ya vendrá.
Un saludo. :)
JIP -
Gracias por tus ánimos, no sé si se trata de suerte o no, pero de lo que sí estoy seguro es que en esto de la escritura, como en tantas otras cosas en la vida, "vale más caer en gracia que ser gracioso"... lamentablemente...
un saludo sin ruido pero con ficción...
lucy -
Lucy sin ruido ni ficción
JIP -
troyana -
JIP -
Gracias por tus ánimos... yo por mi parte voy a seguir intentándolo... hasta que reviente...
un saludo.
troyana -
pienso, como diría A.Gala, que el escritor es escritor porque no puede dejar de serlo, es decir, uno ha de entregarse a ello con pasión, con vehemencia, con total entrega, como si en ello le fuera la vida, olvidándese por completo de reconocimientos y compensaciones porque éstas llegan por si solas paradojicamente( esta es mi creencia) cuando dejas de perseguirlas ávidamente.Te puede parecer una idea extraña, pero creo que es aplicable no sólo al renombre en el arte o la literatura, sino a casi todos los campos en los que nos empecinamos.
Saludos y ánimos en el cumplimiento de tu pasión.
JIP -
Martin Eden es genial, como "La Conjura...", que es las dos cosas, amarga y divertida, y de la hábil mezcla de ambas cosas, su maestría...
Y sí, a Asimov y a King los rechazaron mucho al principio, pero con los años les publicarían hasta las peores mierdas... y es que el dinero todo lo pudre... hasta las letras...
un saludo.
Pedro -
Respecto a lo de los rechazos, el desánimo no debe cundir. Tengo una memoria pésima para los números, pero a Asimov le rechazaron más de 50 relatos antes del primero.
Y creo que a Stephen King un número similar, lo contaba en sus memorias. Ya sé que Stephen King no es London (más quisiera), pero es significativo.
Y Toole es un genio. La conjura de los necios a mí siempre me pareció tremendamente amarga, cuando todo el mundo trataba de convencerme de lo DIVERTIDA que es...