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tannhauser

Reus, Ciudad Muerta

Siete días, una noche

24 horas aquí y ya estoy hasta las pelotas, no sé qué tendrán los españoles para rebanarme las entrañas de esta manera. Primero la cabronada de ayer y ahora esto: te metes en una cafetería para almorzar y de paso quitarte de encima este sol que no perdona una, las diez de la mañana y ya sudo hasta por las costuras. Y allí te encuentras, disfrutando mal que bien de algo de lectura y un café con leche más largo de lo razonable: de nuevo esa sensación como de hastío aplastando, creciendo, retornándome a los huesos... Entonces llega el tipo: "Por favor, podría bajar un poco el aire acondicionado, es que tengo algo de frío". Eso ya te pone la mosca detrás de la oreja, permite hacerte una idea sucinta del individuo de marras. Un friolero repipi, algo tiñalpa, un poco nenaza. Algún graciosillo le dijo a Dios que en este mundo tenía que haber de todo y el muy cretino se lo tomó al pie de la letra... Vuelves a lo tuyo, o lo intentas, pero no dura mucho, porque el tipo vuelve a la carga: "Por favor, no podría apagar el aire un rato, es que sigo teniendo frío..." El dueño del local, que ya estaba que se subía por las paredes cuando me trajo el café -porque aquello estaba a petar y le habían fallado dos empleadas: "las dos enfermas, sabe usted" (os apuesto lo que queráis a que están pasando la fiebre juntas, tumbadas al sol, tostándose en la playa)-, tuerce el gesto y le responde que ya lo tiene muy bajo, que está casi casi apagado, pero el fulano frioleras insiste, eso sí, muy educado, pero sin dejar de tocar los huevos, el muy cabrito. Así que al final se sale con la suya y este pobre diablo acaba por ceder, no sea que se quede sin los cuatro, cinco chavos a lo sumo, que va a consumir el tipo, probablemente ni eso. Con la coña pajarera del cliente siempre tiene razón nos hemos dejado encular hasta la médula. ¡¿Por qué coño?! Quiero decir, por qué cojones he de soportar..., hemos de soportar tu absoluta falta de educación, tío; a mí ni se me ocurriría, me refiero a joder de semejante manera al personal: si tengo frío me aguanto, o me busco otro garito, pero no voy por ahí fastidiando al respetable, asado de calor aun con el aire a toda leche, con mis maneras de ñoña señoritinga. Pero como resulta que ahora el cliente, aunque sea un completo gilipollas, siempre tiene la razón, pues el resto lo de siempre, a joderse tocan. Y lo peor es eso, comprobar la asiduidad con la que a los gilipollas se les otorga la razón... ¿Dije "otorga"?... Perdón, perdón, quise decir "regala"... Conque en esas estamos, sin aire acondicionado y ya cabreados a las diez de la mañana, cagándote en todo cristo, al tiempo que preguntándote por qué demonios no te levantas y le pides al dueño, bien alto, que el fulano lo oiga, que vuelva encender el aire acondicionado: "... que es que me suda la polla, sabe usted... y luego se me irrita y no vea lo que pica"..., cuando aparece  la guinda del pastel, es decir, su mujer, quiero decir la maroma del tipo quejicoso, ojo al dato, esto es importante, calzando pareo y bikini, toma asiento y lo primero que le suelta a su chorbo es tal que lo siguiente: "¿Ya has dicho que apaguen el aire?"... Manda huevos el menda, encima de nenaza calzonazos. Y así es España, un zurullo apestoso que no te lo saltas; te cagas en todo y cuando terminas aún te queda mierda para dar y regalar... Porque claro, está esto y está lo de ayer, la cabronada a la que antes aludía, que un día aquí y ya me volvería a marchar pero pitando, sin pensarlo un segundo. Me paso una semana en Francia, visitando ciudades y pueblos, museos y playas, sitios eminentemente turísticos, y los visito con el coche a reventar de bagajes, los podías ver desde lejos, tras los vidrios, en los asientos traseros y también en los delanteros, ni siquiera me molesté en esconderlos -¿para qué?-, porque el maletero ya lo llevaba hasta los topes. Cualquier amante de lo ajeno lo habría tenido fácil conmigo, la verdad, pero nada, no ocurrió, afortunada e increíblemente respetaron lo mío. Bravo, ¿no? Sí, supongo: bravo, bravo: ¡Vive la France! y todo eso... Pero es llegar a España, arribar a Catalunya, desembarcar en Reus, esta mi ciudad que detesto con toda mi sangre, muchos ya lo sabéis, y se me ocurre dejar el neceser, por despiste, y por cochino cansancio, qué cojones  -no en vano me había pasado, noche sobre día, más de veinte horas al volante-, bien a la vista, en la bandeja posterior del trasto. Dicho y hecho. Cuando vuelvo pasadas unas horas de sueño me encuentro una luna reventada: el neceser ha volado. Contenía jabón líquido, colonia, desodorante, cepillo y pasta de dientes... La linterna o el mapa de carreteras que tengo en la guantera, la caja de herramientas en el maletero, valían mucho más que todo eso, pero qué le vamos a hacer si el desgraciado hijo de la gran puta además de ladrón es gilipollas...  Y así funciona aquí la vida, de gilipollas a gilipollas y te jodes porque te toca. Y  eso que no se puede decir que sea precisamente lo que se llama un afrancesado, no los tenía ni los tengo, a los gabachos, en especial concepto. Me jode, de ordinario, la gente que no pronuncia la mitad de lo que escribe, meándose así sobre su propio tiempo -allá ellos-, pero  es que de rebote se mean también sobre el mío, y eso ya me toca las narices a base de bien. A los ingleses no se les da mal pero los franchutes son los auténticos especialistas de semejante práctica. De los alemanes mejor ni hablamos... Y luego está lo otro, que encima las letras que sí pronuncian apenas tienen nada que ver con las que han escrito. Un trabalenguas infernal que para qué os cuento. ¿Cómo se lo montan? Y también está el chovinismo, cómo no, del que todo el mundo habla, lo criticamos, del primero al último, los que no somos franceses, claro, y en especial nosotros, los españolitos, que, ya se sabe, nos reconcome la envidia de los pies a la cabeza... Pero es que si yo tuviera su país también sería chovinista, amigos míos, me revolcaría con gusto en mi orgullo patrio como un auténtico cerdo. Todo verde, todo agua, todo en su justo sitio, lavabos públicos en los que puedo uno cagar y mear sin temor a coger ladillas o id a saber si no incluso el sida. Aquí en cambio a cada momento hay que aguantar al soplagaitas de turno que te sale con lo cantinela de que España es un paraíso como ninguno, cuando todos tenemos muy por la mano que es poco más que un erial. Pero hay que decirlo, si no revientan, venderlo a los cuatro vientos, porque de lo contrario no bajan hasta aquí los guiris, gavachos y no gavachos; no fluyen los denarios, no se hinchan a comisiones los parásitos, y este tinglado magnífico que nos hemos montado, queridos camaradas, se nos va a tomar por culo. ¿Y si eso sucediese?, decidme, si de repente ya no hubiese clientes, gilipollas o no, cómo diantres haríamos para regalarles la razón... Conque los franchutes tendrán lo que tengan, sus musicales chácharas del todo incomprensibles y sus chovinismos varios, pero al menos no te joden el coche a la primera oportundad. Te reciben siempre con un bonjúg o un bonsuag -según la hora- y no hay despedida que no vaya culminada por un ogvuá, mesié... Aquí te dejas la pasta, te mangan el aire acondicionado y encima cuando te marchas no te dan ni las gracias... Pero lo importante, pese a todo, es no cejar en el intento, seguir vendiendo la moto contra viento y marea, porque España is different, tiene y tendrá siempre un coló ejpesiá, aun cuando la hayamos reducido a ceniza y plazas de aparcamiento -de pago, por supuesto-. Porque esa es otra, te pasas una semana fuera -del país, de la puta tele, de este puerco mundo en la medida de lo posible- y cuando vuelves, porque no te queda más remedio, porque eres más pobre que una rata azmilclera, que si no ya veríais, anda que me ibais a volver a ver el brillo de la calva..., entonces alguien te dice: "ey, mientras estuviste fuera ardieron las Canarias", y piensas, bueno, más de lo de siempre. Pero después te enteras de que la sangría -porque es una sangría en toda regla- es culpa de un bombero al que iban a votar, que no quería perder el currele y por eso le prendió candela a medio archipiélago... Es verdad, joder. Vaya si es verdad. España es diferente. ¡Con un par! Porque cosas así sólo pasan aquí... Qué os va a que en menos de tres años ese está en la calle y algún otro gilipuertas lo vuelve a poner en nómina, en una maderera, por ejemplo. O de gasolinero. Aquí somos así de chulos, a un violador excarcelado lo contrataríamos para celador de parque infantil... Todo y que, bien pensado, el demente éste de las Canarias en realidad era todo un visionario sin saberlo, un auténtico avanzado a su tiempo. Propongo desde ya que adoptemos su lógica alienígena. Puestos a ser diferentes seámoslo a lo grande, qué carajo. Se me ocurre, por lo pronto, un sistema genial para acabar con el problema del acceso a la vivienda. ¿Por qué no amenazar de despido a todos los encrofadores y paletas del país? Joder, eso acabaría con las ciudades, los pueblos, todo. Uno tras otro edificios y casas serían dinamitados, por aquello de conservar el tajo, llevar el plato a la mesa, "tengo cinco bocas que alimentá, sabe usté..." El caos sería total, claro. Efecto rebote. El colapso. Tendríamos que volver a las cuevas a pintar mamuts y tías anoréxicas -a los bosques no, que para entonces no quedará árbol ninguno en pie-. Solucionado: si no hay casas bastantes, entonces no las hay para nadie. Y así con todo hasta que no quede nada. Con el añadido además de que por lo común las cuevas son húmedas, frías, y lo que ganamos con eso, oiga; a la parienta ya no le da por ir por ahí haciéndome quedar como un mañarda gilipollas... De hecho, ahora que caigo, es probable que el hijo de perra que me reventó la luna del coche y el tipo al que se lo dejé para que me la reponga sean una y la misma persona: un pobre loco infeliz, por supuesto gilipollas, al que han amenazado con rescindir su contrato de mierda y dejarlo en la puta calle si el negocio no remonta...

Tinta profiláctica

Echo en falta los cuadernos, las libretas, el folio en blanco en mitad de la mesa, que únicamente sabe escupirte a la cara una y otra vez su virginidad. Pero he perdido la familiaridad con la tinta, siento plumas y bolígrafos un muñón coronando la mano derecha. Sólo que ni siquiera me pica, la menor sombra de prurito, una masa atrofiada y muerta, incapaz. En general casi todos nos hemos vendido a la informática, ella sí muy capaz, por ejemplo, de hacer desaparecer de un plumazo -qué ironía- tu trabajo de horas por esa tecla mal tocada, una caída en la red eléctrica, fallos de conexión. Más dependientes que nunca, cuando habíamos conseguido sobrevivir a las tempestades de fuego. Sin informática no hay bolsa de la compra, ni gasolina en el depósito, ni cita en la clínica para la biopsia. Ni siquiera follas, algo tan animal y primigenio, porque sin ordenadores no hay códigos de barras que valgan ni farmacéuticos que te vendan los condones. Porque hemos tenido que plastificar la piel húmeda para agilizar las colas en los dispensarios. Igual que se tecnificó la escritura para ahorrar nóminas de basurero; a más papeleras vacías menos entrevistas de trabajo. Jamás entró en el plan salvar un solo árbol. Como morir de sexo, se muere desde siempre, y eso no hay Dios que lo cambie. Los escritores del mañana, si es que haylos, no tendrán letra, buena ni mala; grafólogos de todo el orbe purgarán sus penas en un vertedero de celulosa muda y obsoleta. Y poco después, bien poco después, cuando ya no queden hombres, este cursor seguirá parpadeando...

Pinche de cocina

Tres  días de tregua, aguas tranquilas volviendo a su cauce, pero al cuarto todo vuelve a la carga, los muros de la voluntad se resquebrajan, en algunos puntos ya incluso se desbrozan, cayéndose a pedazos. Voces sin sonido desde la lejanía, la una al fin liberada de esta prisión, encerrada en barrotes insulares la otra, más gruesos y descorazonadores si cabe. Rompen contra la presa como olas deshuesadas, sin ímpetu ni fuerza; agua de fantasía y poco más. A mediodía de nuevo el mordisco, más intenso, justo en el centro. Después, rondando las cuatro, me marcho a hacer un café a Plaza Prim, donde van todos, donde tantas veces he ido y observado. Mucho se nota el verano ya en el calor amarillo amasando las cabezas y poco, muy poco en las carnes al sol. Muslos, pantorrillas, hombros, tobillos, clavículas, omóplatos... Caderas imposibles, pechos oscilantes. Tetas. La diferencia entre un par de pechos y una TETA es la capacidad de esta última, ella sola, de empitonarte la mirada. Miras de soslayo, sopesas rápido y desmiras. Vuelves a mirar. Sopesas otra vez, y cada vez parece pesar más. Hasta que te engancha mirándole las tetas, una o el par. O la línea de roce entre muslos, valle feraz en empalmes, justo en el límite con la falda -¡dios, qué corta!-, justo allá donde se originan las noches ensalibadas. Todo y que, claro está, todo esto que digo no es otra cosa que mezcolanza de fábula e instantáneas traídas de la memoria. Hay que ojear mucho aquí para poder echarse al diente algo de carne túrgida. Cuando allá donde las vías pierden el nombre te la lanzan a la cara. Mírala. Mírame. Cómeme.

El óxido y los días

Al fin deja caer al suelo la última caja de la partida, ya harto. El muchacho se yergue, se tienta los riñones, disgustado arquea la espalda; las vértebras escupen un par de chasquidos sordos. Se mira los rasguños de la mano, datan de la noche pasada, cuando bajó a la calle los tablones del armario desballestado. Clavos al aire. Clavos oxidados. Sobre todo ésta escuece con ganas, una ese larga y fea cruzando la mitad de la palma. Mala pinta. No tenía en casa alcohol ni agua oxigenada, así que tuvo que lavarse la herida con agua y jabón. Tampoco tenía algodón ni tiritas, nada por el estilo; la ha llevado al aire toda la mañana y ahora tiene las manos negras. En el baño, mientras se las lava está pensando en el tétanos. Siempre que se corta piensa en el tétanos, es inevitable. ¿Tendré al día la vacuna? No se vacuna de nada desde hace años. Ni siquiera sabe ante qué síntomas alarmarse, es curioso, porque todo el mundo se clava hierros y vidrios a cientos, miles cada día, y a continuación siempre hay alguien alrededor que lo menciona, ¿estás vacunado?, pero nadie describe nunca síntomas... Bueno, es igual, cuántas veces me habré cortado y nunca me ha pasado nada. Ni siquiera me fijé si el clavo estaba oxidado. Se seca las manos y se observa en el espejo... Se acerca. Se examina detenidamente, color de cara, el blanco de los ojos, serpeado de venillas, como de costumbre... Nada. Lo deja estar. Cansado sube arriba, sólo son las once de la mañana. Más cajas lo están esperando. Hay allí un botiquín, bien lo sabe: yodo y tiritas... Pero sigue a lo suyo. Qué más da.

Mediodía del matarife

Desde el momento en que puedes dar nombre a todos y cada uno de sus fantoches sabes que habitas una ciudad muerta. Viejo proyecto suspendido en el aire, colgado de los garfios de la indolencia, ahora solo y desde una perspectiva algo distinta, muy íntima, más visceral, no en vano parece que las entrañas han de ser mi condena. No tengo termómetro, pero debemos andar ya por encima de los treinta grados. Sudor bajando, frentes enrojecidas. Carne puesta a secar al sol. Aun así hay quien ahora mismo camina las calles. No muy lejos de aquí está el matadero, el antiguo matadero ahora biblioteca. Histórica leyenda. Absorve cuerpos durante gran parte del día, diligente, pero se sabe desposeído. Reprogramado. Su sistema digestivo y excretor ya no conectan, no se dirigen la palabra; alguien o algo los enfrentó a base de engaños, malas artes administrativas y municipales. De modo que la carne, salir, sale como entra, con un par de volúmenes de menos o más. Eso sí, minados por el tiempo, pero en el centro, desde el centro a las afueras, invisible aún el ictus, lentamente, como una erupción de años luz que por lo pronto es sólo lava cósmica cogiendo impulso. Desde ese vago pinchazo en el bajo vientre hasta la última cama de hospital bien podrían aún pasar dos, quién sabe, puede que hasta tres de estos veranos. Está muy feo morirse entre junio y septiembre, cierto, para estas cosas el otoño es siempre mucho más lucido, pero qué le vamos a hacer si somos tantos y a tantos la letra no les alcanza para modales.