EL PESO DE LA SOMBRA
Hay días que arrojarías la toalla, que claudicarías nada más despertar, alzando los brazos, utilizando el blanco de tus sábanas en señal de rendición, porque sabes positivamente que esa mañana has amanecido para perder.
Te duele la espalda con ganas, como hacía tiempo que no te dolía, y además estás mareado. Sabes que lo último que deberías hacer es levantarte, y no quieres hacerlo, pero aun así lo haces, porque sí, porque es lo que hay que hacer. Te pones en pie, notas la náusea adherirse a la base de tu garganta, y empiezas a notar que la humanidad te abandona, que te inicias abruptamente en los senderos del guiñapo. Para colmo sientes esa ligera presión en la cabeza, esa que tan bien conoces, que tan bien te conoce, y entonces cierras los ojos y te dices no, por favor, eso no, aguantaría todo el resto... ¡pero eso no! Rezas sin ser creyente por que la migraña no quiera ser hoy tu "mejor amiga". Te tomas rápidamente un par de aspirinas, sin desayunar, te da igual, porque el pánico que has desarrollado a ese infierno insoportable en tu cabeza te domina. Sólo quieres que esa amenaza en tu cerebro desaparezca. Que no crezca. Que no te inhabilite una vez más con su atroz punzada.
Así que estás para el arrastre. De pronto sientes tu vida como el más grande y crudo de los Stalingrados... y no tienes ganas de luchar por un palmo de tierra más; sólo quieres rendirte... caer preso... dormir... dejar de ser única y exclusivamente dolor y malestar...
Te gustaría poder desplomarte sobre la cama y olvidarte del mundo, llenarte los bolsillos de inconsciencia parafraseando la muerte del buenazo de Porthos en el El Vizconde de Bragelonne, de Dumas , susurrando aquello de "Es demasiado peso"... y precipitarte final en la negrura...
Pero no. No puedes. No debes. En lugar de eso das comienzo al día.... uno más, uno de tantos; te duchas, te vistes, no desayunas por miedo a echar la pota, y te dispones a salir por la puerta dejando atrás tu casa, tu cama, tu posibilidad de un sueño reparador... Por un momento te paras a pensar en ello; no vales una mierda, estás hecho una auténtica piltrafa y puede que lo peor aún esté por llegar... y en lugar de quedarte guardando cama, acabas de cerrar la puerta, te largas a trabajar, a lo que hay que hacer, vamos... y lo peor de todo es que no recuerdas haberte planteado el no hacerlo... De repente lo sabes; cada nuevo atentado a tu mente te aproxima peligrosamente al Autómata...
Sí, te gustaría poder decir que todo es demasiado peso y dejarte caer... como el héroe cansado de Dumas, pero Porthos tenía papel por carne y tinta por sangre, y ya era viejo cuando pronunció su último parlamento; había vivido y combatido mucho... todo; había bregado ya todo lo que estaba a su alcance, así que tenía bien merecido ese descanso. Pero tú, en cambio, no has hecho más que comenzar, eres todavía un principiante en esto del vivir y del sufrir... y un final así, una muerte así, no se consigue gratis. Ni tu carne es de papel ni tu sangre de negra tinta, tu dolor es todo rojo y víscera, y la sombra de tu enemigo no se refleja en la hoja de un sable...
Tu enemigo, lo sabes, es la sombra misma, la que te dehumaniza y poco a poco, día a día, te petrifica las venas, esclerotiza tu pensamiento; te transforma en máquina aniquilando tus sueños...
Y tú quieres vivir... y soñar... y por eso no te quedas durmiendo todo y que estás totalmente inutilizado... porque quieres huir del metal...
Así que haces de tripas corazón, y aguantas la náusea mientras bajas las escaleras, afrontando mal que bien un día más; uno de esos en que sabes que sólo te va a tocar perder... pero antes eso, piensas, que rendirte a la sombra y dormitar... dejar que sea ella quien decida cuándo has llegado al límite del peso que tus huesos, tu vida, tu alma, pueden soportar...
© JIP
Te duele la espalda con ganas, como hacía tiempo que no te dolía, y además estás mareado. Sabes que lo último que deberías hacer es levantarte, y no quieres hacerlo, pero aun así lo haces, porque sí, porque es lo que hay que hacer. Te pones en pie, notas la náusea adherirse a la base de tu garganta, y empiezas a notar que la humanidad te abandona, que te inicias abruptamente en los senderos del guiñapo. Para colmo sientes esa ligera presión en la cabeza, esa que tan bien conoces, que tan bien te conoce, y entonces cierras los ojos y te dices no, por favor, eso no, aguantaría todo el resto... ¡pero eso no! Rezas sin ser creyente por que la migraña no quiera ser hoy tu "mejor amiga". Te tomas rápidamente un par de aspirinas, sin desayunar, te da igual, porque el pánico que has desarrollado a ese infierno insoportable en tu cabeza te domina. Sólo quieres que esa amenaza en tu cerebro desaparezca. Que no crezca. Que no te inhabilite una vez más con su atroz punzada.
Así que estás para el arrastre. De pronto sientes tu vida como el más grande y crudo de los Stalingrados... y no tienes ganas de luchar por un palmo de tierra más; sólo quieres rendirte... caer preso... dormir... dejar de ser única y exclusivamente dolor y malestar...
Te gustaría poder desplomarte sobre la cama y olvidarte del mundo, llenarte los bolsillos de inconsciencia parafraseando la muerte del buenazo de Porthos en el El Vizconde de Bragelonne, de Dumas , susurrando aquello de "Es demasiado peso"... y precipitarte final en la negrura...
Pero no. No puedes. No debes. En lugar de eso das comienzo al día.... uno más, uno de tantos; te duchas, te vistes, no desayunas por miedo a echar la pota, y te dispones a salir por la puerta dejando atrás tu casa, tu cama, tu posibilidad de un sueño reparador... Por un momento te paras a pensar en ello; no vales una mierda, estás hecho una auténtica piltrafa y puede que lo peor aún esté por llegar... y en lugar de quedarte guardando cama, acabas de cerrar la puerta, te largas a trabajar, a lo que hay que hacer, vamos... y lo peor de todo es que no recuerdas haberte planteado el no hacerlo... De repente lo sabes; cada nuevo atentado a tu mente te aproxima peligrosamente al Autómata...
Sí, te gustaría poder decir que todo es demasiado peso y dejarte caer... como el héroe cansado de Dumas, pero Porthos tenía papel por carne y tinta por sangre, y ya era viejo cuando pronunció su último parlamento; había vivido y combatido mucho... todo; había bregado ya todo lo que estaba a su alcance, así que tenía bien merecido ese descanso. Pero tú, en cambio, no has hecho más que comenzar, eres todavía un principiante en esto del vivir y del sufrir... y un final así, una muerte así, no se consigue gratis. Ni tu carne es de papel ni tu sangre de negra tinta, tu dolor es todo rojo y víscera, y la sombra de tu enemigo no se refleja en la hoja de un sable...
Tu enemigo, lo sabes, es la sombra misma, la que te dehumaniza y poco a poco, día a día, te petrifica las venas, esclerotiza tu pensamiento; te transforma en máquina aniquilando tus sueños...
Y tú quieres vivir... y soñar... y por eso no te quedas durmiendo todo y que estás totalmente inutilizado... porque quieres huir del metal...
Así que haces de tripas corazón, y aguantas la náusea mientras bajas las escaleras, afrontando mal que bien un día más; uno de esos en que sabes que sólo te va a tocar perder... pero antes eso, piensas, que rendirte a la sombra y dormitar... dejar que sea ella quien decida cuándo has llegado al límite del peso que tus huesos, tu vida, tu alma, pueden soportar...
© JIP
11 comentarios
JQ -
pauli -
tenia una amiga que sufria de migrañas y un dia por aquellas casualidades de la vida, se metio cocaina por la nariz y descubrio que era un gran analgesico, asi, que ahora ya no sufre de migrañas :)eso si el remedio le sale algo caro.
JIP -
aunque creo que nadie está a salvo de eso...
saludos.
JQ -
JIP -
JIP -
J. P. Bango -
Gran texto, JIP.
pauli -
un besote
JIP -
PaRaP, es ley de vida... somos pequeñas vagonetas en la gran Montaña Rusa del existir... ;P
saludos a los dos.
PaRaP -
charito -
me gusta mucho el escrito, tan bien narrado que casi lo estoy sintiendo.
saludos