Yo soy yo y mi migraña
Pienso que nada hay con mayor capacidad para hermanar a los hombres que la enfermedad. De echo, si todos estuviésemos enfermos y padeciésemos el mismo mal, por primera vez el mundo entero caminaría en el mismo sentido. No cabría mayor cohesión. Probablemente hasta accediésemos a un nivel superior de comuncación, no verbal, por supuesto, una suerte de telepatía en la que una sola mirada, febril y agotada, terminaría por decirnos mucho más del malestar del otro que cualquiera de las combinaciones de palabras que éste pudiese escoger para resumirnos su dolor.
Así por ejemplo, cogiendo algo que -muy a mi pesar- tengo por la mano, ¿cómo explicarle un voraz ataque de migraña a alguien que jamás lo ha padecido? Cómo darle a antender que la migraña te hace aborrecer la humanidad. Describirle el estado en el que te sume, de auténtico despojo, poco menos que a la altura de la ameba. Que no sirves para nada, que sólo existe el dolor, inmisericorde, anulándote para cualquier cosa que no sea pensar una y otra vez, mil veces por segundo, que sigue ahí, el dolor, y que no piensa marcharse hasta haberte machacado por completo. Agarrarte la cabeza con desesperación. Arañar la piel del cráneo con más rabia de la que utilizarías para abatir a un enemigo, cuerpo a cuerpo, en un hipotético campo de batalla. Aguantarte a duras penas las arcadas durante la hora y tres cuartos que dura el viaje en tren para no dejarlo todo perdido de vómito y ganas de acabar de una vez con todo. Que te matarías. Sí. Y no porque seas ningún suicidia. Sólo por el dolor. Que cese, aunque sea para siempre, pero que cesa ya... ¡por dios!, que cese.
Si es que cesa, porque a veces pasa y entonces sí que lo harías, tirarte por el balcón o meter la cabeza en el horno. Abrirte las venas. Despertar después de no sabes cuántas horas de sueño creyendo que lo has conseguido, que ya pasó, al menos por esta vez, y tomar consciencia al par de segundos de que todavía persiste. Tu propia y castigada carne te ata entonces al infierno.
Sólo otro migrañoso puede saber hasta qué punto, como se ciñe la soga del nudo corredizo al cuello sentenciado, se ajustan mis palabras a la realidad.
De todos modos, aquí dejo un pasaje que sin pretenderlo describe este sádico dolor de cabeza mucho mejor que cualquiera de mis frases. Leyéndola no puedo sino tener la seguridad de que Ambrose Bierce fue, al menos en lo que a la migraña respecta, todo un "hermano de armas"...
"Nada podía alejar ya su mirada del pequeño anillo de metal con el interior negro. El dolor de su frente era atroz y no cesaba. Sintió que se hundía en el cerebro más y más profundamente, hasta que al fin el avance se detuvo ante la viga en que apoyaba la cabeza. Por momentos se hacía insufrible; empezó otra vez, desesperadamente, a golpear la mano herida contra las astillas, para contrarrestar aquel horrible dolor. Parecía latir con una recurrencia lenta, regular, cada pulsación más aguda que la anterior, y a veces gritaba creyendo que sentía la bala fatal. Ya no pensaba en su hogar, en su mujer e hijos, en su país, en la gloria. Su memoria había borrado todo recuerdo. El mundo había muerto, no quedaba un solo vestigio. Aquí, en esta confusión de vigas y tablas, está el único universo. Aquí está la inmortalidad en el tiempo. Cada dolor una vida eterna. Los latidos miden eternidades"
Ambrose Bierce
Cuentos de soldado y civiles
8 comentarios
danira -
Samuel -
Javier -
Samuel -
Otro abrazo, más gordo.
Javier -
Un abrazo, tío.
Samuel -
Javier -
Un saludo.
child in time -