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tannhauser

Chufflo

Sucio

Cuando sueñas cosas hermosas no las recuerdas, ni siquiera te queda la sensación o el vago recuerdo de haber estado allí.  Pero cuando sueñas mierda se queda ahí, pegada, incrustada, encostrada, como el marrón del zurullo -de la mierda- al blanco del inodoro, que tienes que rascar con el cepillo o no lo sacas, vienen las visitas y se ponen a murmurar a tus espaldas. ¿Has visto? ¿Te has fijado? ¿Viste? Sí, vaya, ¿no?... Sí, del todo, hay que ver, nunca lo hubiera dicho de un alguien como él, ¿me pasas las patatas fritas?... 

¿Dónde venden el cepillo para rascarte las restos de mierda del sumidero del alma? Es una cuestión interesante, preguntadla a alguien, pero no a mí, yo no conozco ese secreto: mi cerebro apesta el día de hoy.


 

En la barra, señalando. Sí.


¿Has visto ése? ¿Cuál? Coño, ése, jeje... Ah. ¿Y qué le pasa? Joder, ya veo que no lo has visto; es ése de ahí, tíooo. Ah, vale, ése, ya veo... Buf, pues anda que aquél, jojo... Madre mía. ¿Cuál? Joder, aquél de allí, hostias, el de la rabadilla. ¡Ah!, ya lo vi; tienes razón; madre mía... Y mira quién acaba de entrar, el que tiene nombre de braga. ¿Ah sí? ¿Y cómo se llama el tipo? "Sbragia", juajua... "Esbraguia", ¿eh? Eso mismo. ¿Pero eso no era un personaje de Bertolt Bretch?


-...


-...


-...


¿No?


-...


-...


¡Anda y termínate ya de una puta vez eso es que siempre tienes que andar jodiéndome o qué coño te pasa a ti!


Bueno.

Por no empolvarte la nariz

Me había terminado la madalena en un abrir y cerrar la bocaza, bien buena, gustosa gustosa, la verdad, y tierna como un beso cerdo en la penumbra de tu portal, ¿recuerdas?... ¿No? Pues yo sí, vaya si recuerdo, menudo lubricente tornillo salivoso, aunque no me extraña tu desmemoria de estos días y los que vendrán, siempre supe que a la larga acabarías saliendo a tu madre, Dios tenga en su seno un buen solar destinado a albergar su ubicuo pandero… Pero quedaban los restos en la mesa, la madalena: unas miguillas rubias, el emboltorio arrugado, para los cochinos, y una pepita de chocolate que se salvó de mis ácidos gástricos, dispersa, en órbita elíptica sobre la taza de café. Pensé en dejarlo allí, aquél montón de posmoderna basura, que lo recogiese el camarero, eterno sísifo aspirante a mileurista, pero me sentía cívico y social como pocas veces. A la postre, con las horas, descubriría que tamaña heterodoxia en mi carácter se estaba debiendo a la fiebre, lo que me tranquilizó no poco, así lo reconocería si es que alguien me preguntara. Tomaría un termalgin, yéndome a la piltra tan contento, previo gozoso paso por la casilla de la Calle Onán, en el solitario monopoly de mis sábanas. Pero antes de eso me acababa de zampar la madalena y tú hacía tiempo que ya no me besabas como si pretendieras opositar a la cátedra Tera Patrick de lascivias y humedales, me sentía, no obstante, filántropo o algo por el estilo, estaba allí, quería hacer algo típico de un hombre de provecho con todos aquellos deshechos postalimentarios, lo que se supone hace todo hijo del vecino de alguien que paga sus impuestos y rellena la casilla de la Santa Sede y esa misma noche deja a la mujer viendo la tele y se va de putas. Busqué una papelera, algo algo por el estilo, un lance aquí sus detritus y olvídese de cualesquiera remordimientos de conciencia, un cubo de fregar aunque fuese, total, a la chacha de la limpieza no le iba a importar, ni iba a notar la diferencia, si es que miraba. No di con nada semejante. Tampoco tenía muchas ganas de ponerme a buscar. Entonces la vi, los vi, una pareja de enamoraduscos del copón, mirándose como se miran los que creen firmemente -hasta se apostarían los piercings- que el universo dejará de escupir entropía para detenerse a contemplar sus bobalicones intercambios de pupilas. Él me importó poco, lo que se dice una mierda, bien le podrían haber reventado la quijada de un equino pollazo allí mismo y a mí me habría dado igual, sólo que esa foto, esa instántanea, ese tremendo aldabonazoo de caballuno colgajo, bien podría valer un par de Pulitzers... Pero ella, uy ella, ay ella, joder con ella, cuidado mucho cuidado con ella; vamos, que no se merecía su linda carita estar componiendo semejante rictus de manierista ñoñería. Más bien todo lo contrario. Empecé primero a especular, poco después a construir lúbricos castillos en el aire según previos y abusivos planos; su escote y mi entrepierna ubicuos protagonistas… ¿Soy o no todo un poeta?... Siguieron así un buen rato el par de tortoletes, hasta que al fin se cansaron y el mostrenco cogió la bandeja con sus respectivos restos de inmundicia y se dirigieron, él y la basura, allá dondequiera que el común de mortales acumula la mierda antes de que otros la inyecten por correo certificado en las raíces profundas de la cadena trófica. Mientras tanto, el chorbo fuera de plano, buscando con nulo éxito una papelera, ella quedó solitaria, descubierta, inerme; mirada perdida en el fondo de algo, con ojitos tristillos de necesitar mucho amor. Suspirante... Regresó él, ella se levantó. Salieron juntitos de la mano, muy felices, espectativos de la vida y sus luces por venir, ingenuos de la hostia -no hay más que ver las ojeras que te agarran por los huevos rozando los ventilargos-... Enternecedor. Pero cometieron el error terrible, vaya que sí, lo pagarían caro, bueno, sobre todo él, sólo él las iba a pasar putas, porque para ella tenía otros planes, no menos turbios, mas no dañinos a corto o medio plazo, quizá un tanto degradantes pero en absoluto dolorosos, que no por nada la civilización nos regaló la vaselina... Lo dicho, que se habían dejado el vaso del café, el de ella, por supuesto. Allí estaba aguardándome, el muy pillo, susurrándome ven aquí, guapo, que la podemos armar gorda, conque antes de que se acercase cualquier camarera chusca y mal pagada con una de esas berrugas en mitad del belfo superior a desbaratármelo todo, me acerqué con sordo sigilo y presta descreción a su mesa, armado además de la más alquimista y swedenborgiana de mis aposturas, y lo hice, sí, lo hice: arrojé mi pepita de chocolate a su culillo de café con leche… Nadie me vio, estoy seguro, y ahora el hechizo ya fue consumado: nena, serás mía… Ahora sí vas a ver.