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tannhauser

Deshojando el tambor

Una noche dura la de ayer, decidí retirarme demasiado tarde -a dormir- y un buen montón de mis huestes fueron masacradas. Recuerdo que de muy pequeño me aprendí un famoso romance de un libro de texto: "Las huestes de don Rodrigo desmayaban y huían / cuando en la octava batalla el enemigo vencía...". Ya no recuerdo más. Una pena. Todo el resto lo he ido perdiendo con los años pero esos dos primeros versos han sobrevivido. Hasta hoy. ¿Por qué? ¿Significativo? ¿De verdad? Tal vez algún temerario psicoanalista tendría algún amago de respuesta, pero que no me la diga a mí, desde luego, que la deje por ahí escrita o que me pase recado. Tal vez más tarde, en otra vida, me detenga a echarle un vistazo.

El caso es que un montón de horas arruinadas ayer delante de esta pantalla. Sin decidirme a acometer nada en concreto. Podría esto, podría lo otro, ¿y por qué no también lo de más allá, que lleva tantas y tantas semanas postergado? Pero al final no podía nada de nada. Sólo la inacción podía algo aquí. Me podía. Me pudo. Y me podrá, esta misma noche, sin ir más lejos.

Mirando algunas páginas, ni siquiera leyéndolas, sólo contemplando sus colores vivarachos. Escuchando algo ya cientos de veces escuchado, si no más. Muchas más. Y la pantalla en blanco, esta pantalla, todo el rato en blanco. Virginal. Nada me empujaba a mancharla, ningún deseo lo suficientemente salvaje me asaltó gritándome: ¡Viólala!, ¡¡¡Viólala!!!... o ¡Viólame!, ¡Viólame, cerdo!... Eso tampoco; la pantalla tampoco se puso ninfómana y guarrindonga, empujándome al exceso.

Fantasías y memorias de fantasías. Papelajos.

Y letrajas.

En realidad creo que cada línea aquí me aleja un poco más de todos mis sueños, los más íntimos, aquellos en los que más me juego el pellejo. Es como aquello que soltó el Hanks cuando le ordenaron salvarle el culo al jodido Matt Damon en mitad de toda aquella hitlerada brutal y sin sentido: "Cada tiro que pego, cada hombre que mato, me aleja un poco más de casa". ¡Qué mainstream!, ¿no? Del todo, aunque aun así le sobraban razones a la muy zorra, de la frase, quiero decir, porque a ver cómo coño volver a casa sino pegando tiros, defendiéndote, manteniéndote entero mientras al resto los haces mil pedazos.

Pues todo esto es un poco como aquello, que sé que cada palabra me hunde un poco más en la mierda pero he de seguir escribiéndolas si es que quiero salir de la mierda, o al menos que la mierda no me llegue a la boca; no tragármela. Aunque todo no es más que un engaño, lo sé, como todo en la vida, lo sé, el respirar incluso, autoengaño; parcheo y placebo. Pero formo parte del engranaje lo quiera o no, y todo lo que no sea esto es desmayar y huír en la octava matanza, o en la novena, sabiéndote rebasado y viéndolo todo perdido y negro como pelo de cabra satánica. Plegarse a la suma cobardía.

Porque todo esto te deja para el arrastre, sí, pero es que si no te avienes a ello también estás perdido, acabas como para que te encierren. Me refiero a escribir todo esto, rebuscarte en los intestinos de esta manera, husmearte las entrañas a la espera de dar con el coágulo canceroso. Una locura suicida y sin sazón.

De hecho creo que ya he renunciado en cierto modo. Que si albergo algún sueño de esos íntimos y alentadores es sólo por no sustituirlos por el nudo corredizo. No creo firmemente en ellos, en verdad, porque si fuesen esa cuerda corrediza no me sostendrían, no aguantarían el peso de mi fe corrupta: mis sueños no tendrían otra opcón que dejar que me ahorcara... y aun después los arrastraría conmigo.

¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué demonios me estoy diciendo? Mostrándole a mi alma constantes Dorian Grey’s, azotándola, castigándola, por no sé qué crimen, no sé qué cobardía, cegándola, sajándole las retinas a base de picudos aldabonazos de rojo alienador. Dentro de 40 minutos habré de encerrarme allí y poner buena cara, sonreír, o casi. O lo más parecido. Tres horas más al sumidero. Y ahora estoy aquí, tan lejos del mundo y de mí mismo, diciéndome y diciéndoos toda esta intragable sarta de puñaladas.

Aunque supongo que cada uno puede tener su ideal de "casa", ese hogar al que soñar volver algún día aunque sepas del cierto que te han de arrebatar la vida en el camino un par de tiros en pleno pecho. Y supongo que para cada uno ese hogar son cosas distintas aunque luego se resuman más o menos en lo mismo. El espectro de lo sagrado, lo visceral e intrínsecamente sagrado, sin mayúscula, al fin y al cabo, no puede ser tan amplio. Porque somos tan complejos, ay, pero a la vez tan y tan terriblemente básicos.

Yo, por jemplo, hacer el amor. Ostias, hacer el amor, qué bueno, qué bueno... eso ya te lo cura todo, o te hace creer curado. Si pudiera hacer el amor más a menudo anda que me ibáis a ver por aquí el poco pelo que me queda. Ni me vendría a la mente el escribir.  Y si lo hiciera, desde luego, a buen seguro no lo haría con estas pintas de amargado. O eso creo. O eso prefiero pensar. Ahora llámadme hipócrita, y vendido, y todo lo que queráis. Yo mismo; mea culpa; culpable; yo; colgádme; pero hacédlo ya; hacédlo rápido.

 

Y luego también, por ejemplo, tener una cintura que abrazar al llegar a casa hecho una puta mierda. Eso creo que también te lo cura todo, más incluso que hacer el amor. Eso de verdad sí tiene sentido, al menos mientras la tengas, puedas seguir abrazándola, a ella y su cintura. Eso sí vale. Me vale. Es decir, me valdría. O mejor decir me hubiese valido, porque me parece que ya no estoy a tiempo de toda esa ternura inmarcesible. Hay quien sólo soñaba tener una estrella y yo creo que siempre he soñado tener una cintura. A la que abrazarme. A la que agarrarme, aunque fuese más frágil y menuda que la mía, pero que a buen seguro me librase del precipicio. Ese precipicio abismático que me sé para mí mismo.

¿Y qué me decís de acariciar lenta y dulcelemente un vientre? ¿Y de un beso lento y húmedo, con lengua, y campanillas, y buena ristra de dientes? En fin. Mejor paro que la tarde ha de ser todavía muy larga.

Qué simple soy, ¿verdad?... Verdad, verdad... Y digo yo: ¿a qué coño ser tan complicados?... con lo difícil e imposible que se pone todo antes incluso de que te enseñen a hacerte el nudo de los condenados zapatos...

Así que supongo que sí, que los filósofos inventaron la filosofía porque no podía follar, y los escritores empezaron a novelar porque sus días no tenían besos húmedos, y los físicos se sacaron del sobaco toda esa impostura de los electrones y los neutrones y los positrones invisibles porque no había en sus noches un vientre terso y suave que rozar con las llemas de sus dedos.

Y yo estoy aquí jugando a la ruleta rusa, deshojando la margarita del si sí o si no me pego un tiro, escribiendo cada día y cada día tanto más lejos de casa cuanto más escribo, pura y simplemente, porque me quedé sin esa cintura menuda y frágil que fue siempre mi sueño.

No sé si desde este estar fuera de mí y del entero universo, desde este estar en la vida tan perdido y tan sin asideros; nihilista, extremista y fatalista, podría, tal vez, esa cintura, equivaler a una estrella...

Tal vez casi. Tal vez algo así. En ésta o en la octava batalla.

O en las enésimas por perder.  

   

 

 

 

 

 

 

2 comentarios

azuldeblasto -

¿Y si ni siquiera esa cintura que abrazar llena tu alma?.
Hay vacios que nadie ni nada puede colmar.

Espero que tú almenos alcances esa felicidad del hogar que anhelas.

katakrek -

Bueno, creo que estoy de acuerdo con todo lo que has dicho, menos con eso de que ya es tarde para el amor. Y no lo es tarde ni por tu edad (ya se que el tema no va por ahí) ni por tu espíritu. Ten en cuenta que todo lo negro que llevamos en la cabreza, el tiempo lo vuleve grisaceo.