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tannhauser

Reus, 11 de junio, 2007

Toda la vida escribiendo cartas y el buzón siempre vacío, cuando al fin recibo una es sólo para hundirme más, otro poco; quizá no merezca seguir a flote.

En efecto, he recibido una carta directamente llegada de las sombras, de puño y letra desconocidos, se diría, aunque no tanto, no tan desconocidos. Creí haber acabado contigo en su día, hace tiempo, pero vuelves a estar aquí, ya lo veo. Quién sabe, quizá sólo seas fantasma. Últimamente no hago otra cosa que ver fantasmas a cada instante, andando las calles, ¿por qué tendrías que ser una excepción? En cualquier caso, viva o muerta, rediviva, tanto da, estás de nuevo aquí y yo ya no puedo combatirte. Supongo que ha llegado el tiempo de tu venganza y de ahí esa carta. Descuida, no pienso defenderme; podrás coger de mí cuanto quieras.

Estoy harto de cartas, cartas que no llegan, cartas desatendidas, cartas que no son leídas, o que tal como se leen se guardan, se olvidan, eso si directamente no se las lanza a las aguas de la negación o la basura. Cartas que no alcanzaron a ser enviadas. Cartas que no se llegaron a escribir. Cartas que jamás debieron ser escritas. Palabras liberadas al aire como cóndores enfermos de rabia.

Y ahora tú regresas de la niebla del pasado y de la guerra, toda blanca piel, ropas de fantasma, con esta larga carta cuya profunda intención se me escapa. Prefiero no malpensar, aunque me cuesta, créeme, me cuesta horrores no buscar la bomba adherida al sobre. Estas letras tan semejantes a aquellas que yo mismo escribí también en su momento. Confío que no pretendas con ellas cambiarme, sacarme de mi marasmo, como inúltimente pretendí yo. Con franqueza, de ser así me decepcionarías; siempre te creí más perspicaz. Porque ya deberías haber aprendido la lección que yo no asumí sino encajando cuchilladas; la de que aquélla, mi carta, no cambió nada, no cambió a nadie. ¿Por qué habría de ser ahora la tuya distinta? Nadie que ha vivido los días suficientes para saber todas las puñaladas que esconde la palabra "vida" quiere cambiar, mucho menos ser cambiado. Arribados a cierto límite no hay palabras que valgan, que curen ciertas heridas o comprometan según qué miradas.

Aun así tal vez has conseguido con tus palabras mucho más de lo que yo conseguí con las mías: me has traído hasta aquí. Lo que no es poco. A estas alturas creo que ni siquiera alcancé con aquéllas, mis largas letras, ni un sólo latir conmovido de corazón, tan frío demostró ser.

Ahora noto cómo todo cuanto escribo está congelado. Gélidamente petrificado. Como la fórmula matemática de este gélido cosmos. Carente de cualquier amago de humanidad. Soy poco menos que una estrella muerta, grávido agujero negro. Cualquier objeto que intente mis alrededores está condenado a la nada.

Perdido para el amor. Inútil para el combate. Arruinado para la escritura. Ya te lo he dicho, puedes bajar ahora mismo, no encontrarás resistencia alguna. Llévate cuanto puedas, si es que de algo te han de servir mis jirones, tumorada carroña.

No sé bien por qué te obsequio el gusto de esta victoria parcial, me prometí no volver a escribir más cartas, y así me veo de nuevo, a tu merced, liebre indefensa a campo abierto, cojitranca y terminal.

Dices en tu misiva un sinfín de cosas que no comprendo, que apenas barrunto, pero lo esencial no lo has desdibujado ex profeso, no te preocupes, te entiendo, como no podía ser menos, que ni tú estás tan loca ni yo tan desquiciado todavía como para no agarrarnos los dos al estrecho pedazo de realidad que flota sobre tanto absurdo. Aunque eso podría acabar en cualquier momento. Náufragos como somos desde hace tanto, este océano empieza a ser demasiado ancho.

No hay nombre que no venga a este mundo a traer hartazgo de llanto y de tragedia, hechos como están a partir del material del desengaño, conque ahórrate las mayúsculas, que aquí ya nos conocemos todos. No te hacían falta ni tanta guirnalda ni tanto tambor para echarte sobre el objetivo. He perdido la claridad y el aplomo, de modo que me quedan muy pocas piezas, todas peones, y luego, por suepusto, la ciudadela, ya bastante menos que inexpugnable. Como la Casa de Usher, se hunde y resquebraja desde dentro, podrida en sus mismos cimientos.

Me recuerdo hace doce, trece años, no sé bien, estirado en la cama, encerrado en mi cuarto, aislado del mundo, a salvo del mundo, como mejor siempre he estado, leyendo por vez primera a Poe; "Los Crímenes de la Calle Morgue", a escondidas, ya lo sabes, porque en mi casa no hubo nunca libros, tuve que ir metiéndolos yo, uno a uno, a base de tenacidad y picaresca. Y después, pocos días, tal vez una semana, fresca la noche de verano, allí mismo viendo a oscuras "La Cosa", "The Thing", de Carpenter, mil veces mejor que su predecesora, "El Enigma de Otro Mundo", mientras la vecina de al lado discutía a grito en cuello con su recién marido y asomándose a la ventana amenazaba al entero edificio con tirarse al vacío... Felicidad... Envuelta en sudarios de otoño acabado.

Miro el tablero y no acabo de ver clara tu jugada; demasiada bruma, demasiado barro, Me pregunto qué te queda, cuáles son tus caballos de batalla y cuánto tardarás en decidirte a ponerlos en juego. Afrontar el mate definitivo.

Por lo pronto tu emisario ha cumplido con creces su cometido. Me ha hecho sacar la cabeza del agujero, que eso y no otra al fin y al cabo es lo que pretendías, sabiendo como sabes que agoté toda mi reserva de ferocidad luchando contra el aire. Se trataba de mi última carta, pero ésta de naipes, siempre mi mejor baza. Sabías que mientras me quedase la rabia te sería imposible descabalgarme.

Pero ahora eso ha acabado. Te estoy esperando inerme y yermo, cabizbajo en este páramo de desolación, sedientas las rodillas del lodo del derribado.

Nunca antes lo tuviste tan fácil, ambos sabemos que tu peor enemigo no fui yo, fue siempre tu propio miedo... ¿También vas a vacilar esta vez? Venciéndome lo vencerás. Mi decapitación es tu victoria; tú misma tu único freno.

Hasta Pronto.

3 comentarios

pepa -

Magnífica carta. Aunque desoladora. Rebusca entre tus sombras. Haz un lugar para la esperanza y la alegría. A veces están ahí, al alcance de la mano. Un fuerte abrazo.

Samuel -

Cierto. Pero no por ello menos desacertado, igual que esto que estoy
haciendo yo.

maite -

Te he dejado una nota en el blog.