Eismeer
Casi todo el mundo se ha marchado y, la verdad, no me extraña. Esto tiene cada día menos interés, menos “chicha”. Y por “esto” que cada cual entienda lo que quiera.
Una carencia alarmante de historias, supongo.
Aunque miento, mentira piadosa, pequeña, menuda; mentirijilla. No es verdad, o al menos no del todo, que no haya, pero no sé si entre todas llegan a un mínimo aceptable. Historias que se han acabado pero de las que quedan sus restos, flotando; los restos del naufragio. E historias como subterráneas e inconcebibles, en algún lugar también inconcebible porque entre mi corta imaginación y mi congénita ceguera no alcanzan a dotarlo de paredes. Ni de papel pintado, claro está.
En cuanto a las historias subterráneas, bueno, qué decir… pues que se antojan así como el submarino allá, bajo las aguas, y tú ahí, sobre las aguas, y el radar en medio sonando aquello peliculero del ping… ping… ping… y la tensión, ¿no?, y el miedo… el miedo, por supuesto, y la emoción inganable; y la vida palpitando, sudando, resbalando, queriéndote reventar las pareces arteriales. Pero no lo sabes, no puedes saberlo a ciencia cierta, si es amigo o enemigo, el submarino, la historia subterránea, hasta que sale a la superficie, o la haces saltar de lo hondo, y le ves la bandera u ojos, acá en lo alto de tu mirada.
Y respecto a los hundimientos, bien, ahí tenéis el cuadro de Friedrich, "Eismeer", “El Mar de Hielo", "El Naufragio de la Esperanza", 1824... encabezando este cuaderno de bitácora. Me encanta, todo ese hielo de todo menos blanco, toda esa soledad, esa derrota muda y desolada. ¿Por qué no la he sustituido por otra imagen todavía? Se supone que estamos en la 4ª Época, ¿no? ¿Por qué esta vez no como las anteriores? ¿A qué espero para cambiar una vez más de muda como esas serpientes cobardes que se supone tanto temo? Bueno, en primer lugar porque todavía me queda un algo de vergüenza, o amor propio, como queráis, y ya no tengo huevos a seguir anunciando más épocas ni rentrés, quizá porque interna e intensamente desearía que ésta, dure lo que dure, fuese mi última. Y en segundo lugar porque me doy cuenta de que todo esto es en verdad el naufragio y no lo de antes. Ninguna imagen mejor que ésa puesto que este lugar ya es en cierto modo tan prístino reflejo de esa pintura.
Eismeer: lo que queda tras el Naufragio...
Porque eso es esto, los restos, los despojos de tantas cosas, pero sobre todo de aquellas puertas donde brillaron rayos C, y del muerto replicante que las habitó, cuyo fantasma, éste que os habla, ya no sabría volver a ellas por más que quisiera.
Que tampoco quiero, ojo.
Cómo ha cambiado todo en estos dos años que acercan a cumplirse. Cómo he cambiado con ellos. Recuerdo toda esa ingente cantidad de líneas. Ingente de verdad, aun a pesar de los cortos períodos de renuncia. Las cosas que he escrito. Tantas de ellas perecederas, hoy caducas; y otras tantas estúpidas, todavía tan y tan estúpidas. Y algunas hermosas, sí, creo. Y otras algunas terribles. Mucho, lo sé, lo sé. Sobre eso no tengo dudas.
Y todo ello aquí. A la vista de quien quiera llenarse hasta los hombros de mierda en busca de alguna que otra hipotética perla.
Me pregunto qué pensaría mi padre si leyera alguna de esas cosas terribles de las que hablo. O mi madre, mi mami, siempre tan incomprensiblemente lejana al más cercano de los pensamientos tristes. Supongo que me la llevé yo, toda su tristeza, al salir de ella, naciente, y no le dejé las entrañas llenas más que de sonrisa y buen humor. Por suerte mi padre no lee, ni me leería jamás, aunque triunfase. Y mi madre no tuvo oportunidad, de aprender a leer, me refiero. Pero aunque supiese tampoco lo haría, ella sólo quiere verme casado; sólo le preocupa que tengo ya casi 28 años y sigo sin mujer e hijos –sus nietos- que cuiden de mí cuando sea viejo y ella ya no esté aquí para eso… Si supiese que pienso firme y secretamente que ha de llegar el día en que me entierre…
En fin. Hay vidas en las que hasta no saber leer y ser incapaz de escuchar pueden ser la mayor de las bendiciones.
Creo que esa es una de las razones por las que persisto aquí, reincido una y otra vez en estos hielos. El mejor sitio en el que sentirme así, mantenerme solo, como siempre he estado, sostenerme ártico en este lugar, ofreciendo una cara nada amable, cada vez menos, aunque sincera, pero del todo incómoda, eso sí, y a ratos tan incomprensible. Así casi me aseguro que los pocos que se asomen difícilmente vuelvan.
Y si los hay que se queden por tiempo, eso seguro, serán también gélidos náufragos.
Algunos que no me conocían pensaron que JIP, Javi, yo mismo, era un papel, una representación, incluso un personaje ficticio. Que no podía ser que alguien hablase esas cosas de los demás y sobre todo de sí mismo. ¡Y que las hablase en serio! Otros que me conocen, si en verdad algo me conocen, no se lo preguntan, saben que algo de eso hay en mí aunque por lo común no vean más que pequeños retazos y relampagueos de ese javi terrible en el javi normal que tratan a diario… No se puede ser una máquina de desolación las 24 horas de cada puñetera jornada. A las 36 te acabas pegando el tiro de gracia o tomando la sobredosis de barbitúricos.
Lo que estoy intentando decir es que este que os habla desde aquí es mucha parte del que soy, aunque no toda, pero sí la encarnizada sobre mí mismo. Porque aquí me halláis en pie de guerra y armado hasta los dientes. De palabras. De escritura. Fuera de ellas soy yo conmigo mismo, en la vida, la realidad, los otros, quienes sean, interactuando mal que bien. Pero sólo aquí estoy yo solo y contra mí mismo, armado de la más predadora de las estacas: la palabra. Bien dirigida, mortal de necesidad, aunque no te mate, bien te puede rebanar el alma en dos mitades y dejarte interrogante y estupefacto entre un buen montón de tus huesos despellejados.
Capaz de enamorar con la palabra. De odiar y hacerme odiar con la palabra. Nada más desarmante: ni cuchillo, ni chanza, ni traición. De lo más alto y sublime a lo más vil y rastrero, todo el espectro te recorres a sus mandos. No hay mejor torpedo con el que llegar hasta lo hondo del corazón, y una vez allí, lo que sea, amar y hacerse amar, destrozar o estallar uno y completo y también todo lo rojo y pasional de fuera, circundante. Sólo la mirada le compite en potencia destructiva, sí, pero lo mirada se cae, se amansa con los años grises, mientras que las palabras al contrario, se afilan, se vuelven más certeras e hirientes con cada desengaño. A todos los que me habéis jodido os hablo, no desesperéis, no riáis ufanos todavía, que a todos os tengo preparada en mi mente la venganza definitiva, para todos vosotros tengo ya nombre de personaje en mis novelas por venir.
No se muere de amor, es verdad… tal vez. Aunque tres o cuatro palabras bien tiradas sí te matan. O te dejan para matadero. Mejor morir de amor entonces, qué cojones. O no. Quizá no.
Cuando estás solo en el mar helado y la presión amenaza con quebrar todo tu casco no hay margen para el error, no se puede hacer el menor derroche de fuerzas si no es para cobrarte presa, porque de lo contrario acabas pagándolo con la propia vida, la íntima cordura. Y aunque sigas a flote tras el naufragio, tus pulmones sedientos no tienen por qué ser prueba fiable de verdadera vida.
5 comentarios
azuldeblasto -
Saludos.
katakrek -
katakrek -
maite -
sergioptero -