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tannhauser

Para los que saben

El abismo entre lo que se pretende expresar y lo que al fin se acaba escribiendo. Y todavía peor, más insalvable: el que se abre entre lo que unos y otros entienden de cuanto escribiste, en función de su nivel cultural, sus lecturas, sus particulares apetencias, así como la cantidad de intangibles cicatrices infligidas por los años. Abismos, precipicios, acantilados de dientes escualos, arrecifes como apetito de cachorros. A un tiempo te arrebatan todas las ganas de enfrentar un teclado y te otrogan nuevos motivos para seguir aporreándolo.

Creo que empiezo a tener cada día más claras las dos orillas de este río perenne y sin desembocadura: escritores como la pintura doméstica, "de interior" y "de exterior", por llamarlos de alguna burda manera. Letras para todos los públicos, a ojos vista, como un cardenal morado a la altura de la clavícula; o bien letras intestinas, hepáticas, tumorales, sólo al alcance de radiólogos o audaces heterónimos de Ray Milland; hombres con rayos X en los ojos... ¿Que no entiendes nada? Pues ni siquiera te molestes en releer, si tienes que tirar para atrás o ponerte a pensar de qué demonios hablo es que los dos hemos fracasado: yo no conseguí que me comprendieras y tus ojos y circunvoluciones no ponen cachondos a los contadores Geiger... Ahora bien, ¿cuál de los dos tiene "un problema"? Añádelo a tu lista de interrogantes...

Exarcebando los extremos, por ejemplo, el catedralicio -estos días tan en el disparadero- Ken Follett sería un escritor para todos los públicos. Tan mayoritaro como inocuo. Alejandra Pizarnik, en cambio, es un incombustible mitocondrio de hermético autocastigo. Follett apenas te pide algo más que los 20 euros que cuesta el tocho de rigor y algunas horas de sofá para conducirte hasta la palabra "FIN". La loca argentina, sin embargo, va a reclamar de ti mucho más; querrá que te arriesgues, que tomes partido, que te adentres en los miasmas de su particular infierno. Tendrás que poner tanto de tu parte, tanto contenido de tu alma, como ella puso de la suya al escribir sus páginas. Tendrás que mojarte o desistir: renunciar a quedarte en la estéril superficie por no haber querido -o sencillamente no haber sido capaz- de ir un paso más allá: arrojarte al vacío sin paracaídas. Follett, y tantos como él, son un salvoconducto al firme transcurso inane de las horas. No ofrece nada porque no pide nada en contraprestación. Pizarnik es un demonio con piel de cordero y boca negra como pasillo de hospital o noches de insomnio y dolor amanecidas en un box de Urgencias. Exige de ti todo y a cambio todo -lo bueno, lo malo y lo terrible- te lo devuelve, por lo común con intereses, lesivos y suicidas.


En este sentido, no me interesa, como lector, cualquier escritura en la que no palpite un anhelo fáustico. Cuanto más años paso en este lado de la existencia tantos menos días me quedan, y lo último que deseo, por tanto, es emplear mis segundos en páginas inofensivas y sin artillería. Leer barato puede salir muy caro, sobre todo cuando has estado al otro lado; habiendo atacado las trincheras enemigas a la carrera, calada la bayoneta, regresar de una pieza y comprobar que no hay verdad sin peligro ni conocimiento sin riesgo, que la auténtica vida es la que avanza siempre pendiente del finísimo hilo, mortal y asesino, de la incertidumbre.

La argentina suicida no se cuenta a pesar de todo, en el panteón de mis indiscutibles, la puse como ejemplo antártico y visceral de lo que es escribir no ya para uno mismo, sino contra uno mismo. Igual que hago yo desde hace tanto, aunque desde divergentes posiciones. Es muy probable que debido a ella, dicha divergencia, Alejandra no comulgase con mis líneas igual que a mí me cuesta navegar las suyas. Los ha habido mucho más próximos a mis adentos sin por ello representar un menor desafío. Lautréamont, Beckett, Durrell, Céline, Kafka, Cioran, Burroughs, Celan, Ballard... No se pueden escribir libros como "Viaje al fin de la noche", "El almuerzo desnudo" o "Crash" sin estar seriamente enfermo. Hacer de tu propia locura la locura de otros: pienso que ya no estoy a tiempo más que de esta forma de literatura. Que los Best-Sellers y los Planetas y Nadales queden para quienes desconocen qué es una digestión accidentada, cuyas noches son como una hogaza de pan untada de mantequilla.

Esta es la razón por la que cada vez tengo más problemas para hacerme entender; porque, sinceramente, me importa un comino ser un muro infranquebale o un espejo abismal en el que mirarse la jeta. Me he dado cuenta de que, todo y su infinita complejidad, el lenguaje es una herramienta demasiado arbitraria e incapaz de los excesos a los que muchos la someteríamos con gusto. No se trata de ponerse a comparar. No es que debamos aventurar que la escritura es un chicle mucho menos maleable, por ejemplo, que la música o la pintura. Se trata de algo más profundo y perverso: lenguaje, música y pintura son sólo torpes y contrahechas máquinas de ordeñar la teta de la mente. Lo que hay aquí dentro es sencillamente demasiado. Habría que dejar de ser hombre; un neurocirojano alienígena, para sacar un inteligible correlato de nuestra diáspora mental. Pretendemos desenterrar el centro de la Tierra a pico y pala y disponemos apenas de 50, 60, con suerte los 70 años, no alcanzando en ninguno de ellos a ser más que un simple ser humano.

Dar a entender a un otro el óxido que pudre tu mente, tarea de dioses en manos subnormales...

 

4 comentarios

Javier -

Child, tienes razón, la metáfora de la película de Corman no tiene desperdicio, se es más feliz en la "ignirancia" que en la extrema lucidez. Me he pguntado muchas veces si no hubiese cambiado una menor lucidez a cambio de pasarlas menos putas. El mero interrogante es de por sí un sinsentido, al menos mientras no descubramos el secreto del viaje en el tiempo.

En cuanto a lo de "Soy Leyenda", qué te voy a decir, si yo también caí en la trampa.

Un saludo.

child in time -

Recuerdo que al final de la película, el hombre con rayos X en los ojos se adolecía de ver una luz. La metáfora era evidente, creo. De tanto captar la verdadera realidad, ésa que se esconde tras la opacidad de las cosas, su mirada había llegado hasta Dios. Existen muchos dichos populares que vienen a señalar lo mismo: “la verdad duele”, por ejemplo. Algo así le explicaba Morfeo mostrándole las dos cápsulas a Keanu Reeves antes de ser Neo: “Te propongo la verdad, no la felicidad”. Mi dentista, aficionado al budismo, siempre dice que cuando comienzas a tener cierta noción sobre la vida va y la palmas de viejo. Supongo que Ray Milland hubiera agradecido poder cambiar su destino de manera menos drástica, haber llegado a viejo sin atisbar la totalidad de aquella espantosa luz que lo cegaba, que lo deslumbraba. Ese final tan drástico viene a decirnos que la vuelta atrás, por otro lado lícita a causa del sufrimiento, viene a ser al mismo tiempo la mayor de las traiciones a uno mismo. A veces comienzo a dudar de todo y llego a la conclusión de que debería empezar a aficionarme a los libros de Daniela Steel. Últimamente, en mis días libres, escasos, fumo marihuana y me sumerjo en una sala de cine, solo o acompañado, a ver películas donde no tenga mucho que pensar. Me gusta flipar con los efectos especiales, el sonido y las tías buenas y los coches. Para esto la marihuana va de lujo. Casan muy bien una droga con la otra. Lo jodido es que no siempre quiero estar fumado. Eso es lo jodido, aunque lo intento. Mi siguiente película es “Soy leyenda". Lo siento, compañero.

Javier -

Tienes razón, Rey, "La Cosa" de "Pánico en el Transiberiano" no es que tuviese rayos X en los ojos, es que directamente veía a través de los evos... ¡Qué caracajadas, coñe!

No estoy contra la literatura barata, de hecho me encanta; estoy contra los mercaderes literarios. No es lo mismo un Ken Follett que un Edgar Rice Burroughs...

Un saludo.

el_rey_de_amarillo -

Quizás el más preparado para sondear la escritura profunda, más que Ray Milland, sea la criatura de "Pánico en el transiberiano", cuyos ojos, como soles rojos, venían de otros mundo, quizás más preparado para observar el circo humano.
Sin duda, tenemos poco tiempo, pero la literatura barata a veces es como un dulce, aunque no hay que empacharse.