El HORROR no son los demás
Alguien me habló de cuadros, de pintar, y entonces yo le respondí que de haberme sentido realmente capaz de expresarme a través de la pintura jamás habría escrito una maldita palabra. Y pienso que es bastante cierto, que es mi forma de decir que escribo porque nunca me supe con talento para nada más, y aun así hoy no sé si esto de juntar palabras se me da demasiado bien, pero es lo que hay; ni lienzos ni mármol ni partituras: la hoja en blanco, que es desde luego un lienzo mucho más prosaico que el de verdad, aun cuando lo llenes de versos...
Por mi parte llevo queriendo escribir algo sobre este cuadro, La matanza de los santos inocentes, desde la primera vez que me topé con él. Quedé maravillado. Y aterrado. Y culpable. A partes iguales. ¿Por qué he tardado tanto? Bueno, a veces las palabras se quedan muy cortas. Qué podría decir sobre esa mirada que no fuese superfluo..., si ella lo dice todo por sí misma, te arrastra y no te deja hasta haberte desangrado. Tirando de tópico, se me ocurren pocas ocasiones en que una imagen valga más -mucho más- que mil palabras, o mejor, que la imagen lo valga todo y las palabras nada, porque, en fin, ahí está el infierno, ¿no?, desatado a la izquierda del encuadre, donde la luz; están matándolos a todos. Un mujer corre desesperada escaleras abajo con una criatura en cada brazo, pero ha de correr en vano, lo sabemos por ese hombre que ya la ha visto algo más arriba, que a buen seguro, cuchillo en mano, irá tras ella, en pos de ellos: pese a que parece cubrirse los ojos, no, el sol no ha logrado cegarlo del todo -nunca fue buena idea confiar en dioses o astros-; esos tres ya están condenados. Como tantos otros fuera, en el desastre, la masacre, el genocidio... Qué palabras tan actuales, siempre en voga en nuestro vocabulario a pesar de las muchas vidas derramadas y los muchos años transcurridos desde que Cristo es Cristo -y aún antes.
Mas como espectadores impotentes estamos en la mitad, qué genialidad la del artistita, León Coginet, justo en la mitad del espectáculo, a caballo entre dos mundos, que son de un lado -el izquierdo, el siniestro- el de la inesperanza, la no-escapatoria, la condenación, de las que ya os he hablado; y del otro el de la, no esperanza sino incertidumbre, también la súplica, también el miedo, por supuesto el pavor. Tragedia, como afuera, pero distinta, pues está la mirada, esa mirada terrible y bella, más bella cuanto más terrible, mirándote, mirándonos, demandando silencio, silencio, "calla, te lo suplico; no nos delates, por favor..." Y su postura, arrinconada contra la pared, que es toda una fortaleza inexpugnable pero a la vez la más débil de las fortificaciones, basa toda su defensa en los ojos llenos de horror, ataca a tu piedad y misericordia como único camino a la salvación.
Y el bebé que no entiende bien qué pasa ni sabe que su cuello está en juego también te mira, nos mira, sin saber muy bien qué hacer, si reír o llorar o seguir como si nada, es un punto de luz, el único en esa parte del cuadro, que ama las sombras, ama de ellas lo que podrían aportar de anonimato. Y es una luz, la del niño, amarilla, como el relucir del oro, como el rielar de los tesoros, porque la maestría del pintor, también su malicia, podrían llegar a límites insospechados. Hasta ahora a buen seguro la mayoría hemos mirado sin ver, como estamos acostumbrados, espectadores no implicados, retansmitidas la muerte y la matanza desde lejos, en vivo y en directo, tal vez en diferido -aunque eso cada vez se estile menos-, pero sobre todo lejos, es decir, ajenas en cierto modo, a nuestra alma y sangre, sólo apelantes a nuestro pundonor como seres humanos: llamando a las puertas de nuestra pena y misericordia, tantas veces también al asco a la posibilidad de ser la misma clase de ser humano que ese que empuña un cuchillo, clava una lanza, degolla un recién nacido, aprieta, en suma, el gatillo... Pero es que efectivamente lo somos, la misma clase de ser humano, que el infierno, se equivocó Sartre, no son los demás, que somos todos.
Y si no mirad de nuevo el cuadro, pero esta vez viendo, fijad de nuevo la mirada en esa frágil fortaleza de maternidad que salvaguarda la vida como el mayor de los tesoros. Una vida blanca, blanda, inocente, frágil, y sobre todo, áurea, haciendo honor al tesoro que es. Pero imaginad que son otros vuestros ojos, que no sois vos ninguno de vosotros, que acabáis de llegar de otro lugar, no de ese cuarto confortable, frente a la pantalla, sino desde el fondo del mismo horror. Que sois, también como aquél, hombres con cuchillo en mano y ansias de matar en los dientes, y no sólo eso, que acabáis de reparar en la esquina oscura, ¡ahí está, Dios Mío!, lo habéis encontrado, el tesoro, una nueva vida con la que acabar...
Imaginad qué maestría la del pintor, qué torpe después cualquier palabra por mi parte o la de cualesquiera otros, poder pintar esa mirada, expresar esa mirada que ni mil ni dos mil palabras retratarían de igual manera, ni por asomo dirían lo mismo: poder representar ante el cuadro cualquiera de los papeles posibles, espectador impotente, esperanza misericordiosa, inmisericorde asesino, y que la expresión de ella, siendo la misma, alcance a decirle del HORROR a cada cual justo lo que vino a escuchar...
9 comentarios
paula -
Conmovida seguré paseando.
mp -
besos
Javi -
Un saludo para todos y gracias por dejar vuestra huella.
child in time -
Odiseo -
Es intrigante y descorazonador al mismo tiempo...
yume -
Ana Pérez Cañamares -
child in time -
Supongo que se refería a algo próximo a la mirada de esta mujer.
Woswis -