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tannhauser

La senda equivocada



Justo una semana atrás escribía en una cafetería sobre un “yo” muy parecido a mí que cojeaba porque el día antes se había destrozado el pie jugando a fútbol en plan pachanga, y ahora, también desde una cafetería, aunque muy distinta de aquélla, escribo sobre cómo lo hice, lo de escribir sobre el dedo roto, quiero decir. Coincidencias como garfios de enganchar la carne… Borges se quedó corto, la literatura, por extensión la vida –nunca al revés–, es un jardín de senderos que “se trifulcan”, se yerguen sobre sus colas igual que cobras enfrentadas, se atacan alternativamente, una y otra vez avalanzándose eléctricas sobre su oponente, a base de flashes de colmillo y dentellada, y mientras nosotros fuera, del sendero y de la vida, espectadores, contemplando atónitos cómo fuerzas superiores a nuestro ADN, más vigorosas cuanto más quiméricas, prueban a matar sin matarse en el juego de la ruleta rusa, apostándose en la partida nuestras vivencias. Ya manda huevos el asunto, tener que pasar por taquilla para asistir a la proyección de nuestra propia película, interpretada por actores a los que jamás hemos de parecernos, tan guapos ellos, tan sin ruina la máscara de su rostro, ya antes incluso de la rigurosa sesión de Photoshop.

Patricia Highsmith dejó escrito algo así como que un escritor que no escriba cada día no llegará a ser nunca un verdadero escritor. Podrá llegar a ser un buen corresponsal, un audaz productor de cartas, por ejemplo, pero no “un escritor”, esto es, un novelista. Pienso que hay mucho de cierto en estas palabras, aunque no todo, porque al final a Patricia se le acaba viendo el plumero. Ella fue novelista. El siglo XX ha sido el primero en anteponer la novela a cualquier otro género literario, y hasta tal extremo ha sido así que hoy día poetas, dramaturgos, guionistas, ninguno parece merecer el calificativo de “escritor”. Hoy, más que nunca, escritor sólo es aquél que escribe novelas.

Pero a Highsmith le concedo la razón en todo el resto. De hecho, veo su apuesta y la doblo: cualquier escritor que no sea capaz de mentirse a sí mismo y a sus lectores, por bien que escriba –aunque escriba cada día– nunca alcanzará a ser un auténtico escritor. En cierto modo se trata de dejar de ser uno mismo para ser otro, para ser otros, todos cuantos existen, y aún más complicado, cuantos podrían existir; vampirizar la realidad para vomitar una realidad nueva, tan distinta de ti y a la vez tan infusa en ti que cualquiera que te conozca como si te hubiese parido ni le pase par la cabeza relacionar dicha realidad, ese mundo nuevo, con tu pluma. Eso es escribir. Eso es ser escritor –novelista o no–: no tanto convertirte en un hábil mentiroso, un pinocho compulsivo, como conseguir que tus mentiras sean verosímiles, y que nadie se atreva a señalarte como fuente de semejante engaño.

En este sentido, por ejemplo, quienquiera que me conozca un poco podría señalar con poco temor a equivocarse qué partes de mi relato fueron verdad y cuáles ficción, pura argucia. Por lo tanto, reconozco que en gran parte fue un texto fracasado: había en él demasiado de mí, de un yo, además, desprovisto de antifaces, ajeno a todo baile veneciano. Así pues, ¿cómo lograr que un lector quiera seguir sabiendo de las desventuras de un tipo del montón y su pie machacado? Sin duda es una buena pregunta que, no obstante, me guardaré mucho de intentar contestar…

En mi caso tenía un claro punto de partida, mi dedo roto, y contaba con poco más que mi dolor y mi supremo cabreo para llegar a alguna suerte de final. Me puse a escribir como muchas veces antes he hecho, como tantas otras se puso Stanislaw Lem, como Poe dijo que jamás debía hacerse, esto es, sin saber adónde me conduciría nada de todo aquello. Desde el principio me puse a escribir careciendo de un final. Es un mal sistema, estamos de acuerdo, pero es que realmente no pretendía llegar a ninguna parte. Me sentía puteado. En aquel momento me importaba un bledo el 99% de mi realidad. Sólo existían el folio en blanco y el dolor en la punta del zapato. Y de ahí, en aluvión, todo lo que arrastró el río desbocado de mi rabia y mi impotencia.

Si, como Highsmith, tuviese alma de escritor, de novelista, habría sido capaz de poner en escena a un tipo tan distinto de mí que nadie, ni la madre que me trajo, podría haber dicho que era hijo de mi esperma mental. Cojeando, con el pie hecho fosfatina debido a un accidente de esquí, de bolos o de petanca, hubiese cogido el autobús por primera vez en años, y allí una chica guapa, morena, ojos grises como la menstruación de un lingote de plata, leyendo a Céline, concretamente el “Viaje al Fin de la Noche”. Esta escena, si ya es prácticamente imposible en una gran ciudad, en un autobús público del provinciano y pequeñoburgués municipio de Reus, como comprenderéis, más que una ambiciosa ficción es toda una utopía. Entonces mi personaje, venciendo su legendaria timidez, decidiría abrir la boca: “Ese libro es muy bueno…”, y a partir de ahí, quién sabe, quizá una historia.

En lugar de esto decidí lo de siempre, no salir de mí, quizá porque tenía el pie hecho cisco y cualquier movimiento suponía una tortura, tal vez porque soy esencialmente un vago, muy probablemente porque no me siento ni me he sentido nunca escritor. Debido a esa incapacidad, la de mentir sin ponerme rojo, sin que todos, del primero al último, sepan, y acto seguido señalen con el dedo como ultracuerpos: “Ha sido él”.

Prefiero la bifurcación opuesta del sendero, la cobra que pierde la partida y paga la derrota con su vida, puede que porque, ingenuo de mí, me gusta pensar que el coraje siempre te honra, más aún en la derrota que en la victoria, y sobre todo en la muerte. Escogí la orilla oscura y deslucida, poblada de quienes no llenaremos nunca ni la más triste contraportada; la verdad, amarga y ácida. Escribir como si no hubiese de haber mañana, contra uno mismo y de rebote contra las afueras, desde el odio y la venganza, desde esta vesánica amargura. Convertir en inverosímil la cruda realidad porque muy pocos quieren recordar que el día a día se regodea en ser tan hijo de puta.

7 comentarios

Javier -

Estooo... Héctor, creo que debes ser el único que no sabes que "coronelta" es "el otro" Héctor... Y, francamente, creo que ninguno de los dos somos el tipo del otro.

M.A Berrakus -

Ei Javi, que acabo de leer ese comentario de coronelta y te aseguro que no lo he escrito yo. Eso significa que hay una chica leyendo a Céline por Reus, remueve cielo y tierra pero ¡encuéntrala!

Javier -

Hey! Héctor, te agradezco el apoyo y las lecturas, así como aquel del todo inmerecido apodo que me endilgaste, "el Bukowski de Reus", pero que mola cantidad, eso sí. En cuanto a tus palabras, no dudé nunca de ellas; si tú me dices que me lees yo re creo, hombre, aunque no seas una belle femme de grises ojos..

En cuanto a Céline, disfrútalo, espero que cuando acabes seas otro adepto a la secta.

Saludos.

coronelta -

No soy precisamente una guapa chica de ojos grises, pero yo me estoy leyendo "Viaje al fondo de la noche" en la ciudad enanoburguesa de Reus.

Te dejo un saludo para que veas que es cierto que te visito ;)
H.

Javier -

Bango, esperaré esa contestación. A ronda de lucidez, ya lo sabes, invita la casa.


Child, espero que al menos a ese personaje le pongas mi nombre... o mejor, que otro personaje que lleve mi nombre le pegue un tiro y acabe de una vez con sus días. Eso estaría bien. ¿Puedo aconsejar un Colt 45?

Saludos.

child in time -

Lo más jodido de escribir es escribir. Hay días que hasta me cortaría los dedos. De momento ando a comerme las uñas para ver si llego al hueso. Algo de culpa en todo esto tiene la cabeza, por esa capacidad de confabular historias y almacenarlas en el basurero de la memoria. En fin, a joderse toca. A mí me gusta como escribes justo por eso, porque te muestras como eres y eso me vale para crearme el personaje. Recuerdo lo de la migraña y fíjate que se lo he adosado a un tipejo con el que me estoy peleando a ver si me lo quito de la mente y lo plasmo en el papel como una mosca recién esmagada con la palma de la mano ¡Plas! Te pillé... Y ahí te quedas hijoputa

J.P. Bango -

Acabo de leer el mail. Ya te comentaré...

Disculpa, de todos modos, el retraso, ciertamente imperdonable, de mi contestación.

Por cierto, tus textos son tan lúcidos como siempre. Es envidiable esto.

Un saludo, camarada, y hasta la próxima.