AHAB Y EL DIOS OCÉANO
"-¡Ah, Ahab! -gritó Starbuck-, no es demasiado tarde, incluso ahora, el tercer día, para desistir. ¡Mira! Moby Dick no te busca. ¡Eres tú, eres tú el que locamente la buscas!"
Una vez más, y no sé cuántas van ya, el acervo audiovisual, en su implacable cercanía y automaticidad, merced a lo fácil y rápido de su consumo y digestión, acabó contaminando el goce de un original literario. Di inicio a la lectura de Moby Dick con una imagen en mi mente, la de Gregory Peck, metamorfoseado en severo, lacónico y perseverante Ahab, ya terminal, unido a la gran ballena blanca por multitud de arpones y estachas umbilicales, a medio camino entre el altar y la crucifixión, desapareciendo y tornando a nacer de entre las aguas revueltas, una y otra vez, hasta que el Pequod de cartón piedra fue engullido por el Maelstörm y aparecían los créditos del film magnífico de John Huston. Y dicha imagen me asaltó, una y otra vez, golpeando el yunque de mi imaginación durante la lectura de la novela cada vez que el locuaz y bravucón Ahab de Melville salía a la palestra y con ella me quedé de nuevo al finalizar el libro, pues no hallé en sus últimas páginas mucho en algo semejante a aquel espléndido final que tan vívido recordaba en la pequeña pantalla del televisor ¿Cuántas veces más la enorme valía de un texto se verá maculada por la mediación de la poderosa imagen audiovisual, sea ésta la imagen- de mejor o peor ingeniería?...
No obstante, Moby Dick es una obra cumbre de la literatura, y encontré en ella espléndidos tesoros. Fue a la vez una lectura de aventuras excepcional, un viaje irrepetible por el universo del Océano y la navegación a vela un mundo que no ha de volver jamás, sino en las páginas impresas y el celuloide-, así como también un ilustrador y didáctico tratado del siglo XIX acerca de los cetáceos y sus técnicas de captura, que poco a poco fue envolviéndome en una atmósfera de añoranza y nostalgia por mis lejanas lecturas juveniles, que nunca fueron, empero, todas las que hubiese deseado. Un deje de lamento por una ya irrecuperable forma de narrar buenas historias, e incluso por mi propia incapacidad para disfrutar ahora de aquéllas como antaño, crecía en mí mientras avanzaba por las páginas de Melville y al suyo se unían en mi recuerdo los nombres de Stevenson, Dumas, Scott, Conan Doyle, Kipling, Verne y tantos otros...
Pero, con todo, Moby Dick no fue como yo creyera a priori una novela sobre el Mal en sí, en esencia, representado por la voraz e nívea ballena blanca, sino que, antes bien, se me antojó una novela sobre la Obsesión y cómo ésta puede llegar a convertirse en razón y vehículo de existencia para un individuo. Porque Moby Dick no es el Mal en sí, ni tan siquiera es una representación del Maligno; Melville en pasaje alguno retrata al cachalote como algo esencialmente diabólico. Es más bien un tótem, un icono insoslayable e indestructible, simbolizador en el mundo de los hombres de la única y verdadera religión que respira la novela de principio al fin; el Panteísmo.
Y el Capitán Ahab no es sino un recién nacido a esta religión, a este credo, y su madre no es otra que Moby Dick, que al privar al capitán de su pierna, provocó el parto de éste a la nueva naturaleza y a la obsesión. Por medio de ésta Ahab sólo hizo que buscar constantemente el reencontrarse con su verdadero Dios, que no era sino el Océano; la Naturaleza. Por eso, Ahab nació con Moby Dick y a Moby Dick acudió a buscar su fin, bajo las aguas del océano, al igual que el enorme ataúd de madera y velamen que fue siempre su buque, el Pequod.
Y precisamente por todo ello, esa imagen de Ahab unido indisolublemente al cachalote como si ambos fuesen la misma carne de un gran ser superior que podría ser el Océano y sus aguas abisales, es el mejor final que Moby Dick podría haber tenido Cien años después, lo que Melville no alcanzó a modelar en suma perfección a través de la pluma, se encargaron de acabarlo otros dos norteamericanos de no menor talento; Ray Bradbury, autor del guión, y John Huston director del film, demostrando así que el Arte nunca cesará, nunca morirá, nunca dormirá mientras haya hombres.
En Moby Dick, por encima de cualesquiera otras consideraciones, nos encontramos con el hombre como el hijo de la Naturaleza que es, y que, habiendo renunciado a ella en favor de la razón y el maquinismo en su loca escalada hacia el progreso, sólo mediante la sed de venganza pudo llegar a expiar sus pecados y sus blasfemias, deshacerse de sus recién adquiridas costumbres de ser que se niega a sí mismo al negar su origen, y pudo al fin volver a reencontrase, aunque fuese en el momento de la muerte, con sus profundas raíces.
Melville, Bradbury, Huston, Gregory Peck todos coadyuvaron para componer en Ahab el mayor de los mártires del Dios Océano...
© JIP
Este texto es ampliación del que, en su día, publiqué en Livra bajo el nick de
LEVIATHAN
Una vez más, y no sé cuántas van ya, el acervo audiovisual, en su implacable cercanía y automaticidad, merced a lo fácil y rápido de su consumo y digestión, acabó contaminando el goce de un original literario. Di inicio a la lectura de Moby Dick con una imagen en mi mente, la de Gregory Peck, metamorfoseado en severo, lacónico y perseverante Ahab, ya terminal, unido a la gran ballena blanca por multitud de arpones y estachas umbilicales, a medio camino entre el altar y la crucifixión, desapareciendo y tornando a nacer de entre las aguas revueltas, una y otra vez, hasta que el Pequod de cartón piedra fue engullido por el Maelstörm y aparecían los créditos del film magnífico de John Huston. Y dicha imagen me asaltó, una y otra vez, golpeando el yunque de mi imaginación durante la lectura de la novela cada vez que el locuaz y bravucón Ahab de Melville salía a la palestra y con ella me quedé de nuevo al finalizar el libro, pues no hallé en sus últimas páginas mucho en algo semejante a aquel espléndido final que tan vívido recordaba en la pequeña pantalla del televisor ¿Cuántas veces más la enorme valía de un texto se verá maculada por la mediación de la poderosa imagen audiovisual, sea ésta la imagen- de mejor o peor ingeniería?...
No obstante, Moby Dick es una obra cumbre de la literatura, y encontré en ella espléndidos tesoros. Fue a la vez una lectura de aventuras excepcional, un viaje irrepetible por el universo del Océano y la navegación a vela un mundo que no ha de volver jamás, sino en las páginas impresas y el celuloide-, así como también un ilustrador y didáctico tratado del siglo XIX acerca de los cetáceos y sus técnicas de captura, que poco a poco fue envolviéndome en una atmósfera de añoranza y nostalgia por mis lejanas lecturas juveniles, que nunca fueron, empero, todas las que hubiese deseado. Un deje de lamento por una ya irrecuperable forma de narrar buenas historias, e incluso por mi propia incapacidad para disfrutar ahora de aquéllas como antaño, crecía en mí mientras avanzaba por las páginas de Melville y al suyo se unían en mi recuerdo los nombres de Stevenson, Dumas, Scott, Conan Doyle, Kipling, Verne y tantos otros...
Pero, con todo, Moby Dick no fue como yo creyera a priori una novela sobre el Mal en sí, en esencia, representado por la voraz e nívea ballena blanca, sino que, antes bien, se me antojó una novela sobre la Obsesión y cómo ésta puede llegar a convertirse en razón y vehículo de existencia para un individuo. Porque Moby Dick no es el Mal en sí, ni tan siquiera es una representación del Maligno; Melville en pasaje alguno retrata al cachalote como algo esencialmente diabólico. Es más bien un tótem, un icono insoslayable e indestructible, simbolizador en el mundo de los hombres de la única y verdadera religión que respira la novela de principio al fin; el Panteísmo.
Y el Capitán Ahab no es sino un recién nacido a esta religión, a este credo, y su madre no es otra que Moby Dick, que al privar al capitán de su pierna, provocó el parto de éste a la nueva naturaleza y a la obsesión. Por medio de ésta Ahab sólo hizo que buscar constantemente el reencontrarse con su verdadero Dios, que no era sino el Océano; la Naturaleza. Por eso, Ahab nació con Moby Dick y a Moby Dick acudió a buscar su fin, bajo las aguas del océano, al igual que el enorme ataúd de madera y velamen que fue siempre su buque, el Pequod.
Y precisamente por todo ello, esa imagen de Ahab unido indisolublemente al cachalote como si ambos fuesen la misma carne de un gran ser superior que podría ser el Océano y sus aguas abisales, es el mejor final que Moby Dick podría haber tenido Cien años después, lo que Melville no alcanzó a modelar en suma perfección a través de la pluma, se encargaron de acabarlo otros dos norteamericanos de no menor talento; Ray Bradbury, autor del guión, y John Huston director del film, demostrando así que el Arte nunca cesará, nunca morirá, nunca dormirá mientras haya hombres.
En Moby Dick, por encima de cualesquiera otras consideraciones, nos encontramos con el hombre como el hijo de la Naturaleza que es, y que, habiendo renunciado a ella en favor de la razón y el maquinismo en su loca escalada hacia el progreso, sólo mediante la sed de venganza pudo llegar a expiar sus pecados y sus blasfemias, deshacerse de sus recién adquiridas costumbres de ser que se niega a sí mismo al negar su origen, y pudo al fin volver a reencontrase, aunque fuese en el momento de la muerte, con sus profundas raíces.
Melville, Bradbury, Huston, Gregory Peck todos coadyuvaron para componer en Ahab el mayor de los mártires del Dios Océano...
© JIP
Este texto es ampliación del que, en su día, publiqué en Livra bajo el nick de
LEVIATHAN
6 comentarios
JIP -
En cuanto al artículo de Gubern, esperaré que me lo envíes... aunque... ¿qué mejor excusa para comprármelo que esta?... jeje
un saludo, Bango...
J. P. Bango -
No había otra intención en el comentario, naturalmente, y pido disculpas si de otro modo se entendió.
"Ahab y el Dios Océano" es, ya te lo anticipo, un artículo abiertamente recomendable.
Y hablando de recomendaciones, hice lo propio con el libro de Roman Gubern para que sirviera de apéndice a tu texto. Te lo haré llegar de algún modo.
Nos leemos, JIP.
JIP -
T
J. P. Bango -
¿Multirreferencialidad o... enciclopedia subrepticia?
JIP -
Pedro -
Y dices una cosa que es un poco melancólica pero es verdad: hay libros que si uno no ha leído a ciertas edades, leerlos de adulto... me da pena no haber leído Peter Pan cuando era un crío, por ejemplo.
Lo que dices de la obsesión... es interesante. Se han hecho muchas teorías (como en toda gran novela). Tu dices lo del panteísmo, algunos dicen que Moby Dick es Dios, y que Ahab se enfrenta a él. Toda gran novela se presta a muchas interpretaciones, que más que contradecirse, se complementan unas a otras...