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tannhauser

Perdonad que no me levante

Ojalá estuviese lloviendo a mares, una tormenta infectada de truenos, con abundante aparato eléctrico, como la de The Spiral Staircase, por ejemplo; que durase toda la noche, que sólo se apagase con las primeras luces del nuevo día, cuando ya todo sucedió. Una noche de tormenta de las que hacen salir de sus madrigueras a los asesinos y a las víctimas potenciales resguardarse en casa, en espera de las manos estranguladoras que les nieguen el día por llegar y todos los siguientes. Eso y un buen fuego; delante de la chimenea que siempre he soñado, retrepado en un confortable sillón de los que ya no se hacen, y un libro que todavía no ha sido escrito: leerlo hasta altas horas arropado por un par de mantas porque a pesar del fuego la casa es fría y fuera el infierno diluvia. Leer hasta quedarme dormido, o mejor, hasta que un rayo demasiado certero deje sin luz a media ciudad. Entonces, la semioscuridad ambarina, el fuego crepitante reflejado sobre mi cara y los cristales sucios de las gafas, impregnados de fantasmagorías digitales. Me levantaría con dificultad, con bastante dolor, arrugando el ceño, torciendo la boca, y me serviría un generoso trago de wishky, todo y que no bebo. Luego pondría toda la atención en notar cómo lentamente me abrasa las paredes del estómago mientras la lluvia interpreta su sorda y monocorde partitura sobre tejados y ventanas. Volvería a sentarme y cerraría los ojos. La lluvia asesina en los oídos y los miembros ateridos, las llamas imposibles untándome el rostro de calor amarillo, el dolor atenuado pero constante en la punta del zapato, y el verdugo de mis días, como un perro de presa, olfateando las calles negras y empapadas, en pos de mi aroma... Noches así no deberían terminar nunca.

Si las hubiese, claro, pero no es el caso. De lo descrito más arriba todo fue imaginado salvo una cosa, el dolor palpitante y sordomudo en la punta del zapato; mi dedo gordo del pie derecho, roto desde hace no más de seis horas y durante las próximas cuatro o cinco semanas... No tengo chimenea, así que habré de conformarme con el artificial ámbar de la estufa eléctrica. Tampoco tengo ese cómodo sillón en el que hundir mi culo y mi melancolía, este sofá barato que lleva años rompiéndome la espalda tendrá que aguantar mis huesos -y esta silla que ahora ocupo el peso de mi pie destrozado-. De libros que no se han escrito está el aire plagado, son como espíritus difuntos, vagando, no obstante, por un limbo distinto, infuso en corrientes abortivas y de sempiterna postergación. Se me ocurre escribir que todo sería un poco menos patético si pudiese al menos regalarme un buen lingotazo de fuego caoba garganta abajo, fuesen cuales fuesen sus consecuencias, pero sin duda lo peor es caer en la cuenta de que esta noche no lloverá y cuando llegue mañana, que llegará, las calles estarán secas y el dedo dolerá desérticos horrores.   

3 comentarios

el_rey_de_amarillo -

Te confesaré que, pese a tener chimenea, utilizo una estufa eléctrica. La chimenea es romántica si llegas y está preparada, y al terminar alguién la limpia. Después están los días de viento, en los que, si viene una mala ráfaga de aire, el humo se mete dentro de la habitación, como si los geo te hubieran lanzado una granda de gases lacrimógenos. Si llueve tienes problemas para buscar leña seca.
De todas formas, si se va la luz, no hay más huevos que la fogata para tener los pies calientes.

Un Saludo

Javier -

Child, aventura, hijoputada, tocada de huevos, llámalo como quieras, en efecto ocurrió, no te contesto porque lo cuento en el post que paso a colgar ahora mismo.

Al correo te contesto mañana, un saludo.

child in time -

la verdad es que sí, no acompañan mucho los tiempos para la aventura. Pero el caso es que la aventura ocurrió ¿cómo es eso de que tienes un dedo roto?