Todo sigue igual
El infortunio, la suerte perra, es el reverso tenebroso del dinero, su cara oculta de la luna, y como tal también crece exponencialmente, es decir, que igual que el dinero llama al dinero, la mala suerte atrae más mala suerte a tu alrededor, se extiende y ovilla sobre una vida humana como una plaga, hasta que llega el día en que te sientes tan rodeado de desgracia que empiezas a pensar que eres gafe o estás maldito. Ni que decir tiene que ambos elementos, dinero y fatalidad, como antagónicos que son, no congenian; y de ahí que quienes tienen mucho dinero escapen razonablemente bien a las zarpas de la mala pata del mismo modo que ésta impermeabiliza las vidas de sus desgraciados, impidiendo que el dinero en abundancia se filtre hacia sus bolsillos. De entre todo el amplio corolario de desgracias, no obstante, las hay mucho peores que tener un vivero de arañas por cartera; la de ser un abonado a los servicios de Urgencias, por ejemplo.
Me cuesta la media hora larga llegar hasta el quiosco desde mi casa, apenas separados por quinientos metros, seiscientos a lo sumo. Compro el bonobús y salgo, me acerco a la parada, consulto horarios y paradas; hace años que no viajo en autobús. Faltan algo más de diez minutos para que pase y de todos modos ahora mismo me urge más que ninguna otra cosa un café con leche, lo noto como un prurito sangrante en el alma, un ardor parecido al que debía sentir en los dedos Billy el niño segundos antes de desenfundar. ¿Perdón, cómo decís? ¿Un adicto al café con leche?... No, no exactamente, o mejor dicho, no del todo. Más adicto a las cafeterías que a la cafeína. No sabría cómo explicarlo... Mi mono es la necesidad de poner por escrito algo, lo que sea, todo esto en definitiva, este cúmulo de pensamientos y sensaciones, y en pocos lugares funciono mejor que en una cafetería.
El primer golpe de buena suerte en lo que va de año; hay una abierta es domingo, once de la mañana muy cerca de la parada de autobús, de modo que entro, enseguida mi ostensible cojera cosecha toda la atención del respetable; unos abandonan por segundos sus conversaciones, otros levantan la mirada del periódico, las camareras se quedan con las tazas en vilo, suspendidas a medio camino entre la máquina y la bandeja. Todos me miran, es decir, escrutan mi cojera, sondean mis piernas incapaces: ¿Esa es la cojera de un tullido o la de un subnormal?, y acto seguido suben, miran la cara, mi rostro, que bien podría pasar por el de un tullido cualquiera, pero nunca por el de un disminuido mental, aunque más bien, por la barba de días y las profundas ojeras después de una noche muy larga y muy de mierda, debe parecerles más el de un yonki o un etarra.
¿Qué le pongo? los Buenos días en boca del servicio son ya fósiles esqueletos de brontosaurio varados en la playa terminal de la cortesía.
Un café con leche y una palmera, por favor la dicción relativamente inteligible la desconcierta, no soy un yonki, está claro, pero lo que acaba de cortocircuitarla es el por favor. Se lo piensa dos veces, no se acaba de fiar. De todos modos, aunque no sea un drogadicto, por educado que me muestre, aún podría llevar una bomba de relojería escondida en la mochila...
Me sirve lo mío y no le doy la oportunidad de decirme que ya le estoy dando dos euros, no sea que me vaya sin pagar. Al fin y al cabo, pongámonos en su lugar, el refrán dice que se coge antes a un mentiroso que a un cojo, pero nada dice de los cojos mentirosos:
¿Qué te debo?
Dos euros ella en cambio sí que se ahorra la coletilla del por favor, quizá porque anda escasa de educación y economiza la poca que le queda, tal vez porque piense que ya me ha hecho favor suficiente sirviéndome el café y la pasta en lugar de correr a llamar a la policía.
Le pago, aquí tienes, me arranca el billete de cinco, no dice nada, se vuelve hacia la registradora, vuelve con las monedas: y tres euros de cambio... Los dos nos ahorramos el gracias de rigor. Cojo mi bandeja y me hundo lento y cojitranco en la mesa más distante de cualquier masa de carne humana.
Azucarillos, muevo, saco la libreta, el bolígrafo, doy un primer sorbo, y no es precisamente igual que Robert Duvall en Apocalypse Now; quizá el napalm le oliese a victoria, a mí el café sólo me sabe a cierto regusto de hogar, lo que, visto lo visto, ni me atrevería a decir que es poco aunque diste mucho de ser algo. Ahora pienso en Ángel González, que murió ayer, o al menos fue ayer cuando me enteré de su muerte, tal vez fue la madrugada del viernes, no sé. En cualquier casó sé que a partir de ahora asociaré siempre a este poeta con mi dedo gordo del pie derecho: él dejó este mundo a los 82 años el mismo día que yo me destrocé el pie a los 29. Cada vez que el tiempo cambie y baje la presión, las viejas cicatrices óseas rememoren sus primeros pasos y la punta del pie comience a gritar, pensaré: Ángel González, y muy probablemente me recite aquellos versos suyos: Hay mañanas en las que no me atrevo a abrir el cajón de la mesa de noche / por temor a encontrar la pistola con la que debería pegarme un tiro.
No diré que me he despertado con ganas de levantarme la tapa de los sesos, pero sí que me siento cansado, muy cansado, y que éste amenaza con ser un domingo bastante cabrón. Me duele horrores el pie, mucho más que ayer, desde luego, y el doctor me dijo que lo peor estaba por llegar: A partir del tercer o cuarto día sí te va a doler de verdad. ¿Por qué nunca aprendo la lección?... Porque soy un cabezota irredento, por eso, y por estúpido, irredento también. Ni que me pagasen por ello, tuve que meter la pierna donde todos los demás hubieran saltado. Descuajaringarse el pie un sábado por la tarde en un partido de pachanga; ¿cabe ser más loser? Los cementerios y las plantas de traumatología están a rebosar de estúpidos como yo. Menos mal que no he tenido que vivir ninguna guerra, apuesto que me habrían abatido a las primeras de cambio, de la forma más estúpida, mientras atacaba solitario un nido de ametralladoras o retiraba de la línea de fuego el cuerpo muerto de algún compañero; después la nada, la oscuridad; forraje para los gusanos.
Lo único que saco en claro es que ya no volveré a jugar a fútbol, y no porque me arrepienta, sino porque cogeré miedo, a chutar, a golpear, a meter la pierna. Dejarte los huesos en el campo es una tocada de pelotas, qué duda cabe, pero mucho peor es jugar para no jugar, es decir, para no ganar. Si he de jugar a perder mejor me quedo en casa.
Y eso que aún no he pasado por lo peor. Mucho peor que el dolor y el mes y medio que me espera, de autobuses y cojeras. Lo peor vendrá ahora, cuando termine de escribir y coja el autobús hacia casa de mis padres: ¿por qué cojeas?; me he roto un dedo; ¡¿cómo?!; fútbol...; ¡¡¡No, si tú no aprenderás nunca, tú siempre tienes que andar haciendo el burro, cuando aprenderás que tú ya no tienes veinte años!!!; estoy bien, papá, sólo me duele cuando me río, pero, como de costumbre, gracias por preguntar... Y luego el silencio, y las malas caras por ambas partes, en ambos frentes, y mi madre en medio, en tierra de nadie, capeando mal que bien el temporal, inerme y sin casco...
Que todo cambie y se rompa para que todo incluida tu mala pata siga igual, ya lo dijo el fulano aquel, Lampedusa, sin duda desconociendo que acababa de formular una suerte de Verdad Universal.
13 comentarios
Sergi -
Javi -
A ver si nos vemos un día de estos, ¿por dónde andas?
Sergi. -
P.P: Por que el Psoe pacta con terroristas y el paro sube y la crisis y los rojos y los catalanes y vascos y vascas acaban con la unidad nacional, y el GAL es una mierda mentirosos, no fueron los moros en lejananas montañas, ETA caca vivan los viejos y los ricos!!!
PSOE: Aquí hay que pactar y la barra de pan valdrá medio euro menos si nos dais tiempo y el PP me crispa el cogote y la crisis la tienen los votantes fascistas para jodernos y vivan los jóvenes y pasapalabra todos somos amigos!!!
Javi -
Samuel -
Lo siento por vosotros.
Y si vamos a morir, por lo menos vamos a llevarnos por delante a cuantos podamos.
Un abrazo.
Javi -
Samuel -
Y estaas navidades me dejé muchas cosas en el tintero... y quedar contigo fue una de esas que me apetecía. Espero poder resarcirme en Semana Santa, si tu acritud no acompaña a tan blanca semana.
Un abrazo.
Javier -
Un abrazo.
PS: Al final te fuiste otra vez a los Brasiles sin llamarme para esa birra, mamón. Esta te la guardo.
Samuel -
Por lo menos se te ha roto el pie,... y no ese craneo perfectamente proporcionado.Cuídate nene.
Javier -
Saludos, Rey.
el_rey_de_amarillo -
Javier -
Saludo.
child in time -
Espero que no se demore en sanar. y cuidadito con los autobuses.