Antes de la Lluvia
Hoy me levanté prontito porque quería comprobar por mí mismo si era cierto, salí a la calle sin asearme, sin desayunar, todavía no había amanecido; una rasca considerable. Oscuro y frío, estómago vacío. Me dirigí ciudad arriba, calle Sicilia, después Diagonal, hasta la plaza Mossèn Çinto Verdaguer: aún la andaban levantando los brigadas. ¡Leche!, pues era verdad... Me acerqué a uno de ellos, estaba desplegando las alfombras de césped, muy apurado y de rodillas, más allá otro par con la ayuda de una grúa silenciosa plantaban uno a uno los bancos. Me quedé allí, las manos en los bolsillos del pantalón en ruinas, observando atentamente al tipo agachado, sintiéndome bastante superior, la verdad, al verlo trabajar así de aprisa y yo allí parado, sin nada que hacer salvo tocarle los huevos con mi indiscreta observancia. Porque se los estaba tocando, lo vi claro en el par de miradas de cagarse en mis muertos más frescos que me echó mientras trajinaba los alfombrines de hierba mojada. Pero no dijo ni mú, así que me encendí un cigarro. Luego empezó a administrar la silicona transparente entre las juntas, como un pastelero alienígena; ¡prrrreet! aquí, ¡prrrrreeett! más allá, hasta ir dejando el conjunto con toda la pinta de césped público que tenemos por costumbre. “¿Te hace un pitillo, tío?”, le dije, pero siguió a lo suyo como si nada. Era comprensible, el día echándosele encima y yo allí, intempestivo, del todo imprevisto, inflándole las bolas en lo último y ápice de su jornada laboral. Me alcé sobre las puntas de los pies, las manos de nuevo víctimas de los bolsillos inmundos, en la boca el pitillo, flexionando una, dos y hasta tres veces, sin dejar de contemplar muy sonriente el desesperado quehacer del operario. Noté que notaba mis ojos en su cogote de carnes mullidas y como de toro de osborne tridimensional. Debía estar que explotaba, pero aun así no cedía, aguantaba lo suyo el brigadilla municipal, que debía tener en más aprecio su sueldo que su honra, pues no parecía dispuesto a saltarme los dientes de una merecida hostia. Es lo que tienen los años y la servidumbre, que agachas el morro como ese mismo toro del que antes hablaba, pero esta vez ante el capote magenta y el casi invisible filo del estoque final. “Oye, pues ya que estás, a ver si la próxima vez que pases por mi casa te estiras un poco y me arreglas el techo del cagadero, que lo tengo lleno de humedades…”. Se detuvo. “Eso sí, sin armar mucho jaleo que aquí uno tiene el sueño ligero y se levanta temprano a currelar, ¿eh?…”, y sonreí ancho y ufano, como sonríen los gatos esos, los de dibujos animados. El tipo se levantó muy lentamente, cual si se anduviera tomando el tiempo suficiente para calibrar si iba a partirme la cara o quedarse simplemente en una oronda sarta de gritos y latigazos salivales. Ya de pie, frente a frente, constanté con algo de apuro que era más alto que yo y tres pueblos más ancho que mis espaldas. Más feo también, aunque ese detalle aturullado de nimiez me traía sin cuidado. Tenía esa cara de los chuchos desagradables y los belfos entecos de los gatos esmirriados y enfermos. Sus ojos caían derrotados y brillaban más bien poco, más bien nada si es que eres de natural avaricioso. Volví a levantarme sobre las puntillas, todo sonrisa, arqueando una ceja, jeje, sin soltar el cigarrillo -que ya andaba por su fin-, tal que un Groucho Marx de saldos por mercancía tarada. Mas no hubo forma de hacerlo saltar. El in extremis se convirtió al instante en flaccidez bastarda. Desalentadora. Se lo pensó dos veces, el menda, y volvió al tajo. Terminaron luego, todos, muy poco antes de las primeras luces, marchándose en sus camiones y mirándome mal, porque él me señaló y les dijo, muy probablemente, ese es un cabrón, si un día de estos lo cojo a solas en un callejón lo esgüevo a hostias... Yo opté por quedarme allí todavía un rato. Tomé asiento en uno de aquellos bancos recién inmovilizados. Observé a uno y otro lado: nadie en el lugar, plaza desierta, conque arranqué un pedazo de hierro forjado y empecé a desayunar…
13 comentarios
Javier -
El currante del otro día -
Erizado de Pústulas -
Javier -
Danzante, lo de los "belfos entecos" era una deuda volcubularia que yo mismo me debía desde antiguo y no quise dejar pasar la oportunidad de abonarme. Tiempos serviles y cochinos vivimos y muy pocos Espartacos nos salen de las filas. Saludo grande pese a todo.
Curiosa su interpretación, me la apunto, quinj, aunque yo siempre pensé que la cobardía e inoperancia de los puños del operario en cuestión para con mi jeto se originaban en el secreto de sumario que debían guardar para con su trabajo, no en vano se trata de montar y desmontar, cada noche, la ciudad de cabo a rabo. De todos modos me da a mí que ese aspecto de mi chuffla ficción ha quedado tristemente velado ante el desplante de cabronería y saber hacer hijoputa con el que no pude sino conducirme. La culpa es toda de este servidor, reconozco mi invalía, snif...
estifen quinj -
Danzante -
Cada vez estamos más acostumbrados a agachar la cabeza y no contestar. Yo tampoco hubiera hecho nada, se lo confieso, me hubiese salido el lado cobarde. Qué cruz.
Child in time -
Javier -
Javier -
Cuvric, mis brigadas inmigrantes favoritas siempre hablan armenio y escuchan System of a Down a la hora del Otilio bocata, pero le comprendo a usted, la próxima vez que me ponga en modo "hijodeputa" con este sector laboral procuraré no dejarme la coquilla.
PustulHombre, le admito el "kamikaze" y hasta reconozco que me pone brutote el epíteto, más no ansí los aplausos, en este páramo amarillo, siempre, siempre, SIEMPRE, expresiones como "ante lo cual no cabe sino...", deben acabar, sin excepción, con el verbo "batirse".
3eses, gracias, gracias, la comparación me complace aunque no me acabe de hacer justicia, pero me la quedo igual porque fui niño desatendido y sin apenas juguetes. Me ha recordado usted la última imbécilo-anécdota que escuché recientemente en una librería: el cliente preguntaba por el último del Mendoza, que dónde paraba, y la librera y dueña del lugar, soltó lo siguiente: "¿El del Plutonio?, se nos ha acabado..."
Y luego pregúntense muy seriamente por qué algunos queremos que la ficción nunca llegue, ni de lejos, a superar a la realidad. Apañados estábamos.
Saludos a todos y gracias y el resto de rollo de costumbre...
3eses -
Ademas el tema es cachondisimo y la ambientación diría que costumbrista con final de ciencia ficción. Me has recordao al Eduardo Mendoza ese!
Saludos
Hombre Pustular, Alma Eczematosa -
Espantado quedo por ese modo blasfemo de recauchutar un césped ¡Anatema! Acabarán haciendo una ciudad Lego en la que sólo cabrá ser monigotes plásticos de sonrisa pintada.
cuvric -
Saludos.
Child in time -