REESCRIBIENDO...
Reflexionar acerca de la Reescritura siempre me retrotrae a Isaac Asimov. Aquel hombre de patillas trasnochadas y ego inabarcable era capaz de reescribir sus cuentos y relatos una y cien veces, las que hiciese falta, con tal de venderlos a las revistas de género de la época. Durante algún tiempo de su juventud, cuando muy joven, llegó a tener que depender de estas ventas para poder subsistir, así que en cierto modo es comprensible; todo el mundo -incluidos los escritores de ciencia ficción- necesita comer... No obstante, con los años y el éxito, publicar todo cuanto escribiese o hubiese escrito, por el mero hecho de haberse tomado la molestia de escribirlo, por el mero hecho de llamarse Isaac Asimov, llegó a convertirse en una obsesión bastante insana, y hasta tal punto fue así, que, por ejemplo, no le importó nunca escribir sobre cualquier tema, lo dominase o no, con tal de añadir un volumen más a su bibliografía, como tampoco tuvo reparos en dar a publicar sus primeros cuentos de juventud, aquellos que habían sido sistemáticamente rechazados por todas las revistas a pesar de sus múltiples reescrituras, y que eran en su gran mayoría verdaderamente infumables. Su nombre vendía, él lo sabía, y su enorme ego no pudo sustraerse jamás a la erótica profunda que encerraba contemplarlo en una portada, quizá porque conscientemente sabía que no era un buen escritor, uno de los grandes narradores, pero vender y publicar más que todos ellos juntos llenaba el hueco que dejaba esa carencia.
Bueno... y todo este rollo a cuento de qué venía... ah, sí... de la reescritura y esas hierbas... En fin, que Asimov reescribía, todos los escritores, grandes o pequeños, buenos y malos, reescriben, unos más que otros, pero todos lo hacen, y el que diga que no es un embustero... o al menos yo no me lo creo. Otra cosa muy distinta es que, como autor, disfrutes o no reescribiendo tus textos... Yo, por ejemplo, lo odio...
Porque reescribir no es corregir, ojo... corregir, dentro de lo que cabe, puede ser incluso divertido; aguzar la puntería, afilar el estilo, filtrar, limpiar, pasar tu texto por el cedazo del máximo espíritu autocrítico... optimizarte en las formas... Pero reescribir implica meterse en las tripas de tu relato y averiguar dónde le duele. Significa también, y por efecto, que la cagaste, que algo no fue bien, que una gran parte de lo que escribiste te chirría de mala manera y no lo puedes soportar. No hiciste bien tu trabajo cuando tocaba, la pifiaste en los cimientos, la estructura, el encofrado de tu edificio narrativo, y ahora hace aguas por todas partes. De modo que te toca calzarte el mono de trabajo y, hablando en plata, ponerte de tu propia mierda hasta las cejas... si es que en verdad crees en ese texto.
De entre todas las reescrituras la peor sin duda, la más sangrante, es la de un texto antiguo, uno de esos que se ha pasado su buen tiempo aguardando en un cajón a que quisieses volver a darle una oportunidad, porque nada más ponerte a leerlo de nuevo empiezas a plantearte en serio si no te equivocaste de oficio, si esto de juntar letras no te queda definitivamente grande. Me gustaría pensar que esto le pasa a la mayoría de escritores, que incluso las grandes voces se arrepienten en gran medida hasta de sus mejores libros, aun los publicados, porque su alma hipercrítica siempre les ha encontrado taras, y siempre lo hará, con cada nueva relectura. No sé hasta qué punto será así con ellos pero a mí me ocurre. Siempre acabo diciéndome, ¿¡cómo demonios pude escribir semejante bazofia?!... y entonces nada de lo que lees te parece bueno, querrías prender fuego a todos esos folios y dedicarte simplemente a vivir dejando volar tu imaginación en el coto cerrado de tu mente.
Resulta muy difícil sentirse padre orgulloso de cualquiera de tus textos, porque eso es lo que son, hijos preciosos y queridos, las más de las veces traviesos, esquivos y desagradecidos, pero hijos tuyos al fin y al cabo, que te cuesta horrores traer a este mundo, y cuyo parto te duele y te sangra la mente hasta la extenuación. Pero no importa cuánto te haya costado su alumbramiento, nunca estás contento, siempre te parecen insuficientes y quieres pedirles más, pero ellos sólo tienen la vida que tú les has dado y si quieres que cambien has de ser tú el que vuelva a moldearles el alma. Y esa es a veces una tarea insufrible, ardua, y muchas veces terrible, porque esos textos, esos hijos, son un reflejo de ti mismo en el pasado, dicen mucho de lo que eras cuando los escribiste, pero eso no tiene por qué coincidir con lo que actualmente eres, o crees que eres. Los hombres cambian, crecen, mutan, menguan, se ensombrecen y agrian definitivamente; el tiempo y la vida se ocupan de ello, pero los textos no cambian, siempre son los mismos mientras tú, tú que eres hombre y cambias y a tu alcance está el divinizarte o el ensombrecerte, no les des un nuevo aliento. Reescribir es reescribirte, y si no tienes cuidado, corres el riesgo de negarte, mentirte, falsearte, ficcionar tu sentir.
Hace unos días repasé algunos textos antiguos, pequeños relatos y poemas, y me asaltaron todas estas sensaciones. Estaba atónito. No podía creer que alguna vez hubiera podido estar conforme con todo aquello, darlo por acabado. Encontraba taras en todas partes y a cada instante me decía, aquí sobra esto y falta esto otro, y se podía añadir esto un poco más allá. La persona que soy ahora ya no coincidía con la que escribió todo aquello y quería derribarlo entero y volver a empezar. Pero al mismo tiempo pensaba en la persona que fui, la que escribió esas páginas, el espíritu y la ilusión que movieron su afán de escritura. Todo aquello estaba allí, en aquellas líneas, participando de ellas aun en la imperfección. Debía elegir entre reescribir salvajemente negando tanto de lo que fui, falseando desde el presente una manera de sentir del pasado, o bien renunciar a tocarlo todo, asumir mis carencias como narrador, y seguir trabajando.
Empecé a seleccionar textos, algunos se perderían para siempre, eran irrecuperables, meros abortos, inviables, sin posibilidad de escape. Para estos sólo quedaba el silencio. Otros, los menos, me parecieron rescatables por diferentes motivos, pero tampoco me sentí con ánimo de reescribirlos, desestructurarlos y volverlos a montar; me parecía que era como añadir hiperbólicas ortopedias a un cuerpo tullido y deficiente; error sobre error. No, no los reescribiría. Puliría si acaso aspectos formales, estilísticos, tampoco demasiado, lo justo para no tener que sonrojarme... y tal vez los publicaría, aquí, en TannHäuser...
Uno de ellos es mi anterior post, "Vida Sin Luna", una historia que no es demasiado antigua, apenas un año y unos meses, pero cuya esencia, ahora mismo, dista diametralmente de la persona que soy. Mientras lo releía, el escritor no hacía más que apuntar aquí y allí, diciendo lo que se podía mejorar, dónde se tenían que tirar tabiques y levantar otros nuevos; recreándose en el arte del parcheado, pero el hombre, en cambio, yo... no quería volver a saber nada de la manera de sentir que impulsó aquellas líneas. Habían cumplido su labor en su momento, me había servido de ellas para sacar fuera lo que me atenazaba por dentro, y al fin lo había parido todo, mal que bien, con todas sus indudables taras.
No podía ni quería volver sobre aquel relato, pero tampoco negaría lo que me empujó a escribirlo ni lo que fui y sentí mientras lo hacía. Si a alguien pudiese interesar, gustar o repulsar lo que en el quise expresar, pues ahí queda para el que quiera darle una porción de su vida y su tiempo. La relación entre padre e hijo acaba aquí; yo miro hacia adelante, germinando en mi interior nuevas ficciones, y él despliega sus contrahechas alas emprendiendo el vuelo entre los lectores, en busca de una oportunidad...
© JIP
Bueno... y todo este rollo a cuento de qué venía... ah, sí... de la reescritura y esas hierbas... En fin, que Asimov reescribía, todos los escritores, grandes o pequeños, buenos y malos, reescriben, unos más que otros, pero todos lo hacen, y el que diga que no es un embustero... o al menos yo no me lo creo. Otra cosa muy distinta es que, como autor, disfrutes o no reescribiendo tus textos... Yo, por ejemplo, lo odio...
Porque reescribir no es corregir, ojo... corregir, dentro de lo que cabe, puede ser incluso divertido; aguzar la puntería, afilar el estilo, filtrar, limpiar, pasar tu texto por el cedazo del máximo espíritu autocrítico... optimizarte en las formas... Pero reescribir implica meterse en las tripas de tu relato y averiguar dónde le duele. Significa también, y por efecto, que la cagaste, que algo no fue bien, que una gran parte de lo que escribiste te chirría de mala manera y no lo puedes soportar. No hiciste bien tu trabajo cuando tocaba, la pifiaste en los cimientos, la estructura, el encofrado de tu edificio narrativo, y ahora hace aguas por todas partes. De modo que te toca calzarte el mono de trabajo y, hablando en plata, ponerte de tu propia mierda hasta las cejas... si es que en verdad crees en ese texto.
De entre todas las reescrituras la peor sin duda, la más sangrante, es la de un texto antiguo, uno de esos que se ha pasado su buen tiempo aguardando en un cajón a que quisieses volver a darle una oportunidad, porque nada más ponerte a leerlo de nuevo empiezas a plantearte en serio si no te equivocaste de oficio, si esto de juntar letras no te queda definitivamente grande. Me gustaría pensar que esto le pasa a la mayoría de escritores, que incluso las grandes voces se arrepienten en gran medida hasta de sus mejores libros, aun los publicados, porque su alma hipercrítica siempre les ha encontrado taras, y siempre lo hará, con cada nueva relectura. No sé hasta qué punto será así con ellos pero a mí me ocurre. Siempre acabo diciéndome, ¿¡cómo demonios pude escribir semejante bazofia?!... y entonces nada de lo que lees te parece bueno, querrías prender fuego a todos esos folios y dedicarte simplemente a vivir dejando volar tu imaginación en el coto cerrado de tu mente.
Resulta muy difícil sentirse padre orgulloso de cualquiera de tus textos, porque eso es lo que son, hijos preciosos y queridos, las más de las veces traviesos, esquivos y desagradecidos, pero hijos tuyos al fin y al cabo, que te cuesta horrores traer a este mundo, y cuyo parto te duele y te sangra la mente hasta la extenuación. Pero no importa cuánto te haya costado su alumbramiento, nunca estás contento, siempre te parecen insuficientes y quieres pedirles más, pero ellos sólo tienen la vida que tú les has dado y si quieres que cambien has de ser tú el que vuelva a moldearles el alma. Y esa es a veces una tarea insufrible, ardua, y muchas veces terrible, porque esos textos, esos hijos, son un reflejo de ti mismo en el pasado, dicen mucho de lo que eras cuando los escribiste, pero eso no tiene por qué coincidir con lo que actualmente eres, o crees que eres. Los hombres cambian, crecen, mutan, menguan, se ensombrecen y agrian definitivamente; el tiempo y la vida se ocupan de ello, pero los textos no cambian, siempre son los mismos mientras tú, tú que eres hombre y cambias y a tu alcance está el divinizarte o el ensombrecerte, no les des un nuevo aliento. Reescribir es reescribirte, y si no tienes cuidado, corres el riesgo de negarte, mentirte, falsearte, ficcionar tu sentir.
Hace unos días repasé algunos textos antiguos, pequeños relatos y poemas, y me asaltaron todas estas sensaciones. Estaba atónito. No podía creer que alguna vez hubiera podido estar conforme con todo aquello, darlo por acabado. Encontraba taras en todas partes y a cada instante me decía, aquí sobra esto y falta esto otro, y se podía añadir esto un poco más allá. La persona que soy ahora ya no coincidía con la que escribió todo aquello y quería derribarlo entero y volver a empezar. Pero al mismo tiempo pensaba en la persona que fui, la que escribió esas páginas, el espíritu y la ilusión que movieron su afán de escritura. Todo aquello estaba allí, en aquellas líneas, participando de ellas aun en la imperfección. Debía elegir entre reescribir salvajemente negando tanto de lo que fui, falseando desde el presente una manera de sentir del pasado, o bien renunciar a tocarlo todo, asumir mis carencias como narrador, y seguir trabajando.
Empecé a seleccionar textos, algunos se perderían para siempre, eran irrecuperables, meros abortos, inviables, sin posibilidad de escape. Para estos sólo quedaba el silencio. Otros, los menos, me parecieron rescatables por diferentes motivos, pero tampoco me sentí con ánimo de reescribirlos, desestructurarlos y volverlos a montar; me parecía que era como añadir hiperbólicas ortopedias a un cuerpo tullido y deficiente; error sobre error. No, no los reescribiría. Puliría si acaso aspectos formales, estilísticos, tampoco demasiado, lo justo para no tener que sonrojarme... y tal vez los publicaría, aquí, en TannHäuser...
Uno de ellos es mi anterior post, "Vida Sin Luna", una historia que no es demasiado antigua, apenas un año y unos meses, pero cuya esencia, ahora mismo, dista diametralmente de la persona que soy. Mientras lo releía, el escritor no hacía más que apuntar aquí y allí, diciendo lo que se podía mejorar, dónde se tenían que tirar tabiques y levantar otros nuevos; recreándose en el arte del parcheado, pero el hombre, en cambio, yo... no quería volver a saber nada de la manera de sentir que impulsó aquellas líneas. Habían cumplido su labor en su momento, me había servido de ellas para sacar fuera lo que me atenazaba por dentro, y al fin lo había parido todo, mal que bien, con todas sus indudables taras.
No podía ni quería volver sobre aquel relato, pero tampoco negaría lo que me empujó a escribirlo ni lo que fui y sentí mientras lo hacía. Si a alguien pudiese interesar, gustar o repulsar lo que en el quise expresar, pues ahí queda para el que quiera darle una porción de su vida y su tiempo. La relación entre padre e hijo acaba aquí; yo miro hacia adelante, germinando en mi interior nuevas ficciones, y él despliega sus contrahechas alas emprendiendo el vuelo entre los lectores, en busca de una oportunidad...
© JIP
13 comentarios
JIP -
Saludos.
Magda -
JIP -
Bueno, mi opinión al respecto quedó clara y la tuya también... así que nada... a escribirnos y leernos...
un saludo.
juan carlos -
En cuanto al tema de la reescritura, siempre me ha interesado mucho. Yo creo que la reescritura forma parte de la escritura. Uno escribe una primera versión de un texto, pero no ha terminado ahí, tiene que volver a revisarlo, una y otra vez hasta que el texto alcance un cierto grado de perfección.
Tal vez un dia de estos hable de ello en mi bitácora.
Teresa -
saludos!
JIP -
lucy -
JIP -
Juan Carlos, sin duda la reescritura forma parte de la escritura, y yo lo asumo, lo cual no quiere decir que me guste ;)
un saludo a todos.
JIP -
En cuanto a Asimov, no he dicho que no me guste, de hecho empecé a leer con él de pequeño, pero no lo considero un gran narrador. Siempre fue mejor comunicador que escritor.
Yo no sé si escribir es más difícil que pintar o componer o cualquiera de las otras artes, pero sí sé que es terriblemente duro, y las más de las veces frustrante. Poner el alma en cada línea y comprobar al poco que todo te parece basura es descorazonador. Pero aun así sigues queriendo llenar más y más folios, porque no puedes hacer otra cosa, porque sientes que tu alma ha nacido para expresarse en esas líneas... cueste lo que cueste y duela lo que duela traerlas al mundo...
Otro saludote para ti.
charito -
JIP... me gusta mucho el escrito..
saludos
Pedro -
Reescribir es espantoso, desde luego. Escribir ya es un oficio doloroso: se equivocan los que creen que es más fácil que, por ejemplo, pintar y componer. Truman Capote dijo "Dejé de divertirme cuando descubrí la diferencia entre escribir bien y mal, y luego hice un descubrimiento más alarmante aún: la diferencia entre escribir bien y el verdadero arte. Una diferencia sutil, pero feroz."
Stevenson dijo que no tenía ganas de hacer nada, que estaba extenuado mentalmente después de "parir" al Señor de Ballantrae.
Pero yo con los que alucino es con los del siglo XIX (que es el siglo en que la novela llegó a su cima): Flaubert y Tolstoi. Madre del amor hermoso: Flaubert reescribió todas sus novelas, algunas de ellas cinco (!) veces.
Y Tolstoi (estoy leyendo sus diarios, son encantadores), reescribió la Sonata a Kreutzer cuatro veces. En los diarios, comenta lo difícil que le resulta hacerlo, pero el tío sigue y sigue.
Y todos ellos, en muchos momentos, no es que duden: es que dicen que lo que escriben es malo, que no vale nada, etc... Yo creo que ser escritor es una de las cosas más duras del mundo... también es de las más bonitas, todo hay que decirlo :D
Un saludote!
pauli -
por cierto, me encanto "vida sin luna" :)
un besote.
JIP -
A veces el arte no es más que eso, rebuscar en tus adentros la esencia que eres, expulsarla al mundo físico... y comprobar en ké puedes transmutarse...