UN BESO DE LLUVIA
Tropezó bajando las escaleras y se golpeó el codo contra la barandilla de hierro. ¡Maldita sea, buena forma de empezar el día! Le dolía horrores y no tardó en hinchársele toda la zona y sentir tumefacto el antebrazo entero.
No pudo encontrar aparcamiento cerca de la facultad, así que tuvo que irse cinco manzanas más abajo. El hueco era justillo justillo, pero toquecito por delante, toquecito por detrás, consiguió al fin calzar el coche a la acera. Ya se había perdido la primera clase, de modo que se lo tomaría con calma; leería el periódico tranquilamente en el bar de la facultad mientras tomaba un rico café con leche descafeinado, ¡de máquina, por favor! Doliéndose todavía del brazo entró cabizbajo en el quiosco, cogió el diario y se acercó al mostrador. Su vista ascendió lentamente desde éste, en el que había dejado el periódico, hasta la portada de un libro abierto, sostenido en el aire: David Cronenberg. La Estética de la Carne, editorial Nuer, el careto del menda con las gafas rotas en la portada... lo había leído... muy bueno... muy bueno... ummmmm... Luego su mirada subió espontáneamente, espoleada por la curiosidad, hasta el rostro que medio se escondía tras aquellas páginas. Entonces ella dejó el libro para atenderle Buenos Días... aquella voz no figuraba en sus archivos... Buenos Días... tampoco su cara le sonaba; ojazos marrones, media melena de morenos rizos, blanca piel levemente enrojecida en los pómulos... ¡Buffff!... ¡y además le interesaba Cronenberg!... -¡más Buffff!-... Esto te cojo el diario y y un paquete de estos... Apenas nunca mascaba chicle, y menos chiches "Bident"... Oyó el característico ¡piiiiiiiii! del escáner reconociendo el código de barras mientras hurgaba, la cabeza gacha, sobre la cartera, decidiendo si pagaría con un billete de cinco o de diez, intentando sacarse la tontería de encima. Dos con veinte, por favor ¡Joder, la industria chicletera pretende enriquecerse a mi costa! Le tendió el billete de cinco, ella le devolvió el cambio, Gracias... "A... a ti"... Permaneció allí parado, marmóreo durante breves segundos, luchando entre la estupefacción y la vergüenza, queriendo poner freno a las palabras que ya subían imparables por su garganta sin su permiso consciente no podía creer que fuese a decirle aquello...
- Oye, disculpa ¿T tú has leído a James Ballard?
- No. sonrió cómplice, traviesa.
- Ah... Bueno... Adiós...
- Adiós...
¡¿Tú has leído a Ballard?!... ¡¡¿Tú has leído a Ballard?!!... ¡Santo Dios!... ¡Menudo tonto del culo que estás hecho!... sólo a un friki como tú se le ocurriría preguntarle eso y se fastidió el leer el periódico, y se fastidió el café descafeinado, y se fastidió su tranquila hora de relax en el bar. Y durante el resto de la mañana no hizo más que pensar en el tamaño de su ridículo mientras se frotaba el codo lastimado, como un animalillo malherido.
* * * * *
Por la tarde salió de caza, es decir, de librerías, cobrándose sólo una pequeña pieza, de esas de bolsillo y tapas blandas: Miedo y Asco en las Vegas. Vonnegut lo recomendaba en la contraportada, Terry William había hecho una película de ella que todavía no había visto; la protagonizaba Johnny Depp... No podía ser malo. Después entró en un café cercano, ese en el que tienen libros de decoración, porque jamás nadie los toca, y también exponen obras de arte, pinturas de amigos y de amigos de amigos del dueño del local. Había días en que algunos de aquellos cuadros eran dignos de contemplación, sí, pero ese no era de uno de ellos... así que lo mejor era ponerse inmediatamente a devorar el libro. Un café con leche descafeinado... ¡de máquina, por favor! Cuando se lo sirvieron en la mesa ya había empezado la novela, pintaba bien, periodismo gonzo lo llamaban. Vertió el azúcar y lo removió bien. Le pegó un buen sorbo que... por poco se le atraganta...
Allí estaba de nuevo, sentada justo en frente, en la mesa de al lado, con la atención puesta en otro libro -¡Crash de James G. Ballard!-... como si me hubiese estado siguiendo durante todo el día, silenciosa y cristalina, desde el mostrador del quiosco hasta aquel café. No podía creerlo. Aquello sobrepasaba con creces su umbral de verosimilitud. Por un instante quiso volverse, mirar rápidamente a su entorno buscando sorprender a las inadvertidas cámaras de cine que sin duda debían estar rodando su escena del día... pero no... aquello era la maldita vida real... ¿o no?...
- Creí que no leías a Ballard.
- Y no lo hacía -volviendo a sonreír todavía más cómplice, picarona y traviesa
que por la mañana.
- ¿Quieres un chicle?... son de fresa...
* * * * *
Pasaron toda aquella tarde charlando y riendo, conociéndose en cada palabra, en cada gesto y en cada silencio, pero a la vez tratándose como si se conociesen de toda la vida; hablaron de cine y de libros; de fantasías, terrores y ficciones; de Cronenberg y la Nueva Carne, cómo no; de la obra de Ballard él a ella; de los aventureros de Pérez-Reverte ella a él. También hablaron de ellos, de sus vidas, de sus corazones, mientras la noche estival abrazaba su lento deambular por las calles y los parques de la ciudad. Una luz ardorosa e invisible, como rocío volcánico, los envolvía, creciendo a cada instante.
De repente comenzó a llover una de esas lluvias tibias, compasivas y amables, y ambos se callaron. El silencio se alargó y sus miradas se estrecharon hasta encontrarse, electrificadas... entonces él la besó...
* * * * *
Despertó de golpe. Miró a su entorno agitado; su cama, su habitación, las ocho de la mañana pasadas... ¡¿Acaso todo había sido un sueño?!... ¡¿Acaso podía ser otra cosa?!... Demasiado bonito para ser cierto... ¡¡¡Santo Dios, si de algún sueño no quería despertar era precisamente de ese!!!... ¡Cabrón!... Resignada desesperación...
Tenía el tiempo justo si quería llegar a tiempo a la primera clase de la mañana. Bajó los escalones a la carrera y tropezó golpeándose el codo contra la barandilla de hierro... Jamás un dolor tan horrible lo había colmado de tanto júbilo... Salió atropelladamente a la calle, ¡¡¡¿Dónde diablos dejé el coche?!!!... No tenía un minuto que perder...
© JIP
No pudo encontrar aparcamiento cerca de la facultad, así que tuvo que irse cinco manzanas más abajo. El hueco era justillo justillo, pero toquecito por delante, toquecito por detrás, consiguió al fin calzar el coche a la acera. Ya se había perdido la primera clase, de modo que se lo tomaría con calma; leería el periódico tranquilamente en el bar de la facultad mientras tomaba un rico café con leche descafeinado, ¡de máquina, por favor! Doliéndose todavía del brazo entró cabizbajo en el quiosco, cogió el diario y se acercó al mostrador. Su vista ascendió lentamente desde éste, en el que había dejado el periódico, hasta la portada de un libro abierto, sostenido en el aire: David Cronenberg. La Estética de la Carne, editorial Nuer, el careto del menda con las gafas rotas en la portada... lo había leído... muy bueno... muy bueno... ummmmm... Luego su mirada subió espontáneamente, espoleada por la curiosidad, hasta el rostro que medio se escondía tras aquellas páginas. Entonces ella dejó el libro para atenderle Buenos Días... aquella voz no figuraba en sus archivos... Buenos Días... tampoco su cara le sonaba; ojazos marrones, media melena de morenos rizos, blanca piel levemente enrojecida en los pómulos... ¡Buffff!... ¡y además le interesaba Cronenberg!... -¡más Buffff!-... Esto te cojo el diario y y un paquete de estos... Apenas nunca mascaba chicle, y menos chiches "Bident"... Oyó el característico ¡piiiiiiiii! del escáner reconociendo el código de barras mientras hurgaba, la cabeza gacha, sobre la cartera, decidiendo si pagaría con un billete de cinco o de diez, intentando sacarse la tontería de encima. Dos con veinte, por favor ¡Joder, la industria chicletera pretende enriquecerse a mi costa! Le tendió el billete de cinco, ella le devolvió el cambio, Gracias... "A... a ti"... Permaneció allí parado, marmóreo durante breves segundos, luchando entre la estupefacción y la vergüenza, queriendo poner freno a las palabras que ya subían imparables por su garganta sin su permiso consciente no podía creer que fuese a decirle aquello...
- Oye, disculpa ¿T tú has leído a James Ballard?
- No. sonrió cómplice, traviesa.
- Ah... Bueno... Adiós...
- Adiós...
¡¿Tú has leído a Ballard?!... ¡¡¿Tú has leído a Ballard?!!... ¡Santo Dios!... ¡Menudo tonto del culo que estás hecho!... sólo a un friki como tú se le ocurriría preguntarle eso y se fastidió el leer el periódico, y se fastidió el café descafeinado, y se fastidió su tranquila hora de relax en el bar. Y durante el resto de la mañana no hizo más que pensar en el tamaño de su ridículo mientras se frotaba el codo lastimado, como un animalillo malherido.
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Por la tarde salió de caza, es decir, de librerías, cobrándose sólo una pequeña pieza, de esas de bolsillo y tapas blandas: Miedo y Asco en las Vegas. Vonnegut lo recomendaba en la contraportada, Terry William había hecho una película de ella que todavía no había visto; la protagonizaba Johnny Depp... No podía ser malo. Después entró en un café cercano, ese en el que tienen libros de decoración, porque jamás nadie los toca, y también exponen obras de arte, pinturas de amigos y de amigos de amigos del dueño del local. Había días en que algunos de aquellos cuadros eran dignos de contemplación, sí, pero ese no era de uno de ellos... así que lo mejor era ponerse inmediatamente a devorar el libro. Un café con leche descafeinado... ¡de máquina, por favor! Cuando se lo sirvieron en la mesa ya había empezado la novela, pintaba bien, periodismo gonzo lo llamaban. Vertió el azúcar y lo removió bien. Le pegó un buen sorbo que... por poco se le atraganta...
Allí estaba de nuevo, sentada justo en frente, en la mesa de al lado, con la atención puesta en otro libro -¡Crash de James G. Ballard!-... como si me hubiese estado siguiendo durante todo el día, silenciosa y cristalina, desde el mostrador del quiosco hasta aquel café. No podía creerlo. Aquello sobrepasaba con creces su umbral de verosimilitud. Por un instante quiso volverse, mirar rápidamente a su entorno buscando sorprender a las inadvertidas cámaras de cine que sin duda debían estar rodando su escena del día... pero no... aquello era la maldita vida real... ¿o no?...
- Creí que no leías a Ballard.
- Y no lo hacía -volviendo a sonreír todavía más cómplice, picarona y traviesa
que por la mañana.
- ¿Quieres un chicle?... son de fresa...
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Pasaron toda aquella tarde charlando y riendo, conociéndose en cada palabra, en cada gesto y en cada silencio, pero a la vez tratándose como si se conociesen de toda la vida; hablaron de cine y de libros; de fantasías, terrores y ficciones; de Cronenberg y la Nueva Carne, cómo no; de la obra de Ballard él a ella; de los aventureros de Pérez-Reverte ella a él. También hablaron de ellos, de sus vidas, de sus corazones, mientras la noche estival abrazaba su lento deambular por las calles y los parques de la ciudad. Una luz ardorosa e invisible, como rocío volcánico, los envolvía, creciendo a cada instante.
De repente comenzó a llover una de esas lluvias tibias, compasivas y amables, y ambos se callaron. El silencio se alargó y sus miradas se estrecharon hasta encontrarse, electrificadas... entonces él la besó...
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Despertó de golpe. Miró a su entorno agitado; su cama, su habitación, las ocho de la mañana pasadas... ¡¿Acaso todo había sido un sueño?!... ¡¿Acaso podía ser otra cosa?!... Demasiado bonito para ser cierto... ¡¡¡Santo Dios, si de algún sueño no quería despertar era precisamente de ese!!!... ¡Cabrón!... Resignada desesperación...
Tenía el tiempo justo si quería llegar a tiempo a la primera clase de la mañana. Bajó los escalones a la carrera y tropezó golpeándose el codo contra la barandilla de hierro... Jamás un dolor tan horrible lo había colmado de tanto júbilo... Salió atropelladamente a la calle, ¡¡¡¿Dónde diablos dejé el coche?!!!... No tenía un minuto que perder...
© JIP
8 comentarios
María -
María -
Beca -
Pedro -
tanger soto -
JIP -
Un saludo a todos... y a ti, Tata, bienvenida... ;)
Tata -
Vuelve a escribirlo en una libreta y haz de esa relación una novela... analizando cada detalle, cada sentimiento.. todo...
Felicidades, me ha gustado
J.P. Bango -