Apnea
Cuánto tiempo alejado de este lugar en cierto modo, como si el "Endurance" de Shackleton, torcido y varado, acosado por la presión: los hielos eternizándose en mi torno, prefigurando el fin. Sus lenguas filosas andan buscándome y antes o después me encontrarán: el que escapa tiene siempre las de perder. Hubo días que estuve mucho más tiempo fuera de aquí, de este páramo franqueado por agua asesina, silenciosa, atemporal, pero aquél fue otro "yo", uno que estaba más vivo, menos frío. Más ligero. Cualquier acto se antoja ahora más que nunca una derrota, una impotencia; inutilidad. Utilizamos la palabra "impotencia" sin apercibirnos que lleva consigo intrínseca y completa la "potencia". Nos lastramos con carga a sabiendas. Nos lanzamos al abismo con las alas enfundadas, a las profundidades abisales con más peso del que nos ha de permitir volver a la superficie: cada día que pasa un fallido entrenamiento para la apnea final. ¿Dónde hallar el neopreno del alma? ¿Cómo no sucumbir a este gélido zumbido?, este vacío que no se siente como oquedad o habitacíon cerrada, que es dolor, un sordo dolor día tras día, todos los días, incluso durmiendo, inconsciente, conduciéndome hasta la pesadilla. ¿Cuánto ha de tardar el hielo? Aún es demasiado pronto y tengo abiertas a fuego y sal todas las llagas... Hay que ver a veces cuánto cuesta acabar con una vida humana... Los vecinos escucharon como tantas otras veces, ya estaban de nuevo..., no hubo motivos para pensar que esta vez fuese a ser diferente. Pero lo fue. Ella recogió sus cosas, salió del piso con una mochila y un par de bolsas, la vió desde arriba, en el balcón, esperando en la acera el taxi, que al poco llegó y la recogió, luego desapareció en la noche. Pero a la mañana siguiente en su casa la madre no sabía nada de la hija. Encontraron sus cosas tiradas en mitad del puente, su cadáver río abajo, varado, hinchado, azul, con la melena muerta y deslabazada tapando a medias un rostro sin vida y de ojos asustados: quién sabe, quizá en el último momento decidió vivir. Pero estaba ya demasiado lejos de cualquier todo, tan allende esa ninguna parte... A los dos días el cuerpo ahogado ya había sido incinerado. Y él ni siquiera se atrevió a pasar la prueba del tanatorio: al contrario que ocurre con la "impotencia" la palabra "cobarde" no encierra en sí la "valentía", tampoco la "entereza". Desde entonces el mundo sigue su marcha, los días su curso, el mar conduce diligente sus olas, y el hielo, egoísta, sigue haciéndose esperar: "Tendrás que venir a mi encuentro", como un amante, encendido, buscando, anhelando, suplicando mi beso. Mi beso. El último beso. Esa apnea final. Tantas veces una vida humana no vale nada...
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