El Sobrado
Decidí retirarme todo lo rápido que quisieron mis piernas, la tarde se me había echado encima como un águila y no me quedaban muchas ganas de quedarme por allí pateando, pasando un frío del copón. Intenté cruzar; dos coches pasaron salpicándome toda el agua marrana que les fue posible, los muy hijos de perra, a toda hostia, buscando joder al personal a toda costa. Tuve que apartarme y aun así no lo hice a tiempo: el segundo, más pasado de vueltas, consiguió rebautizarme de rodillas para abajo. La lluvia había cesado cerca de una hora antes y hasta entonces había estado metido en una cafetería, esperando que escampara. De modo que casi lo consigo, llegar a casa impoluto, sí, pero no..., ahora tendría que cambiarme nada más llegar, y todo esto a la lavadora. De subida, maldiciendo, me crucé con una niña bien, arreglada y pizpireta, toda risueña, de camino a alguna fiesta y posterior polvo sin goma. Luego un inmigrante latinoamericano, la prisa en los ojos, cabizbajo por la presión de saberse un marginado en todas partes. Seguí calle arriba, sólo buscaba llegar y tirarme en la cama, poner el cartel de vuelvo en cinco minutos durante doce horas de sueño, largas como tentáculos. Desaparecer, en definitiva. Fue entonces cuando lo vi a mi espalda, aproximadamente a mis 4 -mis 4 y media-, recién escapado de cualquier novelucha barata de principios del siglo pasado, sombrero de ala, gabardina beige, zapatos negros, relucientes como un ojo vengativo. La jeta no se la vi pero seguro que era como para decirle cuatro cositas bien dichas a la madre... ¿De dónde había salido tamaño anacronismo? ¿Cómo encajaba la sombra de aquel tipo con la rubia de bote y el colombiano o peruano de instantes atrás?... ¿Y conmigo mismo? Y ya que nos ponemos, ¡¿por qué coño me estaba siguiendo a mí?! Porque si algo estaba claro era eso, que me estaba siguiendo, precisamente a mí, que no debo un duro a nadie y me meto en casa mucho antes de que den las once de la noche. ¿Quién le había dado vela en el entierro a este reverso tenebroso de Mike Hammer? Seguí a lo mío, calle arriba, cada paso más aprisa, con un ojo adelante y el otro atrás, vigilando al fulano... y el tercer ojo, a qué negarlo, bien apretado, de puro miedo, que uno de héroe tiene lo justo para ir tirando, alzar algo la voz cuando te han dado de menos en el cambio y poco más. Pero sus pasos me siguieron, rítmicos, certeros, atronadores como el tensarse de la soga de la que pende tu cuello. Empecé a ponerme muy nervioso, y ya se sabe, con los nervios en tu equipo no se puede llegar nunca a jugar en primera división. Malos consejeros y peores compañeros, pierden a posta los balones en el centro del campo, te dejan vendido a las primeras de cambio... De modo que muchas opciones no tenía. Tal vez algunos ustedes se piensen más listos, creen que lo habrían hecho mejor, y tal vez hubiese sido verdad, pero ya no habrá manera de confirmar sus sospechas, puesto que empecé a correr. Sí, desesperado, calle arriba, hecho un portento, corriendo así, cagado de miedo, que no sé si un Carl Lewis dopado me hubiese dado alzance... Sé que ahora mismo deben estar pensando que soy estúpido, que mejor si hubiese seguido mi paso como si nada, como si toda aquella cabrona película no fuese conmigo, al menos hasta confirmar si al tipo aquél le habían pagado o no a cambio de convertirme en fiambre mojado. Pero qué quieren que les diga, cada uno es como es y yo soy como me ha tocado, es decir, que no nací con madera de Sam Spade ni nada remotamente parecido... Supongo que ahora esperan que les cuente lo siguiente, qué sucedió después de que emprendiese las de villadiego a la carrera, pero me temo que se van a quedar con las ganas, no va a ser posible, ni que me pagaran, vamos, que también, ahora que caigo, maldito el servicio que me iba a hacer aquí su pasta... Es lo que tiene hablar desde la nada, o desde la muerte, como prefieran, sobre todo cuando se te cuela un matón en mitad de la trama cotidiana y te mete, literalmente, un balazo mortal entre pecho y espalda; que te la convierte en drama, la vida, sobre todo para los que se quedan aquí, tus padres y familiares, los amigos -chica no, ¡joder!, espiché sin catarla- y demás gente del mundo... Ahora al menos estoy tranquilo, y no tengo que ocupar mi tiempo en cosas tan prosaicas como cagar o poner lavadoras. Hasta tengo tiempo, fíjense, para leer novelas, como ésta misma que tengo ahora en las manos y comienza así: "Kurt había contratado para aquel trabajo sucio a un tal Malone, al que llamaban "el Sobrado", porque no llevaba nunca más que una bala en la recámara..."
6 comentarios
Jesús Alonso -
Aura -
child in time -
Siento el chiste, pero no he podido evitarlo.
child in time -
Javi -
Saludos.
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