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tannhauser

Tic-Tac

Preso de una cierta sombra de desposeimiento, como si me hubieran arrebatado un par o tres de cosas íntimas, pequeñas. Pero sagradas. Ese tipo de cosas a las que está uno tan apegado todo y no ser vitales para la supervivencia, el día a día; no como el bastón para el ciego o las gafas para el miope, desde luego. No, más bien como el reloj de pulsera viejo y rallado, siempre atrasando, o el anillo que te quitas para lavarte las manos y al cabo de días lo encuentras ahí, en la repisa del fregamanos, de repente preguntándote por qué no tuviste el impulso de volvértelo a poner. No es exactamente sentirse robado: no buscas puertas ni ventanas forzadas. Es al revés, te preguntas si ese que entra día a día por tu puerta es más o menos el mismo que antes, que siempre... es decir, si no serás tú el extraño en casa ajena, el ladrón en cierto modo, aunque tengas la llave y sea en efecto tu llave. No, definitivamente no es como si te hubieran entrado en casa al trapo y te la hubieran desvalijado. Se trata más bien de una degradación. Perdiste el rango o no hiciste suficientes méritos, quién sabe, y el caso es que ya no eres digno de esas pequeñas cosas que ahora de repente tanto echas en falta. ¿Qué hiciste mal?, o mejor dicho, ¿qué hice o dejé de hacer para sentirme tan echado de mí mismo?

También me cuesta horrores subir las escaleras, antes eran camaradas, aliadas, se portaban bien conmigo, pero de un tiempo a esta parte me aborrecen, me niegan el saludo; se empinan, se empinan, quieren hacerme sudar la gota gorda, y a fe que lo consiguen. Será el tiempo, digo yo, que al fin y al cabo (cuántas veces, por Dios, habré dicho y escrito esto) "no pasa en vano". Pero es verdad, todo el mundo con el tiempo en la boca y aun asi no se les llena del todo.  Sobre todo los escritores, siempre glosándolo, versándolo, mentándolo, maldiciéndolo una y mil veces, y nos quedamos tan anchos. Le escupes a la cara y sonríes, miras el poema, te sientes ufano: "He aquí mi obra, Tiempo... He aquí tu jaula, Tiempo... ¡Tú me has de matar pero yo he conseguido retenerte aquí preso!"... Idioteces.

La fiebre de las cámaras digitales, todos como locos fotografiando tiempo que no han de volver a recuperar más que cuando se les quiebren los huesos de puro viejos o un diagnóstico fatal les clave la prisa y el miedo en el alma, y eso sólo si para etonces sus discos duros no han hecho de sus preciadas fotografías fosfatina. Pero el tiempo no necesita siquiera ser el último de la fila para reír mejor, ni ser el más listo de la clase, le basta con ser un buen fantasma, porque no hay jaula, poema, recuerdo o foto que lo atranque.

De repente un día te sientes desposeído de tanto que fuiste, subes tres escaleras y estás sin aliento, haces proyectos y proyectos, magros castillos en el aire, y un súbito sablazo de dolor en el abdomen te baja de golpe a la tierra. El tiempo te ha estado pasando por encima desde siempre, como pisando uva a pie descalzo, en plan masaje, y tú ahí, mal que bien, contemporizando con la vida, tironeando del hilo, jugueteando como los gatos, hasta que una medianoche caprichosa el fantasma se cansa, se saca los guantes igual que tú te sacaste el anillo y te pega el zarpazo. Es el momento de los lamentos, los arrepentires, los venga elucubrar "Y si hubiera... si hubiera", y soñar con imposibles máquinas de tiempo.

Vuelves a pensar en la oscuridad... Sí, exacto, ésa oscuridad. Como cuando niño. ¿Recuerdas la primera vez que te imaginaste silente oscuridad por toda la nada? Casi pierdes el conocimiento de puro vértigo. Por un segundo vuelve a ocurrir, sientes que te vas a desmayar. Cómo enfrentarse a semejante cantidad de inexistencia, de inerte oscuridad. Pero enseguida vuelves, justo a un pie de la caída vuelves, aventas el fúnebre pensamiento e intentas retornar como si nada. Todavía queda tiempo, te dices: "todavía queda algo de tiempo", te engañas. Ya ni siquiera pensar tu muerte te asusta tanto como imaginabas, porque en cierto modo no eres ya más que otro de tantos doblegados: la vida te ha trabajado bien y ahora hasta el más leve soplo te tumbaría, cuando hubiesen hecho falta toneladas de muerte para arañar tu coraza mientras tu ilusión de vivir se mantuvo intacta... Intentas recordar de cuándo data la primera fisura: en qué aniversario la primera renuncia, en qué invierno te ganó para sí la amargura. Parece mentira que hayas dejado que tan pocos años hayan hecho de ti este patético muñeco desbrozado...

Sí. Se siente uno cada día más cansado y más desposeído, más indigno e incapaz de todo lo bueno, y no hay amanecer que no sea menos gris que el precedente. Conservo el reloj pero ya no llevo el anillo, no lo merezco, me lo quité un día para lavarme las manos; me sabía demasiado reventado como para sentirme humano, de modo que lo olvidé, lo dejé allí, y al día siguiente ya no valía, todo en él se había perdido y yo sin darme cuenta había menguado. Los escalones murmurarían tras mi paso y a la primera que pudiesen habrían de ponerme la zancadilla.

En un poema de Pavese: "Pero un cadáver es un resto de demasiados despertares", y el segundero atrasado sigue imparable, tic-tac, tic-tac, agotando mi tiempo...

 

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En el fotograma -

Saltamos, con todo saltamos, caminamos, nos desperezamos, nos dejamos llevar o no se comprende cómo el tiempo cabe en un tic tac...