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tannhauser

Cuerpo a Cuerpo

Por eso Carvalho los quemaba

No hace ni un mes que me invitaron, muy amablemente, eso sí, a abandonar de forma voluntaria mi puesto de trabajo y ya estoy fuera de onda. Sin ganas, ojeando EL PAÍS en busca de alguna noticia o foto a la que hincarle el diente, me topo de bruces con que Pérez-Reverte saca nueva novela: esta vez el invento se titula "Un día de cólera", y por lo visto va sobre el archifamoso día 2 de mayo, del 1808, ojo -por si los hay leyendo, pobres, que los pilló la LOGSE o aun los despropósitos educacionales posteriores-. Y, qué curioso, lo que más me llama la atención no es no la portada del libro ni ese careto de Arturo, tan ensayado lo tiene, de sabérselas todas, sino la frasecita lapidario-publicitaria con la que te lo venden, nos lo venden, mejor dicho, os lo van a vender, porque aquí un servidor, por seguidor que sea de don Arturito, en el paro como estoy, no pienso gastarme un duro en libros hasta que míster Rajoy cumpla la mentira-quimera esa de eliminar las retenciones fiscales en nómina a los setecientoeuristas; hay que ver cómo le dan algunos al garrafón, la Virgen... Aunque bien mirado, mejor me desdigo, escribí digo pero mejor digo Diego, porque si tengo que esperar a que los peperos cumplan sus promesas electorales no vuelvo a comprarme un libro en la vida...

Bien, a lo que iba, que la frasecita de marras dice así: "Nadie lo había contado así", lo del 2 de mayo, se entiende, aquello chungo de los fusilamientos y los gabachos pasándonos a cuchillo y el pobre desgraciado aquel, el de la camisa amarilla, de guarra y de puro sobada, porque en aquél entonces no había ni Norit ni Micolor ni Mimosín que valiese, ni al Mr. Propper le habían quitado toda su hombría -¡y la españolidad!, muy señores míos- rebautizándolo "Don Limpio".

Como si en verdad fuese necesario volver a contar la misma historia, ni así ni de ninguna otra forma. Lo del 2 de mayo ya lo contó Goya en su día y nada más que añadir. Allí estaba todo. Punto en boca. Sobran todas las palabras porque ya estuvieron -y gracias al cielo siguen ahí- todas las pinceladas, las justas, ni una más ni una menos, que lo contaron todo, mejor de lo que nadie lo contará jamás, incluido Reverte.

Pero la industria es la industria, y adherido a ésta, muy de vez en cuando, como un cangrejo ermitaño que siempre hacía pellas, el arte, la literatura. Como hubiese escrito Eli Wallach -si hubiese sabido leer- o el mismísimo Clint Eastwood -previo pago de la recompensa de rigor-: el mundo se divide en dos clases, los que escriben porque cobran por ello -como Reverte, como el publicista iluminado de la frasecita de los cojones-, y los que escriben porque se lo pide el cuerpo, porque no les queda otro remedio, se les acaba el aire, se ahogan , lo echan o revientan, les va el pellejo, es una forma mucho más divertida de emplear el tiempo mientras aguardas el barco de la oscuridad. Que escriben, en suma, los segundos, quiero decir, porque son más ingenuos que Epi pidiéndole a Blas que por favor: "agáchate y alcánzame el jabón, que se me ha resbalado sin querer". Entre los cuales me cuento, por supuesto -aunque sin mariconeos, claro-, y a los que, qué duda cabe, nadie nos paga ni el triste cortado de las ocho de la mañana.

Pero tampoco seamos hipócritas, muy poquitos de éstos nos opondríamos al transfuguismo mercenario, no dudaríamos un segundo en desertar y pasarnos a las filas del ejército enemigo en cuanto nos pusiesen en los morros un buen puñado de dólares o una suculenta beca a cambio de una novela todavía por escribir. De modo que -volviendo de paso a una de mis expresiones favoritas- si lo que queremos es hablar en plata: Reverte -o Millás, o Izaguirre o la mismísima Etxeberria- es -y son- a Clint Eastwood lo que aquí el suscribiente -y tantísimos noveles como yo- es -y somos- a Lee Van Cleef. Los primeros se llevan las sacas a reventar de monedas de oro y los segundos caemos al hoyo acribillados de plomo... Llegados a este punto, si hay alguno que no ha visto "El bueno, el feo y el malo" -o lo que es lo mismo, "The god, the bad and the ugly", si es que lo tuyo es la supina pedantería-, así de claro te lo digo: te fastidias; porque en lo que a mí respecta no eres menos analfabeto que ése que se pone delante del ordenador, contemplando la pantalla embobado, y teclea: "Bueno, cuando quieras puedes empezar a trabajar..."

Todavía recibo esporádicos comentarios a mi crítica de la última novela de Reverte no perteneciente al ciclo Alatriste, "El pintor de batallas". Según parece fui el único ser viviente a este lado del Pecos al que el libro -reparo me da llamarlo novela- le pareció poco más que un cagarro de perro en mitad de la acera. Y perdón si me empiezo a poner bruto y algo soez, pero es que ya veis, justo ahora entro en calor, segundo a segundo me voy gustando. En resumidas cuentas, que "El Pintor de batallas" fue un fiasco, piensen tantos lo que piensen en contra de esta opinión, porque yo me he pasado un año entero en una librería -"con cara y ojos", como tanto le gustaba calificarla a su dueño-, y he comprobado cómo la edición de bolsillo del susodicho libro se moría de asco en su expositor. Desde luego, sí, aquí y allá, de tanto en cuando alguno caía, más que nada por coleccionismo y porque la edición de bolsillo le pica menos a nuestra cartera, cabe fácil en el bolso o la mariconera y es cómoda para leer en el metro, el bus o el mingitorio, mientras, ¡gnnñññ!, haces fuerza. Pero ni el menor comentario a favor de la obra: "Reverte ya escribe siempre el mismo libro"; "me gustan más los del Alatriste"; "con lo de la Reina del Sur ya tocó fondo"... Y esto no lo digo yo, esto son palabras que escucharon estas dos, mis orejas, que se han de comer los gusanos.

Después nos salió con los "Corsarios de Levante", una operación, nunca mejor dicho, de auténtica piratería; puesta a la venta justo después del estreno de la película de Alatriste, y además contando una aventura que el mismo Reverte jamás anunció entre las previstas dentro de la serie. Para aprovechar el tirón, vaya. Si es que la película hubiese tenido tirón, pero como acabó siendo un auténtico despropósito -sí, amigos, si clicáis ese link y leéis la "crítica", lo creáis o no, el autor de la misma es, aunque bajo pseudónimo, aquí el menda lerenda-, los corsarios revertianos, tanto en rústica como en bolsillo, pasaron con más pena que gloria por los estantes. De hecho, he de reconocer que disfruté las aventuras de este espadachín hasta su penúltima andanza, la de la puñalada trapera y el jubón amarillo, pero no sé si sería buena idea seguir leyéndolo, la verdad, con la cara del Morttensen ahí, todo el rato molestando, tan nada se parece al Alatriste que yo imaginé, por bien narrada que esté la aventura. Pero después pienso que Alatriste siempre fue un tipo legal, con el que se podía contar, los machos bien puestos y la toledana siempre presta, y que ninguna culpa tiene él, al fin y al cabo, de que su señor padre, don Arturo, se haga confeccionar los trajes con los bolsillos más hondos que anchos.

Y digo yo... ¿Toda esta infumable parrafada a qué venía?... No sé, supongo que es lo que tiene tener algo de tiempo libre después de estar toda la puñetera vida estudiando y trabajando primero; y currando como un esclavo después, hasta los restos, y total para qué: para que tener que esperar seis meses, seis, para que te visite un traumatólogo porque tienes la columna vertebral destrozada tras tanto acarrear cajas que siempre pesan el doble de lo que estipula la legislación. Ahora voy y de pronto me siento libre pero inerme, pistolero sin revólver, los dedos culebreando ansiosamente sobre cartucheras invisibles, hiperactivos los ojos y el pulso y las palpitaciones de una musaraña en ayunas. Al primer sonido inesperado te giras violento, con el gatillo fácil, y al primer infeliz que te pasa por delante, ¡zas!, le descerrajas a bocajarro toda la bilis acumulada durante siete largos putos años condenado a las galeras del trabajo manual. Lo siento, Reverte, en realidad me has caído siempre de puta madre, no es nada personal; piensa que con Etxeberria ni me hubiese tomado la molestia. Eso ya deberías sentirlo como sincera prueba de mi afecto.

El caso es que yo no venía aquí a echar pestes de Le Cynique Cabron, sino en plan Umbral, a hablar de mi libro, pero sin quererlo ni beberlo -llevo aquí no sé cuánto sin consumir más que este miserable café con leche-, empecé en plan Fernán Gómez -que in pace requiescat-, es decir: ¡A la mierda! A la mierda todo; a la mierda los libros, a la mierda los escritores, a la mierda la literatura, a la mierda los editores, y sobre todo y ante todo, a la mierda los libreros que se creen dioses... Debe ser, quizá, porque me va un poco el rollo necrofílico, con el cadáver aún caliente y todo eso, cualquiera sabe... Pero sí, venía a hablar de mi libro, como aquel otro ilustre muerto que hace tan nada se fue en busca del gran quizás. Un libro de poemas que ando escribiendo desde que me autoconvencí de que quien está acostumbrado a ser titiritero, puede a su vez, a poco que se descuide y sin darse cuenta, convertirse en marioneta; juguete al mando de aviesas manos. Un libro de poemas que, por otro lado, empezó muy bien, muy fluido, muy de puta madre, la verdad, pero que de repente se me ha atragantado, justo en mitad del esófago, como el mejor de los Coelhos o una trágica bola de pelo en la garganta de un gato. Vino un día a verme esa ramera que tantos llaman "Inspiración", y fue como una avalancha, un alud de relámpagos negros y cuervos albinos en vuelo picado sobre una manada de circunvoluciones sedientas, abrevando incautas en el lago de la medianía, por entero desconocedoras de la que se les venía encima. Y eso que yo no la había llamado, a la ramera, contratado sus servicios; no. Pero allí me podíais haber visto, ¡Santo Dios!, los poemas no me cabían en las manos; fue como volver a los viejos tiempos, cuando niños y los mazos de cromos repes y el tengui, tengui, tengui, ¡faltiiii!; sólo que ahora se trataba de poemas, cada uno distinto del anterior, unos menores, por supuesto, algunos buenos, eso creo, y la gran mayoría pestíferos, auténtica carne de trituradora de documentos... Al fin y al cabo, si fuese un Verlaine, o un Rimbaud, o ya forzando la suerte, un Whitman, ya a estas alturas sería Ministro de Cultura, como poco.

Poemas... Gran parte escritos en cafés como éste, o en bares de mala vida -y peor muerte-, pero de un beber y un jalar que ni el Montalván cuando sólo comía sopa de sobre. A la siete de la mañana, adictos a la mirada perdida y el carajillo, al diario AS, o al Mundo Deportivo, según el acento al pedir: por favor, ¿que me abres la máquina del tabaco? Porque aunque me repatee el símil, soy como Joyce, un escritor de café. Después paso a limpio -como ahora- y reescribo en casa, pero la primera versión es casi siempre ante blancas tazas de café tatuadas de arabescos y caprichosos posos que nada me dicen acerca del presente por venir.

Ahora ese torrente se ha secado, hace un mes, cinco semanas más o menos, coincidiendo con tenerme que imaginar guardando de nuevo cola ante las oficinas del INEM -aquí en Catalunya lo llaman de otra forma, cierto, pero me la voy a saltar por el morro, no por racismo ni por prejuicio alguno contra el catalán -y lo- catalán, listillo, que ya te veo venir; más bien porque las siglas OTG, qué queréis que os diga, no desprenden ni la mitad de personalidad-. ¿Por dónde andaba? ¡Ah¡, sí, la Inspiración, que se largó con viento fresco, la muy puta, lo que se dice a la francesa, sin mediar palabra, y encima le tuve que pagar los cubatas. Fue un poco como en "Pale Rider" -¿siguen ahí todavía los pedantófilos?-; "El Jinete Pálido", cuando a los mineros los dejan sin arroyo: te has quedado seco, se cerró el grifo, y el libro sin terminar. Te sientes como el minero desgraciado de la película, el que encontró una pepita de oro más grande que su cabezorra, pero de la que no pudo sacar provecho alguno, allí, borracho, bailando al son de los disparos de los jinetes del apocalipsis, vestidos a lo Peckinpah, en espera del tiro de gracia entre ceja y ceja que nos mande a mí y a mi pepita tremenda de áureos poemas a dormir el justo sueño de los actores de reparto.

Y, creédme, cuando el grifo se cierra, esa sensación, el bloqueo, es horrible. Te entran ganas de arrancarte de una vez la cabeza e ir a pedir trabajo de doble de escenas de acción en la secuela de "Sleepy Hollow"...

Lo que, por asociación, y ya que nos hemos abandonado a la más desenfrenada orgía de palabras, me trae a la cabeza un debate muy en boga últimamente entre amigos y conocidos, gente del círculo, muchos de ellos con algo -o mucho- que decir sobre esto extraño de la escritura.

¿Bajar o subir el listón? Dis is de cuéstion, mailor. Me explico. Hemos llegado a unos niveles generales de uniforme ignorancia, de heterogénea mediocridad, que, me doy cuenta cada día, los jóvenes de hoy en día no tienen ni puta idea de un montón de referentes culturales esenciales para entender y moverse en el mundo y la sociedad que habitan. Y que conste que me voy a referir sólo al campo que domino, que conozco, el de la cultura, porque el problema es mucho mayor, más grave, y, por ende, cada día más irreversible... En lo que hoy llevo escrito he nombrado actores, películas, escritores, novelas..., casi todos verdaderos clásicos en sus respectivas disciplinas. ¿Cuántos no habrán dejado de leer a las primeras de cambio por no tener repajolera idea de qué les estaba hablando? Y es algo que hago a menudo, lo reconozco, como reconozco que lo seguiré haciendo, no os quepa la menor duda. ¿Tengo yo la culpa de que alguien se acerque hasta aquí para probar a qué coño sabe mi alucinado mundo sin saber quién es el jinete pálido? Por supuesto que no. ¿Significa eso que debo bajar el listón cuanto escribo para que el lector medio -cada vez más y más baja su media- comprenda  de qué hablo? Creo que no. o mejor dicho; pienso que no debería ser así. Precisamente porque la industria de la cultura piensa todo lo contrario y se ha encargado, por activa y por pasiva, de "normalizar" a los artistas que subvencionan -iba a decir "compran" pero, como veis, me retengo muy a mi pesar y lo pongo en un inciso-, tenemos la mierda de cultura que tenemos. La cultura que, bien mirado, nos merecemos. Porque la masa es vaga, la masa es cerril; la masa quiere que se lo den todo echo, mascado y remascado, o peor, rumiado. Peores que vacas. Porque ellas acrecientan el efecto invernadero con su estentóreas pedorreras, cierto, pero al menos nos dan leche. Nosotros también damos leche, sí, algunos, pero mucho mejor se nos da a todos -saquemos la leche por arriba o por abajo- envenenar la atmósfera que respiramos con el "efecto verborragia", sin duda más sutil pero mucho más peligroso que el que produce boquetes en la capa de ozono.

Cuando yo me formaba -me autoformaba- como lector, no hace tantos años -no soy tan viejo-, cuando no entendía una palabra me iba al diccionario y la buscaba. Hoy, en cambio, te dicen, si quieres escribir, hazlo, pero escribe llano, escribe sencillo -no se atreven a decir "simple", que es lo que les gustaría-; que el bolsillo del lector no tenga que pagar los cheques semánticos que tu ego extiende...Por esa regla de tres, la obra entera de Gabriel Miró, por poner el primer ejemplo que me viene a la cabeza, ¡deberían ser prohibidas por decreto-ley!... Sólo sé que llevo toda mi puñetera vida leyendo a escritores que mencionaron en sus libros a cantantes y bandas y canciones que jamás he escuchado, de los que no tengo la menor idea, y no por ello abandoné el libro si lo que me estaban contando me interesaba. El mismísimo Maestro Borges, hoy tótem indiscutible en el Hall of Fame de la Alta Literatura, tenía la sana costumbre de sazonar sus relatos con un sinfín de citas y frases en latín, francés, inglés, alemán..., ¡y siempre sin traducir! Borges lo tenía claro: yo no voy a bajar a tu nivel, si acaso sube tú hasta aquí y a lo mejor en el entretanto hasta aprendes algo. De lo contrario quédate ahí abajo. Allá cada cual con las cotas hasta las que está dispuesto a llegar. Ésa y ninguna otra es la cuestión: ahormarse o no.

¡Coño!, si hasta lo estamos viendo en los medios cada puñetero día: Don Juan Carlos quiso recomendarle a Chavez que leyese a Raymond Carver, que era un tío que escribía cuentos de puta madre, y poemas también; buenísimos, créeme, Huguito, compadre, te lo digo yo, palabrita de Rey. Zapatero era el poli malo: se empeñaba en recomendar mierda, mainstram del peor, basura mediática: "No hagas caso, Hugo, ten juiciosidaZ y léete el de aZnar..." Pero Don Juan Carlos quería seguir siendo el poli bueno: "¡Y tú por qué no te callas!", le volvió a recomendar al venezolano. Lo que pasa es que como ya el borbón está mayor y un poco como que se le empiezan a notar los años y la buena vida -que también desgasta lo suyo, oiga- pues se equivocó y no le dijo bien el título, que en realidad es "¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?". Pero Chávez nada, ni que se lo hubiese dicho en arameo: "Yo sólo leo "El Capital", chico; que me lo dejó mi amigo Castro, cuando fui a verlo al hospital"... Dale miel a la boca del burro y le saldrán lombrices por el culo...

Así que volviendo a la magistral obra de Leone -cómo es, señores míos, que a estas alturas de humanidad no se imparten en las enseñanzas secundarias una asignatura de Historia del Cine (o del Comic), igual que las hay de Literatura, Arte, Música, o incluso Religión?-, podríamos volver a dividir el mundo, esta vez el de los escritores, en dos: de un lado los que cobran por lo que escriben pero no escriben lo que querrían -y sobre todo y ante todo, no escribe tacos, ya se encargan sus editores de recordárselo-; y del otro lado los que no cobramos un miserable euro pero escribimos lo que nos sale de la punta del pijo cuando nos sale de la punta del pijo.

Sí, los que escribimos cosas como "entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem" y nos quedamos tan anchos. Y si resulta que tú, lector, has llegado hasta aquí -que ya es tener paciencia, oye- y no sabes a qué carajo estoy haciendo referencia; pues una de dos, o te espabilas y sigues buscando oro en el seco arroyo de tu alma, o bien lo dejas estar y mejor enciendes la tele y te pones a mirar cómo humillan en público a las aspirantes a modelo 2000n; o bien te pones a ojear la revista de tunning del mes, según orines de pie o sentada; quién sabe, a lo mejor con semejante bagaje hasta le podéis añadir un par o tres de tortuosas líneas a vuestro currículum espiritual... Total, tampoco os preocupéis demasiado; en las Tiendas Berska sólo les interesa que no seas un feto malayo y tengas -y enseñes- ese buen par de domingas que Dios te ha dado; y en el PricaFour que tengas la espalada sana y los músculos fuertes para acarrear cuantas más cajas por hora, mejor. Que sepas por qué "lo esencial es invisible a los ojos" o "qué pronto en la vida es demasiado tarde", a tus jefecillos de la Hermandad del Puño cerrado, como a cualesquiera Jefes de Gobierno de este cochino planeta, les importa -les importáis- un bledo.

Para acabar por hoy os transcribo un pasaje de una novela de uno de los mejores escritores que ha dado la lengua castellana, Manuel Vázquez Montalván:

"¿Han visto ustedes películas de Hollywood mejor o peor promocionadas por siniestros productores liberales y dirigidas por no menos siniestros directores salvados de la Gran Depuración, en las que aparecen zafios millonarios tejanos, parafascistas, sanguinarios, tragones, jodedores y despreocupados? Pues me ahorran la descripción de mister H y me brindan la oportunidad de decir dos palabras sobre teoría literaria. Aunque suene a digresión, es el momento de valorar lo que ha hecho la cultura de masas por las reglas de la comunicación. Si yo les digo que míster H es una mezcla de Rod Steiger y King Kong, me ahorro tres capítulos de cualquier novela del todavía inédito escritor madrileño Juan Benet y casi una novela entera de Robbe-Grillet. (...) Al oír esta cantidad, Rod Steiger se transformó rápidamente en el Orson Welles de míster Arkadin".

Al final acaba siendo todo tan sencillo como tener el justo sentido común para saber cuándo se debe volver a puerto a buscar un barco más grande... Que el mundo, y ahí está lo terrible -a la vez que maravilloso-, tenga siempre que acabar dividido en dos clases de personas: por ejemplo, las que han leído "Yo maté a Kennedy", y las que nunca lo harán.

 

 

Bela Lugosi is Dead

Las cuatro y diez de la tarde, dándole a la dinamo de escribir de la mente y no sé cómo me he plantado con cuatro bolígrafos en el bolsillo. Normalmente sólo llevo dos, uno para darle caña al asunto y el otro como los paracaidistas, por si las moscas, imaginaos por un momento que os entra la racha, os da la locura de la inspiración y el baile de San Vito de las palabras y os falla el boli, y no tenéis de repuesto, menuda putada, maldices a los cuatro vientos, y porque no hay más. Claro que siempre puedes pedir uno prestado, ¿no? Sí, supongo que sí, pero es que uno no es como la mayoría, yo estoy enfermo; yo soy un asocial... ¿De dónde salió este otro par de bolis? Creo que del curro, los debí robar sin querer. O no tan sin querer, quizá fue pueril venganza.

El caso es que si llegas aquí pasadas las cuatro en punto y hasta bien entradas las seis, con el café te regalan unas pastitas para acompañar, dos o tres y bien chiquitas, nada del otro jueves, claro, pero aquí la palabra clave es "gratis", es decir, sacar el máximo partido no dejándote pisar más que lo justo. He llegado a y cincuenta y siete. Tres minutos. Sólo tres. Pues no ha habido tu tía, ¿os lo podéis creer?, el tipo no me las ha querido dar, y eso que ni le va ni le viene, quiero decir que no tiene pinta de encargadillo ni nada por el estilo, pero los tienen bien amaestrados. Y tampoco puedo venir mucho más tarde, porque a y media entro a currar y si no salgo de aquí a y cuarto no llego a tiempo. Aunque bien mirado, para lo que me queda en el convento, qué demonios...

De modo que aquí estamos, en un café, o algo así, un "Viena", y el lunes siguiente estaré guardando cola en la oficina de paro; llegará el día en que el mundo será una franquicia en órbita alrededor de un sol octogenario, achacoso, y la nada sideral mirando, contemplando el espectáculo, interrogándose, rascándose la calvorota sin llegar a comprender: ¿Qué ha pasado?, ¿qué ha pasado?... Y como no le responda la antimateria va lista, desde luego a mí que no me busquen, para entonces ya estaré más que fiambre.

Pero hasta entonces la vida, el paro, la puta calle, la escritura, qué más se puede pedir. Pues un café, por ejemplo, con leche, ponme otro azucarillo por favor -so agonías, que sois unos agonías, todos-. Un café es y seguirá siendo el mejor lugar para dárselas de Nabokov, ir por ahí dando caza al aleteo mariposoide de las historias, hincarle el colmillo a la carótida de la realidad, que está llena de historias, tantas como hombres, eso dicen, y aún más si es que tenemos que hacer caso del dichoso unicornio de Blade Runner.

Porque al fin y al cabo eso somos los escritores, vampiros de historias. Nuestro particular universo se nos queda corto, no nos bastan los amigos, los familiares, los excompañeros, los exjefes, las exnovias, y necesitamos savia nueva, gasolina super, la sangre del otro, ahí, justo ahí, rellenándonos el depósito de la ficción; justo ahí, en ese mohín de reproche tres mesas a la izquierda; o allí, más adelante, junto a la ventana, esa discusión de pareja a media voz; o en esa madre joven, fumando, enquistados los ojos no alcanzo a ver exactamente dónde, mientras su pequeña, desde la esclavitud del cinturón de seguridad del cochecito, le tira de la manga, intenta en vano llamar su atención: ¡Mami!, ¡Mami!, ¡que estoy aquíiiiii! Eso si hablase, por supuesto, y aun así me parece que ni caso, seguiría en su mundo, lejanísima de aquí, de su hija, de ésta, la vida que le ha tocado en suerte, os lo aseguro...

Conque nos frotamos las manos, nos relamemos los belfos cuasi pavlovianos: cenaremos caliente esta noche, vaya que sí, y acto seguido sacamos el bloc de notas, la libreta de apuntes, el moleskine, como carajo esté de moda llamarlo ahora.

La historia de la literatura está llena de editores cabrones y sin escrúpulos.  Y punto. Me paro. Y sigo, que con una coma en lugar de punto y seguido no hubiese quedado lo necesariamente categórico. Editores cabrones y sin escrúpulos, como decía, dispuestos a sacar al mercado cuanto manuscrito póstumo tenga a bien cruzarse en su camino. Claro que esto sólo es posible gracias a que detrés de cada editor cabrón y sin escrúpulos hay siempre un heredero o albacea aún más cabrón y sin escrúpulos, aunténticos saqueadores de cajones, carpetas, archivos, buitres leonados al acecho de nuevos manuscritos que rebañar. Así es como cantidad de escritores a los que el Gran Océano ya dejó listo de papeles contemplan desde el limbo cómo sus cuadernos de notas, diarios personales, correspondencia íntima, acaban en la imprenta. Y bueno, de ahí a decir que Thomas Mann era coprófago y Joyce poco menos que impotente sólo hay un paso... Desde luego tengo claro que si el bueno de Tolkien se levantara de la sepultura, por ejemplo, lo primero que haría sería cortarle las pelotas a su vásago y dárselas de comer a los perros, quizá cosas peores, del todo indescriptibles, ya se sabe, con los zombis -sobre todo si fueron escritores- nunca sabe uno por dónde te pueden salir.

Por suerte yo jamás voy a cometer la insania de traer descendencia a este bajo mundo -toquemos madera, toquemos...-, así que todo eso que tengo ganado. Pero, aun con todo, hay que seguir siendo precabido, siempre va a haber quien esté dispuesto a joderte bien. Conque la caja de cerillas siempre a mano. Quemar periódicamente los trapos sucios: cudernos de notas, apuntes de novela, pedazos de diario, relatos inacabados, sinopsis, etc. , porque nunca sabes de qué inesperada forma te puedes ir al otro barrio y qué suerte de terrible sanguijuela puede salirle acto seguido -aún caliente tu carne muerta- a tus papeles póstumos.

Pero antes de prenderle candela a todo esto hay que llenarlo con algo, escritura de la buena a ser posible, de la que te salva temporalmente el pellejo, te alza por segundos a la altura del Innombrable. Daos un buen careo. Liáos a hostias si hace falta. No será porque no hay de dónde coger. A saber, por ejemplo, ese grupo de ancianos, más que charlando, gritando. Uno de ellos, el que tiene la nariz como un berenjena -de gorda-, no hace otra cosa que gritar: "Sapatero esto", "Sapatero lo otro", "Mecagon la mare del Sapatero", "Vayáse señor Sapatero", y no sé qué más asnadas. No son capaces de decir "Zapatero" pero sí en cambio se los llevan los demonios si el resto del Universo no sabe pronunciar a la perfeccón un "Iusep Yuís"... Cuando sea que la gran muerte cósmica se lleve por delente todo este infumable invento de la existencia apuesto a que nos pillará como siempre, como toda la puta vida, sangre, sudor y barro, los unos contra los otros, a cara de perro.

¿De modo que ahí tenemos una historia? Por supuesto, más de una, pero me revienta la gente que no sabe hacer otra cosa que charlatanear de política; con tantos y tan certeros arregladores del mundo no sé por qué huevos sigue siendo la basura que es... ¿Qué me decís del tipo de la camisa azul a cuadros? Tan solitario como yo, bebiendo de su taza a pequeños sorbos. Ahora busca algo en una bolsa del Carrefour, no veo bien qué. Parece que lee algo. Con mucha suerte será un libro. Aunque, bueno, con la suerte que tengo -que tenemos todos, mala de verdad- será el último Vázquez Figueroa, o peor, el último César Vidal. Escalofríos me da pensarlo. Pero no, me he equivocado, no está leyendo, manipula algo, teclea, toquetea... , apuesto a que está jugueteando con su nuevo móbil, su recién adquieirda PDA, algo por el estilo. De modo que solo en un café, sin otro plan que masturbarse las meninges con su nuevo juguetito. Casi prefiero no ponerme a sacar qué historia puede haber derás.

De todos modos no se vayan todavía, aún hay más... Mirad sin ir más lejos a ese pobre tipo, patético de verdad. Está claro que está acabado; se lo come la migraña e id  a saber qué otro oscuro mal... ¡Un momento! ¡Eso es un espejo! ¡Ése soy yo!... estoooo, ejem... Mejor corramos un tupido velo...

La mujer de mediana edad, pelo castaño, gafas que le debió aconsejar su peor enemigo, y que no hace otra cosa que mirar hacia aquí. Esta camarera inmigrante, muy probablemente ecuatoriana, se deja aquí el tiempo y la vida a cambio de un sueldo de usura que apenas si le permite pagar el alquiler de un piso obscenamente pequeño y muy frío, en el casco antiguo, sin siquiera llegar a cuestionarse si el cambio en verdad ha sido a mejor, de puro reventada. Cuarenta y tres años embutidos en un hombre largo y estrecho, jersey de lana verde, zapatillas grises, muy baratas, vaqueros caídos, plantado en mitad de la sala como una estaca, jamás sabremos si leyendo el periódico o buscando entre líneas el blanco origen de su locura. Una mesa con cuatro chavales a los que ya debo sacar fácil los diez años, ninguno de ellos novio de ninguna de ellas todavía, se nota, en el mirarse y el partirse de risa de las tonterías que se dicen. Prácticamente eso, tonterías, sólo bobadas, lo único que son capaces de decirse. Puede que en un breve lapso de días haya sexo entre un par de ellos. Tal vez entre tres, o los cuatro, qué carajo, ya sabemos cómo les gusta a los jóvenes de hoy día la novedad. La variedad...

En efecto, qué variedad de historias, pero me queda la duda: ¿todas interesantes? En general me cuesta bastante afrontar la humanidad, y no sólo porque sea un sociópata irredento, también sucede que tanto observar a tantos otros acaba por desangrarte. Tantos rostros diferentes follados y machacados sin remedio. El gris del hastío no deja cancha para demasiadas alegrías. Te ves rebotado hacia dentro si no quieres echar la pota. ¿Quién puede echar un largo vistazo ahí afuera sin acabar sintiéndose un despojo? Desde luego yo no puedo.

Y creo que no soy el único. Porque sí, porque está muy bien eso de los escritores vampiro, la savia nueva, la sangre ajena, las historias, tomar apuntes del natural y todo ese rollo. De puta madre. Pero luego mirad, antes o después todos los escritores acaban siempre por hacer el mismo libro. Su libro. Su vida. El resto es atrezzo. Es decir, el resto somos atrezzo. Que lo dijo Sartre: "el Infierno son los demás", y cada cual su propio purgatorio y su calvario. Quién va a pintarle al vecino la fachada cuando en casa te queda tanta mierda por barrer... 

Yo soy yo y mi migraña

Pienso que nada hay con mayor capacidad para hermanar a los hombres que la enfermedad. De echo, si todos estuviésemos enfermos y padeciésemos el mismo mal, por primera vez el mundo entero caminaría en el mismo sentido. No cabría mayor cohesión. Probablemente hasta accediésemos a un nivel superior de comuncación, no verbal, por supuesto, una suerte de telepatía en la que una sola mirada, febril y agotada, terminaría por decirnos mucho más del malestar del otro que cualquiera de las combinaciones de palabras que éste pudiese escoger para resumirnos su dolor.

Así por ejemplo, cogiendo algo que -muy a mi pesar- tengo por la mano, ¿cómo explicarle un voraz ataque de migraña a alguien que jamás lo ha padecido? Cómo darle a antender que la migraña te hace aborrecer la humanidad. Describirle el estado en el que te sume, de auténtico despojo, poco menos que a la altura de la ameba. Que no sirves para nada, que sólo existe el dolor, inmisericorde, anulándote para cualquier cosa que no sea pensar una y otra vez, mil veces por segundo, que sigue ahí, el dolor, y que no piensa marcharse hasta haberte machacado por completo. Agarrarte la cabeza con desesperación. Arañar la piel del cráneo con más rabia de la que utilizarías para abatir a un enemigo, cuerpo a cuerpo, en un hipotético campo de batalla. Aguantarte a duras penas las arcadas durante la hora y tres cuartos que dura el viaje en tren para no dejarlo todo perdido de vómito y ganas de acabar de una vez con todo. Que te matarías. Sí. Y no porque seas ningún suicidia. Sólo por el dolor. Que cese, aunque sea para siempre, pero que cesa ya... ¡por dios!, que cese.

Si es que cesa, porque a veces pasa y entonces sí que lo harías, tirarte por el balcón o meter la cabeza en el horno. Abrirte las venas. Despertar después de no sabes cuántas horas de sueño creyendo que lo has conseguido, que ya pasó, al menos por esta vez, y tomar consciencia al par de segundos de que todavía persiste. Tu propia y castigada carne te ata entonces al infierno.

Sólo otro migrañoso puede saber hasta qué punto, como se ciñe la soga del nudo corredizo al cuello sentenciado, se ajustan mis palabras a la realidad.

De todos modos, aquí dejo un pasaje que sin pretenderlo describe este sádico dolor de cabeza mucho mejor que cualquiera de mis frases. Leyéndola no puedo sino tener la seguridad de que Ambrose Bierce fue, al menos en lo que a la migraña respecta, todo un "hermano de armas"...

"Nada podía alejar ya su mirada del pequeño anillo de metal con el interior negro. El dolor de su frente era atroz y no cesaba. Sintió que se hundía en el cerebro más  y más profundamente, hasta que al fin el avance se detuvo ante la viga en que apoyaba la cabeza. Por momentos se hacía insufrible; empezó otra vez, desesperadamente, a golpear la mano herida contra las astillas, para contrarrestar aquel horrible dolor. Parecía latir con una recurrencia lenta, regular, cada pulsación más aguda que la anterior, y a veces gritaba creyendo que sentía la bala fatal. Ya no pensaba en su hogar, en su mujer e hijos, en su país, en la gloria. Su memoria había borrado todo recuerdo. El mundo había muerto, no quedaba un solo vestigio. Aquí, en esta confusión de vigas y tablas, está el único universo. Aquí está la inmortalidad en el tiempo. Cada dolor una vida eterna. Los latidos miden eternidades"

Ambrose Bierce

Cuentos de soldado y civiles

Los Ángeles, 2019

Roy Batty vino, vio y perdió; soltó la paloma blanca, después murió -y Deckard, mientras, mirando como alcoholizado-. Y antes ya habían palmado Jackson Pollock y Philip K. Dick, y en los años siguientes la espicharon también Carver, Bukowski, Hubert Selby... Leopoldo María Panero sigue dentro mientras muchos otros -mucho más locos-, la mayoría, seguimos fuera. Y para colmo Antonio Gala ha sacado libro nuevo. ¡Ah!, luego anda también por ahí un tal Juan Bonilla haciendo de las suyas... De modo que no me digas que confíe, que tenga fe; no me vengas con ésas, que el 2019 no queda ya tan lejos... El futuro jamás ha de volver a ser lo que pudo ser.