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tannhauser

Alucinario

No ha de ser la Última...

‹‹Bueno, después de unos cuantos días con el cerebro en blanco, me he despertado esta mañana y allí estaba el título, me había llegado en sueños: Los poemas de la última noche de la Tierra. Se ajustaba al contenido; poemas que hablaban de la finitud, la enfermedad y la muerte. Mezclados con otros, por supuesto. Incluso algo de humor. Pero el título funciona para este libro y para este momento. Una vez que tienes un título todo ocupa su sitio, los poemas encuentran su orden. Y el título me gusta. Si yo viera un libro con un título como ése lo abriría e intentaría lees unas cuantas páginas. Hay títulos que exageran para atraer la atención. No funcionan porque el engaño no funciona››

El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco

Charles Bukowski

 

 

"Poemas de la Última Noche de la Tierra", del viejo Hank, el rudo Hank, el gran Bukowski. Del todo recomendable, aunque no os guste la poesía, aunque os hayan hablado pestes de él, hayáis oído decir que no fue más que un borracho malhablado que vejaba a las mujeres y se sacaba la minga en mitad de las fiestas. Recomendable hasta para aquellos a los que no les gustan los gatos... Porque estos poemas son lo que Bukowski siempre ha sido, lo que todavía hoy sigue siendo: energía y desengaño brutales, cinismo y lucidez extremas; el ser humano a cara de perro contra su propio reflejo en el charco de los lodos y la mierda.

Me gusta pensar en Bukowski allí, viejo y final, en su casa de Los Ángeles, con su mujer y sus muchos gatos, rebasados los 70 años, bastantes más de lo que debería haber vivido tal y como se trató durante la mayoría de ellos. Me gusta imaginarlo allí, por las noches, escribiendo en su cuarto, frente a su recién estrenado ordenador, música clásica de fondo, un cigarro en los labios y la botella no muy lejos.  Escribiendo, escribiendo, escribiendo...

Su vida terminaba y él lo sabía, lo presentía, supongo que llegado cierto punto, cuando has vivido lo suficiente, empiezas a tener la intuición sobre aviso: sabes cuándo se te acerca por la espalda, cuándo viene por ti. Y a pesar de ello siguió bebiendo, continuó arruinando sus días en el hipódromo, persistió día tras día en no dejar de ser, mal que bien, Charles Bukowski, o Henry Chinaski, o un tal Follaski, o un tal Rabowski, pues todos fueron el mismo. Mientras lo leo lo recreo allí, en aquel cuarto, lejos de todo y de todos, escribiendo, pensando: "bueno, el mundo sigue siendo más o menos el mismo cubo de mierda que era antes de mí y lo seguirá siendo después. Y así debe ser". Me gusta pensar que mientras escribía estos poemas de la última noche de la Tierra, escribía también "Pulp", su última novela, así como los pensamientos que a la postre, tras su muerte, conformarían "El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco", un diario póstumo. Recrear en mi cabeza esa mole de carne vieja y arrugada, fea y terrible, sabia y tan esperpéntica, escribiendo noche tras noche estos libros que tanto han hecho por mí, me reconforta. Me tranquiliza. Me proporciona un algo de luz.

¿Luz para iluminar la mierda? Pues sí. ¿Absurdo? Del todo, pero decidme algo que no sea absurdo, que no encierre en sí mismo su propio contrasentido. No pasa un día cuyo absurdo no te sierre las pelotas si es que estás dispuesto a mirar. Otra cosa es que quieras tener los arrestos...

Hay poemas verdaderamente infernales en este libro. Infernales, sí. Y salvajes, y cegadores, e hipodérmicos. Directos a la vena cava del espíritu, y una vez allí, la hacen pedazos. Te convierten en vegetal o te sacan de él: has de escoger, porque la indolencia no es una opción. Están, sin ir más lejos, "Aire y luz y tiempo y espacio", "La Muerte se está fumando mis puros", "El Infierno es una puerta cerrada", "Antes del SIDA", "El fulgor de los números", "Ahora", "Confesión", "Cero", "Enfermo", "En el Fondo", "Chapoteando", "No tenemos dinero, cariño, pero sí lluvia", "La Retirada de Bonaparte", "Aire Negro y Frío", "La Música Clásica y yo", "Orden de Bateo", entre tantos... Son demasiados como para traerlos aquí, pero quizá sea "Victoria" el que mejor resume cómo revuelve tus tripas al enfrentar su genio:

 

‹‹los tratos que hemos cerrado

los hemos

mantenido

y al cercarnos los perros de las horas

nada

pueden

arrebatarnos

salvo

la vida››

 

Hay días que pienso que podría terminar mi vida y no leer nada más, que todo lo que hay que saber ya está aquí. Que no hay más sorpresas. Que no hay más luz que aquélla que puedas, tal vez, hallar en ti mismo. Que no hay postre, en definitiva, y la cena, como ya es costumbre, estaba para tirar directamente a los cochinos. Aunque siempre quedará el hambre, ¿no?... o al menos debería quedar... debería quedar siempe algún tipo de hambre.

 

 

"La distancia más corta entre dos puntos es a menudo intolerable", lo escribió Hank en uno de éstos, sus últimos poemas; viejísimo, enfermo, quemado, acercándose a su Última Noche en la Tierra... Esta mía, en cambio, no será la última, han de venir más, no sé cuántas, pero tantas de ellas terribles; ya siento que es verdad...

 

WosWis

Probablemente ahora más que entonces, hoy más que el día que lo escribí, y a pesar de todos los poemas que últimamente traigo a este lugar, éstos versos valgan sus palabras más que nunca...

 

WosWis

Para Sergio

 

Tengo un amigo que escribe poemas.

Poemas que en apariencia no aspiran a nada,

ni grandes pasiones,

ni enormes preguntas,

ni abismos profundos,

ni terribles lágrimas.

Poemas que en apariencia no buscan nada

salvo quizá un instante,

tal vez un momento,

ese instante o momento de tu ojo en su palabra.

*

Un amigo que escribe "pequeños poemas"

-como yo los llamo-

del silencio que ni rompe ni rasga,

que nadie lo atiende porque siempre te abraza;

o de ese ubicuo café que día tras día

es siempre el mismo,

que de puro repetido e irremplazable

ya ni endulza ni amarga;

o de ese pensamiento triste,

de esa media sonrisa mordida y frenada

que cada anochecer te dibuja la quijada.

Poemas, en suma, que tan poco pretenden,

salvo quizá,

ese instante fugaz o estrecho momento

en lo alto y justo de tu turbia mirada,

y ya después oscuridad;

nada de nada.

*

Amigo que escribe entrañables poemas,

versos amables

nada mefíticos,

que cantan y cuentan cómo el sol se despidió hoy,

cómo día tras día la vida pasa,

y en la vida apenas pasa nada,

salvo quizá,

esos menudos instantes,

sucintos momentos irrelevantes,

que hacen de este Todo un Algo a veces soportable.

*

Un amigo que ríe pero que hace tiempo que no sonríe,

ni siquiera, imagino, cuando sus poemas escribe,

porque es como si últimamente todos

hubiésemos sido derrotados,

cual si ya no nos quedase sino sendero de bajada.

Abatidos a medio camino

a medio volar,

mucho, mucho antes de haber llegado al campo de batalla.

*

Con todo, no sabes cómo y cuánto te envidio

amigo mío, que escribes poemas

que no han de sobrevivir -a priori- al día de mañana:

a todo hombre con un poema en la mano

con un siguiente verso que parir en el alma,

la otra mano le esconde por fuerza una espada;

y yo

buscando y rebuscando

metiendo la mano y hasta el fondo la pata

en el arcón de letras de mis adentros,

hace ya tanto -¡Dios!- que no me hago una tajada...

*

Deberíamos vivir en peligro de muerte

ocho de cada nueve días...

y en el bolsillo siempre lista la navaja.

*

 

The Dripper

 

La verdad es que me da igual si la película es mediocre o no, aunque tengo serias dudas sobre si Ed Harris podrá llegar a ser nunca mejor otra cosa que actor. Me da igual si os gusta Pollock o no, si sus pinturas os dicen algo o bien os la traen al pairo porque no queréis ir más allá de un Velázquez o un Monet. Me da igual si el hombre fue un loco egoísta, un loco autista, un loco borracho, un loco malcarado y aullador. Yo sólo quiero verlo pintar. Verlo trazar signos equívocos con la cera amarilla en el lienzo imposible, escribir textos ininteligibles en el aire mientras la pintura cae caprichosa a la vez que matemática sobre una tela que bien podría ser paráfrisis de un cosmos lejano en cataclismo. Me gusta el estudio caótico lleno de pequeñas y grandes latas de pintura; la estufa quemando troncos en una de las cuatro esquinas del cuadro, calentando el duro invierno; las botas viejas y moteadas por la innúmera lluvia de salpiques; los pantalones vaqueros con el dobladillo hacia fuera... Y sobre todo la mirada. La acechante mirada del borracho malcarado egoísta y mujeriego, que mientras mira el lienzo no es nada de eso, ni siquiera humano, sólo pintura mental a punto de estallar contra el blanco desafiador. ¿Qué pasa?, ¿qué se cuece en esa mirada a punto de manchar la realidad con su espermática rabia? Buenas preguntas, increíbles preguntas. Pero mejor no responderlas. Mejor quedarse en la mirada y luego pasar directo al baile, la danza pintora entorno al blanco antes virgen, ahora camino de sólo "Pollock en Trance" sabe qué. Me da igual si su arte es "macarrones gratinados" o la puerta abierta al maelstorm de un alma tan a la par torturada como visionaria. Yo me conformo con verlo pintar, aunque los míos sean para su microcosmos también unos ojos ciegos. Me basta con su danza en torno al lienzo, su mirada francotiradora y acechante sobre el blanco lienzo: me saca estrechamente, de insomnio en insomnio, de la asfixia tenaz de esta vida puta y sin talento.