TELONES
Pocas personas suelen ser conscientes de ordinario de la magia, muchas veces terrible, de todo lo misterioso e ignoto que puede llegar a esconderse tras un fundido en negro.
En ocasiones no son sino puntos aparte en un discurso continuo que nos han de proporcionar los necesarios descansos y recesos para poder afrontar positivamente el siguiente párrafo, el próximo capítulo de la historia.
Los mejores, no obstante, son aquellos cuyo fin nos parece siempre inaccesible, como un punto y final, como un The End definitivo; la historia que, se supone, nos aguarda, es siempre esquiva e indescifrable.
Ahí está, por ejemplo, el cosmos, lo que comúnmente denominamos Universo, un ubicuo y eterno celuloide de negrura absoluta salpicado, eso sí, de miríadas de motitas e imperfecciones estrellas, planetas- producto del transcurso de los evos, pero que poco o nada destiñen la magnificencia de una oscuridad total que se expande hacia el todo y la nada al tiempo con unos fines que nos son por completo sustraídos.
La mayoría contempla el firmamento pensando observar el todo en sí, sin cuestionarse si tras el negro único ha de venir un blanco, un azul u otro gris como en el que ella transcurre. Si, en definitiva, hay una nueva escena, un nuevo acto, quizás el final que por supuesto no ha de ver jamás- tras el telón.
Y es la vida, la existencia, nuestra existencia, como el espacio profundo y silencioso, otra obra misteriosa y trágica que todos sin excepción vemos desde localidades de populacho, apesadumbrados y agitados por la duda hasta una desesperación cuasi enfermiza y terminal, de si el telón vasto, hilado de nada e inconsciencia, que nos atrapa al morir, ha de dar pie a algo más que un sueño eterno de insensibilidad.
© JIP
En ocasiones no son sino puntos aparte en un discurso continuo que nos han de proporcionar los necesarios descansos y recesos para poder afrontar positivamente el siguiente párrafo, el próximo capítulo de la historia.
Los mejores, no obstante, son aquellos cuyo fin nos parece siempre inaccesible, como un punto y final, como un The End definitivo; la historia que, se supone, nos aguarda, es siempre esquiva e indescifrable.
Ahí está, por ejemplo, el cosmos, lo que comúnmente denominamos Universo, un ubicuo y eterno celuloide de negrura absoluta salpicado, eso sí, de miríadas de motitas e imperfecciones estrellas, planetas- producto del transcurso de los evos, pero que poco o nada destiñen la magnificencia de una oscuridad total que se expande hacia el todo y la nada al tiempo con unos fines que nos son por completo sustraídos.
La mayoría contempla el firmamento pensando observar el todo en sí, sin cuestionarse si tras el negro único ha de venir un blanco, un azul u otro gris como en el que ella transcurre. Si, en definitiva, hay una nueva escena, un nuevo acto, quizás el final que por supuesto no ha de ver jamás- tras el telón.
Y es la vida, la existencia, nuestra existencia, como el espacio profundo y silencioso, otra obra misteriosa y trágica que todos sin excepción vemos desde localidades de populacho, apesadumbrados y agitados por la duda hasta una desesperación cuasi enfermiza y terminal, de si el telón vasto, hilado de nada e inconsciencia, que nos atrapa al morir, ha de dar pie a algo más que un sueño eterno de insensibilidad.
© JIP
3 comentarios
JIP -
Luego intenté olvidarlo, claro está; el ninño tiene un tiempo que cree infinito por delante... pero ahí estaba ya la semilla de los telones que sólo se levantan cuando ya no tenemos ojos para contemplar lo que esconden...
pyracantha -
Más que una bellísima imagen o idea...redimensionas el tiempo sin saberlo.
Besos
Machus -
Machus Murata
P.D. Veo que te gusta Blas de Otero. Yo amo a Fernando Pessoa.