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tannhauser

Empapados en crack

La vida es este lugar devastado que rinde pleitesía a lo feo y lo gañán, ni siquiera se le puede llamar "imperfección", y un regalo del estilo de "carente de armonía" desde luego sería algo así como el techo alto del subterfugio. De ahí la literatura, y el cine, también la pintura, y, bueno, en general todo tipo de manufactura artística que se imparta como materia en las facultades de humanidades, esas chimeneas de marasmo contumaz. Hay que devolverle al mundo algo de credibilidad, de esperanza barata, aunque sea con trampas, aunque sea con copias más reales que la propia realidad, que no por ello "replicantes". Somos patéticos del primero al último y la espera podría llegar a ser muy larga. Invertir en tiempo es siempre una apuesta suicida; peligrosa a corto plazo y fulminante a largo. Eso sin contar el TAE, el euribor, y la madre que nos parió a todos. La mejor forma de llegar a final de mes con el saldo de sueño en positivo es abrazar de una vez la certeza: que más allá de los 29 todo esqueleto es un cadáver en aceleración progresiva, y que con un depósito de combustible tan en las últimas no se puede llegar demasiado lejos. 

Welcome to ‹‹Repo! The Fascist Opera!››

 

Cuesta creer que en los años que lleva como responsable último del Festival de Sitges, el señor Ángel Sala haya hecho más progresos en el campo del bilingüismo -trilingüismo si es que tenemos en cuenta sus denodados esfuerzos con el catalán- que en el ámbito del tacto o el sentido común. Parece que este caballero todavía no se ha apercibido en todo este tiempo de que el Festival lo hacen los espectadores. Los mismos espectadores que año tras año reservan parte de su mes de vacaciones anual para poder asistir al Festival. Los mismos que sacrifican horas de sueño y juicio para poder ir, en ocasiones, a tres y hasta a cuatro pases en un sólo día, andando y desandando una y otra vez la maratoniana cuesta que separa el Retiro del Auditori. Los mismos que dan vida con sus miradas y sus flashes al Brigadoon, las paradas de merchandising, las exposiciones. Los mismos que se dejan tan grande parte de su sueldo en los restaurantes, cafeterías, hoteles y hostales de Sitges -ninguno de ellos precisamente barato-. Los mismos que se patean las inmediaciones del Melià de arriba abajo en pos de una instantánea amable con esta o aquella celebridad...

Los mismos espectadores, en definitiva, que el pasado sábado tuvieron, tuvimos que asistir -ya es hora de que abandone un tono neutral que ninguno de los responsables del suceso merece- a un espectáculo deplorable, un acto vergonzoso de fascista neoliberalismo.

El asunto empezó por la mañana, el pase matinal de "Repo! The Genetic Opera!" se suspende, al parecer, porque el retraso acumulado había llegado a solapar horarios con la siguiente película a proyectar. La versión oficial pretende hacer creer que dicho retraso respondía a una imposibilidad por parte de la organización del Festival de garantizar la seguridad del estreno, esto es, de que nadie "grabara" la película para inmediatamente pasar a colgarla gratis en la Red. Otras versiones, no oficiales, eso sí, afirman que el retraso respondió a eso, en efecto, pero desde un punto de vista bastante más prosaico: sencillamente todavía no habían llegado los detectores de metales con los que se pensaba "cachear" al público asistente, en busca de esa "videocámara terrorista" que había de piratear el estreno. 

Ya de noche, en el Auditori, guardando la cola del estreno de "Repo!", doce y media de la madrugada, la película estaba programada a la una, nos vienen dos voluntarias y nos comunican que no se permitirá el acceso a la sala con cámaras de fotos, y que éstas habrán de dejarse en consigna. Todos los móviles, por supuesto, deberán permanecer apagados. Esta peculiaridad, este prerrequisito, que yo recuerde, no se anunciaba en el programa. Si se me llega a avisar con antelación de este particular, por supuesto, se habrían metido su entrada y su ópera genética por el sitio oscuro y húmedo que yo me sé.

Pero está visto que la distribuidora de "Repo!" tiene al señor director del Festival Internacional de Cine de Catalunya cogido por los mismísmos. Después de una media hora de retraso sobre el horario previsto las colas comienzan a avanzar, y enseguida se confirman las peores sospechas. Las colas avanzan muy despacio. ¿Por qué? Porque la seguridad del evento está procediendo a despojar a todos los espectadores de sus cámaras fotográficas, haciendo apagar los móviles en su presencia, y "cacheando" al personal mediante detectores de metales. Por lo visto, hoy día, la integridad de una película es equiparable a la de un aeropuerto, un juzgado o una comisaría, tan grande es la paranoia que se ha instaurado en ciertas mentes más estrechas que amuebladas.

No obstante, no contentos con el infumable circo de los detectores, la seguridad a cargo del evento procedió también a registrar bolsos y mochilas en busca de "esas cámaras terroristas del Eje del Mal" que gritaban bien a las claras que todo asistente al Festival era un pirata y un delincuente a priori. Señor Sala, querido, supongo que ya está usted al corriente de que esos registros, en manos de quienes los llevaron a cabo, fueron poco menos que ilegales. Una total vulneración del derecho a la intimidad. Nos trataron como delincuentes cuando los delincuentes estaban siendo ustedes, nada menos.

Al final, entre pitos y flautas y venga meter mano en bolsa ajena, el público asistente, hasta las mismísimas narices, toma asiento, indignado y dispuesto a dejarse sentir, como creo que lógico y del todo comprensible. A estas alturas ya llevamos una hora de retraso sobre el programa: las dos de la mañana. Sale Gemma Ruiz a presentar la película, Ángel Sala en retaguradia, por si hay que sacar la artillería, y nada más abrir la boca la susodicha, el público empiez a silbar. Y aun, señores míos, silbaron poco. La afrenta requería bastante más. A mi tenor, de "hijos de puta fascistas" para arriba y quizá me estoy quedando corto. Suerte tuvieron de que el público del Festival Sitges sea bastante más educado que su organización.

Porque como si no hubiésemos tenido ya bastante vejación y suficiente atropello, en ese instante toma la palabra el señor Sala para acallar los abucheos y no se le ocurre otra cosa al buen hombre que pedir respeto... Un poco de respeto, eh!!! un poco de respeto!!!

Muy señor mío. El respeto, si alguien lo merecía, se lo había ganado, era el público, pero no, encima tuvimos que aguantar su legendario de natural malcarado, y además su soberbia. El señor organizador del Festival de Sitges en ningún motivo pidió perdón, en ningún momento se disculpó ante los asistentes por la suspensión del estreno aquella misma mañana, ni pidió disculpas por el retraso de una hora que ya llevaba aquella misma noche, como tampoco explicó a qué había venido la ignominia de los detectores y los registros de la entrada. No, señores míos, ante todo y sobre todo, un respeto para Gemma Ruiz, que la pobre ninguna culpa tenía de que los mandamases de "Repo! The Fascist Opera!" me tuviesen acongojadito...

Está visto que las cosas en este mundo cabrón están cambiando a una velocidad de vértigo. Ahora el consumidor ya no sólo no tiene ningún tipo de razón, además, adjunto al tiquet de compra, viene la imposición de que te bajes los pantalones y te dejes dar por el culo. 

Felicidades, señor Sala, el pasado sábado usted permitió que a los espectadores asistentes a la sesión nos la metieran doblada. Bravo. Bravo. De todos modos, hágaselo mirar, creo que se pierde usted algo; un problema de comunicación. Algo en el aire, en la lengua, en el agua. No sé. Creo que no ha captado todavía usted la esencia: Sitges, la ciudad, y Sitges, el Festival, son bastante más que eso...

Y desde luego ha demostrado usted que no está a la altura de ninguno.

 

‹‹Shangai Jim›› y su último saludo en el escenario

 

 

Probablamente éste no sólo será su último libro, también es el menos ballardiano de toda su bibliografía. El de Ballard fue siempre el territorio de la ficción y este Milagros de Vida pretendía ser una biografía, el relato, esta vez sí, veraz de su vida, o al menos de los momentos que el autor creyó decisivos en su vida. Y si algo le queda a uno claro después de leer este libro, esta autobiografía que no es una autobiografía, es que Ballard no es uno de esos escritores cuya vida se antoja más interesante que sus ficciones. Todo lo contrario. Ballard siempre fue un hombre normal, de aspecto incluso, si me apuráis, del todo ordinario, que albergó, no obstante, una de las imaginaciones más inquietantes y potentes de su tiempo. O tal vez fue al revés, una imaginación portentosa y visionaria encerrada en la carne y los años de un hombre de lo más corriente.

La imagen es chocante, la leyes no escritas del tópico y de la apariencia dictaban que el creador de las obscenidades psicótico-mécanicas de Crash debía ser -o al menos semejar- una especie de perturbado autodestructivo, de ojos desorbitados y mirada huidiza, al más puro estilo Charlie Manson, pero Ballard, más allá de sus ficciones, destacó por ser una persona discreta, volcado en su vida familiar.

El mayor interés de Milagros de vida sea seguramente ese, el de mostrarnos cómo ese hombre sencillo, en muchos aspectos superficiales quizá hasta anodino, pudo sacarse del magín libros tan perturbadores como Crash o La exhinición de atrocidades, al tiempo que luchaba por sacar adelante tres hijos sin madre -fallecida muy joven- en el marco de una Inglaterra sin rumbo, en busca de su identidad perdida tras la Segunda Guerra Mundial.

Digo que no es una autobiografía y creo que digo bien, su verdadera autobiografía -con ciertas licencias dramáticas- ya la escribió Ballard en dos volúmenes excepcionales, El imperio del sol y La bondad de las mujeres -ambos recientemente reeditados después de llevar algunos años agotados-, novelas de ficción a la par que bellísimos testimonios de vida. En este sentido, pues, Milagros de vida no nos ofrece prácticamente nada que no esté ya en esos dos libros -a excepción de su enfermedad y la sobria asunción de una muerte que sabe a la vuelta de la esquina-, erigiéndose más bien en una suerte de regalo -a sus tres hijos primero, a su pequeña legión de lectores después-; ese último saludo en el escenario antes del fin, cada día más próximo.

Milagros de Vida es un muy rápido repaso a los picos de un encefalograma que se sabe justo a un paso del abismo, los hechos y escenarios clave que derivaron en que Ballard acabase siendo el Ballard que efectivamente hemos conocido. Su infancia en Shangai y los años de reclusión en el campo de prisioneros japonés de Lunghua; su paso de la infancia a la adolescencia en medio del horror de la guerra mundial tuvo una importancial capital, siendo hasta tal punto así que el propio Ballard reconoce que toda su obra de ficción posterior no fue más que un intento subconsciente por recrear aquella época y aquellos lugares, Shangai, Lunghua, las penalidades y horrores que nunca dejó de sentir como su verdadero hogar. Motivo por el cual toda su vida posterior, ya en Inglaterra, fue la de un exiliado que nunca encontró su lugar. Se trata del mismo desapego que le permitirá convertirse en un gran crítico para con la sociedad británica de la época, todavía atascada en los sueños de un imperio que se desintegraba por momentos, y atada siempre a las ridículas convenciones y lugares comunes de un modo de vida que apenas si había cambiado desde los tiempos victorianos, a pesar de dos guerras mundiales, inmersa en la Guerra Fría y la escalada nuclear.

"Me obsesionaba la conflictiva percepción que tenía de mi persona, y me animaba a pensar en mí mismo como un forastero y un inconformista de por vida. Seguramente eso me llevó a convertirme en un escritor dedicado a realizar predicciones y, si es posible, a provocar cambios. Creía que lo que Inglaterra necesitaba urgentemente era cambiar, y lo sigo creyendo".

Tambén tuvieron un peso específico notable su primera formación como estudiante universitario de medicina y su posterior experiencia como piloto militar de la RAF en Canadá, ambas esenciales para conformar la mente que años después diseñaría las pesadillas eróticomécanicas de Crash o escenarios desolados como los descritos en La sequía o Mundo de cristal. Destacan con luz propia sus vivencias en las salas de disección de cadáveres de la facultad de medicina, merced a las cuales descubrió hasta el último de los recovecos de la anatomía humana, mientras daba pábulo al pensamiento de que aquellos cuerpos sin vida, a su manera, seguían viviendo, sostenidos por el formol y las atentas miradas y aún más precisos cortes de los cirujanos del mañana.

"Los años que pasé en la sala de disección fueron importantes porque me enseñaron que, si bien la muerte es el final, la imaginación y el espíritu humano pueden triunfar sobre la propia disolución. En muchos aspectos, toda mi obra de ficción constituye la disección de una profunda patología que había presenciado en Shangai y más tarde en el mundo de posguerra, de la amenaza de la guerra nuclear al asesinato del presidente Kennedy, de la muerte de mi esposa a la violencia que sustentó la cultura del ocio de las últimas décadas de siglo. O puede que los dos años que pasé en la sala de disección fueran una forma inconsciente de mantener Shangai con vida por otros medios".

Otro suceso fundamental; la trágica muerte de su esposa, que provocará un cambo radical en el rumbo y los temas de la ficción ballardiana, alejándose de las catástrofes de ciencia ficcíón para adentrarse de lleno en la psicopatalogía de la sociedad de masas; llega el momento crucial, los años de La exhibición de atrocidades y la gran trilogía urbana: Isla de cemento, Crash y Rascacielos. Y mientras da forma a estas pesadillas de locura y aleación, Ballard se convierte en padre y madre de sus tres hijos, auténtico motor de su vida hasta hoy, esos "milagros de vida" del título, a quienes dedica las que serán sus última líneas.

En la década de los 80 Ballard alcanza fama internacional gracias al éxito de su novela sobre la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, gracias a la adpatación que de ella hizo Steven Spielberg. Jamás ha de tener tantos lectores como entonces, muchos de ellos, si no la mayoría, ni se asomarán al resto de su obra de ficción o bien saldrán de ella despavoridos, incapaces de asimilar que la misma pluma que firmó una noevela tan sutilmente bella como El Imperio del sol fuese también responsable de la mórbida y cuasi pornográfica violencia silenciosa que destilan todos los párrafos de Crash.

No obstante, más importante que cualquiera de sus éxitos, la posibilidad de volver a Shangai después de cincuenta años de ausencia se presenta como la última prueba antes de dar por concluido su periplo vital. Este reencuentro se produce en 1991, enmarcado en el rodaje de un documental sobre su obra, rodado por la BBC -al calor, ironías de la vida, de su éxito masivo con El Imperio del sol y su secuela, La Bondad de las mujeres-. Ballard regresa al hogar del que su mente nunca llegó a escapar, territorios físicos, la Shangai y el campo Lunghua actuales, que ya apenas corresponden con el mental del escritor. Pese a todo, la experiencia acaba siendo catártica.

"Shangai se había olvidado de nosotros, del mismo modo que se había olvidado de mí, y las destartaladas casas de estilo at déco de la Concesión Francesa formaban parte de un decorado abandonado que estaba siendo desmontado poco a poco (...) Diez minutos más tarde llegamos a las puertas del antiguo campo de Lunghua, el actual Instituto de Enseñanza Secundaria de Shangai (...) y todas las habitaciones se encontraban cerradas con llave salvo la antigua habitación de los Ballard, que ahora era una especie de basurero. Había un montón de desperdicios, cual recuerdos desechados, metidos en sacos entre los armazones de madera de las camas donde mi madre había leído Orgullo y prejuicio por décima vez y yo había dormido y soñado. El campo de Lunghua estaba allí, pero no estaba. Llegué al aeropuerto de Heathrow sintiéndome mentalmente herido pero renovado, como si hubera realizado el equivalente psicológico de un viaje de aventura. Me había acercado a un espejo, había aceptado que era real a su manera, y luego lo había cruzado hasta el otro lado. Los siguientes diez años se cuentan entre los más satisfactorios de mi vida". 

¿Cuántos lectores de Milagros de Vida se acercarán tras su lectura a un libro como El imperio del sol? Puede que unos pocos, es un libro tan bello como brutal, además de impecablemente escrito. ¿Y cuántos de estos se entregarían a Crash? Más que probablemente, unos muy pocos, lectores desprejuiciados y de miras tan anchas como un paraje desolado, con un altísimo componente de audacia en sus mecanismos psicológicos. Crash, a su manera, está tan impecablemente bien escrito y es tanto o más bello y brutal que el mejor de los textos ballardianos, pero requiere además un acto de fe por parte de lector, un salto al vacío, del otro lado del espejo, de imprevisibles consecuencias, al que no todos están dispuestos.

Ballard acaba aquí, pero el paisaje ballardiano no ha hecho más que comenzar...

El Apocalipsis es un plato que se sirve... a los cretinos

—¡Eh!, un momento… Tu jeta me resulta familiar.

—¿Sí?

—Sí…

—Vaya.

—¿Nos conocemos?

—No sé, yo soy Chufflo, ¿y tú?

—¡¿Qué?!

—Eso.

—Estás pirado, tío. Yo soy Chufflo.

—¿Sí?

—Sí…

—Vaya.

—¿Qué coño quieres decir con “vaya”, ¿eh? A mí no me jodas con “vayas”…

—Está bien.

—No obstante, he de reconocer que tu puta cara es mi puta cara…, y eso me cabrea.

—Ya te lo dije.

—¿Me dijiste qué narices?

—Que soy Chufflo.

—¿Y yo?

—Tú también.

—¿Y cómo coño se come eso?

—Los hadrones.

—¡¿Qué?!

—Hadrones.

—No sé de qué maldita cosa me hablas, tío.

—Bueno, los hadrones, cómo decirlo, son como…, bueno, van y vienen y eso, ¿no?, y…, luego…, perooo, no se ven, lo cual es toda una tocada de huevos…, por eso hay que sacarlos a la superficie, y bueno..., ya después todo se junta, aquello y lo otro y lo de más allá y bueno… En fin…

—¡¿Qué?!

—Tú quédate con un par de conceptos: envidia y complejo de inferioridad. Ahí está todo.

—Creo que te voy a dar un par de hostias, mano abierta, nada personal…

—Joder, tío, cualquiera diría que eres yo… Dios juega a los dados, ¿no?, ¿hasta ahí llegas?... Bien, pero el hombre ni siquiera es barro, ni tan siquiera lapo de los dioses, es caca, larva fecal; por eso tiene envidia, por eso mismo también complejo de inferioridad. Así que se pone a jugar a las canicas. Por despecho. Por cochino rencor. A ver si así lo manda todo a tomar por culo. Los hadrones son sus canicas, sus balas; la ruleta rusa de un niño pobre al que nunca compraron dados.

—¿Y entonces?

—Entonces nada, si tú estás aquí y yo estoy aquí es que se acabó la partida.

—Pues yo he quedado a las nueve con una piba del gentemessenger, es más fea que el pecado, pero dice que si le invito a marisco me la chupa.

—Te jodes.

—De todos modos no acabo de ver la situación.

—Un agujerazo negro.

—¿Negro?

—Del todo. Los hadrones se han petado el cacas entre ellos y ahora tu universo está abismándose sobre mi universo. Pero sólo puede quedar uno.

—¡Coño!, como en Los Inmortales...

—Más o menos.

—En ésa estuvo fino el Christopher Lambert, ¿eh?

—¿Lambert? ¿Quién demonios es ese hijo de puta?

—Ah…, claro, ya entiendo. El Agujerazo Negro.

—El mismo.

—Pero hay una cosa que no entiendo…

—(Díos mío…)

—Si es agujerazo y es negro, cómo es que todavía seguimos aquí tú y yo, dándole a la sin hueso.

—Bueno, en realidad es bien fácil, hay que partir de la certidumbre de que los físicos de tu universo no tenían repajolera idea de una mierda. A partir de ahí, bien, comencemos de nuevo: un agujerazo negro es como cualquier sumidero de este y cualesquiera otros mundos, o mejor, como un culo, un ojal de yack. Evacuar el intestino no es cosa de un nanosegundo, no señor. Ahora mismo tu universo es una enorme bosta de masa y energía, descolgándose morcillesca desde el orto hadronero hasta mi puñetera dimensión. Que alguien o algo tire de la cadena es sólo cuestión de tiempo.

—¿Y entonces cómo acaba la cosa?

—Uno de los dos debe comerse al otro.

—¿Quieres decir en plan antropófago, Humberto Lenzi y todo eso?

—No, sólo a nivel simbólico y molecular.

—Joder, qué putada… ¿Ya te dije que esta noche me la mamaban?

—Te jodes.

—Eres un cabrón.

—Lo sé.

—…

—(imbécil…)

—¿Sabes qué? Creo que me estás tangando, me quieres empapelar… ¿Cómo sé de verdad que eres Chufflo?

Soy Chufflo.

—A ver, demuéstramelo, cágate en todo…

—Mendiós!

—No, así no, pedazo de marica, así: MENDIÓS!!!

MENDIÓS!!!

—Mierda, pues sí que eres Chufflo.

—Te lo dije.

—¿Y no divergemos en nada?

—Sí, yo tengo un miembro viril de 27 centímetros de longitud, así como cierta dificultad para pronunciar la elle.

—Conque la elle, ¿eh?

—Esa misma.

—Di  “arroz con conejo”

—Arroz con conejo.

—¡Anda!, pues es verdad…

—(idiota…)

—¿Y entonces ahora qué hay que hacer?

—Nos la jugamos.

—¿A cervezas y salchichas?

—Lo siento, Bud Spencer todavía no ha nacido en esta dimensión, y su madre que se alegra, oye.

—¿Y entonces cómo?

—Ahora mismo no se me ocurre nada.

—¿Y por qué no un duelo de chorras? Tal vez sea cierto que te llega al ombligo, cabrón, pero yo la tengo como vaso de cubata.

—¿Como Nacho Vidal?

—Ah, pero conocéis aquí al Nachete…

—Es ministro de Sanidad.

—La hostia…

—De todos modos no puedes sacarte la minga en público, este universo es un estado policial.

—Joder… ¿Y entonces qué coño?

—Y digo yo, porque no nos vamos a tomar unas bravas al bar de la esquina, hacemos tiempo hasta que el chorongo se desoville y dejamos que él decida…

—Me parece una idea de putísima madre, tú.

—Pues vamos.

—¿Sabes?, creo que este puede ser el principio de una chuffla amistad…

—¿Querrás decir el final?

¡¡¡Ouch!!!

Le petit déjeuner

Despierto de un sueño demente a la par que lucrativo, en él, cada vez que desfilaba una tipa jamona ante mis ojos libidinosos, o bien albergaba en mis adentros perineales un pensamineto húmedo y casi tumescente, va y me salían los tres jackpots en la tragaperras de la duermevela, que acto seguido procedía a soltarme mil sonoras pesetas, en monedas de a cien de las de antes, cuando había rubias.  Me froto los ojos empegotados de legañas y me paso la diestra mano por la cabezorra, de atrás adelante, de alante patrás, como calibrando la resaca, gesto que no sirve para una mierda pero que es en sí mismo asaz peliculero a la par que chorras, y que únicamente se aprovecha en su ciento por ciento de inutilidad cuando lo alto de tu mollera culmina en frondosa cabellera de pelardos. Al final no me queda otra, tomar consciencia y mando de la situación: "¡Coño!, pero si sigo aquí...": la puta vida esta.

 

Desayuno café solo con almendras. Lo del café sólo observa su justificación en que el culillo de leche que me quedaba en el tetrabrick de la vaca rijosa está agrio, grumoso, como lefa frita de calor sobre el salpicadero de un simca 1000 abandonado en lo peor del desierto de almería, justo allí donde casi la casca el bueno de Eastwood, que de bueno nada, que era tan cabrón como el resto; la suerte que tuvo el tipo es que pasaba del metro ochenta. Lo de las almendras, en cambio, no tiene conexión alguna con que no me saliera de las pelotas comprar galletas ni madalenas ni tostadas con la mermelada ya untada de fábrica, lo último en chifladura alimentaria. Simplemente me gustan las jodidas, malditas, calóricas almendras. Así que las desayuno. Y punto.

 

Salgo. Bajo las escaleras. Una maruja haciendo la escalera, es decir, fregando la entrada del edificio, y cuando digo "maruja" lo que en realidad pretendo es precisamente esto: ahorrarme el tener que describir que es una analfabeta de pueblo, orillados los 50, escarola horrífera y teñida coronando su testa, cara de bolso, alma negra de mazapán carbonizado tras treinta o más años de trabajo cabrón y servil. Le piso el suelo recién fregado al pasar, qué remedio, pero ella no levanta la cabeza, sigue a lo suyo.

 

Pero mierda, me he dejado el móvil arriba, vaya por dios. ¿Debería subir? Nunca me llama nadie, es cierto, pero quién sabe. Miro la calle, hoy pintan bastos en el cielo... Doy media vuelta y subo: vuelvo a pisar lo fregado. Sin comentarios por sus partes.

 

Ya estoy de vuelta, móvil en el bolsillo. Nuevamente en la entrada y de nuevo mis huellas en el suelo húmedo. La chacha no chista mueca. De inmediato pasa la fregona sobre mis zapatos recién impresos por segunda vez en su barniz de lejía.

 

Pero, uy, me he dejado el cargador del teléfono y lo llevo con apenas un hilillo de batería. Debería recargarlo en el curro, por si aquello de que va y alguien se le rompe una tripa y del cielo llueven chuzos de puta -sí, leyeron bien, de puta, de PUTA y no de punta,-  y hasta, quién sabe, va y recibo una triste llamada...

 

Voy por él. Pasos que dejan huella los míos, todo un carácter mi menda. A la ida nada pero a la vuelta, quiero decir a la bajada, ya con el cargador en la bolsa, la mujerona me mira no sé bien si con odio o con asco, o con algo intermedio, monstruoso e informe, cruce contra natura de ambos, cuyo apelativo nominal me habría de entretener en buscar cualquier día de estos en el María Moliner.

 

Me piro, me piro, ya llego tarde veinte minutos, pero, uy... ay... ¡rediós!... que me entra, que me entra... que de pronto me estoy cagando almendras afuera, como puños de Mazinger, lo que se dice a base de bien. Me he puesto que rompo aguas y me viene de cabeza el truño grandón y retortijero.

 

Subo corriendo antes de que se me escape pierna abajo "la criatura" y, claro, vuelvo a pisarle a la pobre desgraciada el suelo bañado inundado en desinfectante barato..., pero bueno, pienso mientras asciendo escalones a ritmo de tres por zancada, mejor eso que dejarle allí plantado todo un señor Mojón, Rodin en potencia, ¿no?, todo él escultura perecedera, monolito apestador.

 

Lo hago. Me refiero a cagar. En mi casa. Mi inodoro. Luego tiro de la cadena. Floooossshhhhh... En el curro me crujen fijo, pero qué voy a hacerle si me viene de improviso el momento "olbrán". Bajo otra vez, todo descanso y cara de ancha felicidad, tan grande ha sido el muerto que me he sacado de encima. Me dejé vacío, talmente sin mierda en las tripas, que diría el Monterito Glez.  Ufff. Como éste ya se van viendo pocos...

 

Vuelvo a pisar: "¡¡¡¡Pero hay que ver que está el mundo lleno de hijos de la gran putaaaa, ehhhhhh!!!!... ¡¡Y no se acaban, no, no se acaban!!", pero claro, esto lo escribo yo así de bien y sin faltas porque soy un tío con educación y estudios y me falta sólo una desde hace tres años para ser licenciado, que la tía bestiaja me lo suelta más o menos de esta guisa: "Pero ay que vé questá er mundo yeno dihjo de la gran putaaaaaaa, eeeeeeee!!!!... y nosacabanno... nosacabannnn!!".

 

"Cuánta razón tiene usted, señora mía, no sabe usted cuánta", le respondo, pronunciado lo cual tengo a bien desaparecer por el resto del día. Y en verdad que razón no le faltaba a la bendita.

 

‹‹No Country for Old Men››: Para Viejos no sé pero Hijos de Puta sí había unos cuantos...

 

Para Dr. Acula, todo un No Blogger for Old Men

 

Hoy, en MaintreaM: "No es País para Viejos"

 

Josh Brolin, que, recordémoslo todos, fue el tonto que se dejó maniatar por los mocosos y estúpidos y goonies de Sean Austin y Corey Feldman, todo y que les sacaba dos cabezas, piensa que porque han pasado los años y está más cerca de la muerte él es más inteligente que entonces y nosotros nos hemos olvidado de que también se pegó el rijostio padre y estúpido y goonie yendo por mitad de la carretera montado en una minibici rosa de chica. En semejante pensamiento se entretiene cuando se encuentra con un montón de mexicanos muertos y reventados, y un montón de pasta y dice: "esto pa mi bodi, nenes", y se larga de allí, el muy hijo de puta, dejando tirado a un mexicanillo moribundo, pobre, que sólo le pedía agua...

Brolin que, como ya hemos dicho, es un poco bastante lelo porque, entre otras cosas, los genes no perdonan una y él, para más inri,tuvo una madre capulla y disléxica y goonie que soltaba lindezas del estilo de: "Como vuelvas sin tu hermano te voy a hacer el  hare krishna" -en lugar del semánticamente correcto "hara kiri" o "sepuku"-, piensa, en cambio, que es muy listo, el menda, porque la inteligencia crece como el bigote falso o la regalan con los cereales del desayuno, y cree firmemente que le dejarán quedarse con semejante morterada de pasta por su cara bonita -es un decir, claro-. No sabe que andan por ahí buscándola -la pasta, no su cara de asaltaestablos-, por un lado, unos mexicanos chingosos e hijos de puta -amigotes de los mexicanos desventrados e hijos de puta del anterior párrafo-; y por el otro, Javier Bardem, que es el más inteligente y listo de todos, el primero de la clase, vamos, ya que viendo que no le dieron el Oscar por hacer de intelectual comprometido -y homosexual- pensó que entonces seguro que se lo darían por hacer de asesino piscópata pirado hortera -e hijo de puta- de las narices. Y no se equivocó.

Pero eso ahora no viene a cuento, porque lo que interesa es que Brolin tiene la pasta que los mexicanos y Bardem quieren, de modo que tenemos un problema. Empieza la cacería. Los mexicanos le echan el chucho, que sí, también es bastante hijo de puta, o mejor dicho, hijo de perra, pero no lo suficiente, pues Brolin lo machuca de un tiro descerrajado en pleno cánido rostro mientras el perruco de marras se las daba de Supermán. Bardem, en cambio, que es una máquina de matar mucho mejor engrasada y además está por la causa global y ecológica, utiliza un pistolón de aire compimido que casi casi consigue meterle un balinazo por el cacas al bueno de Josh.

En éstas que aparece Woody Harrelson, que no sólo es otro hijo de puta más que se suma a la fiesta, sino que continúa teniendo la misma cara de cretino que ha tenido toda su puta vida -véase Cheers-. Pero Woody tampoco es ninguna lumbrera, sólo hay que echarle un vistazo para darse cuenta, y a Javier Terminator Bardem no le gusta nada esa cara de capullo que se gasta, de modo que así se lo hace saber, en forma de perdigonazo descerrajado en toda la jetorra. Un hijo de puta menos.

Pero, ya que hablamos de hijos de puta, curiosamente, no hemos hablado del Más Grande Hijo de Puta de esta Historia, que no es otro que el viejo y old men de Tommy Lee Jones, a la sazón Sheriff del lugar, que debiera, en teoría, intentar salvar la vida de los buenos y enchironar a los malos, pero el muy cabrón y cobarde -e hijo de puta-, con la excusa de me falta una semana para la jubilación,  lo único que hace durante toda la película es rascarse las pelotas, hacerse el despistado y apañárselas para llegar tarde a todos los tiroteos y así no tener que enfrentarse con nadie. Por eso los mexicanos hijos de puta del segundo párrafo se cargan al hijo de puta de Brolin, y mientras el Hijo de Puta de Tommy Lee Jones mirando...

Y Bardem se carga a la mujer de Brolin, la pobre -que era una santa, aguantó a la hija de puta de su madre y su puta lengua chismosa hasta que ésta la espichó de cáncer, y luego va encima y le paga el entierro y todo-, mientras Tommy Lee Jones mirando...

Y un conductor despistado -e hijo de puta- estampa su coche contra el Bardem por saltarse un semáforo en rojo, pero Bardem es más duro que el alcoyano, no estira el horrendo flequillo Pantén ni a la de tres, el muy hijo de puta, y mientras... el hijo de puta de Tommy Lee Jones mirando...

Y luego llega a casa y su mujer, que es la única que no es una auténtica hija de puta  -junto con la mujer de Brolin, que en paz descanse- porque le tiene a su maridito los huevos y el beicon y el café siempre a punto, y le pregunta: "Qué, cariño, qué tal el día...", a lo que Tommy Lee Jones, AUTÉNTICO Y VERDADERO HIJO DE PUTA, responde: "Hoy se me han escapado los malos por muy poco, cielo, pero verás mañana... me van a oír... mañana si les voy a dar bien por el culo..."

Y ya está, así terminó "No es País para Viejos", con un buen montón de hijos de puta menos pateando este cochino mundo, un Terminator más efectivo que Terminator en busca de peluquero, y otro viejo chochales cabrón, cobarde e hijo de puta, disfrutando de una jubilación inmerecida.

Un Barceló que se apaga...

Cada vez que el señor Miquel Barceló tiene a bien salir a las palestras para deslumbrar al personal con sus opiniones me apercibo de cuán antagónicas son nuestras posiciones respecto a lo que es -y debería ser- la literatura de ciencia ficción. Siendo hasta tal punto así que hace ya tiempo que albergo la sospecha de que para el señor Barceló el concepto "ciencia ficción" excluye por definición el de "literatura". Su última ristra de sectáreas -y milenaristas- declaraciones respecto al actual estado "del género" no ha hecho sino reafirmarme en dicho parecer; el de que a este señor lo que le pone en realidad no es la ciencia ficción en sí, sino -única y exclusivamente- "formar parte" de ella.

"En la historia de la ciencia-ficción hay épocas de vacas gordas y de vacas flacas. Ésta es de flacas. Es algo cíclico. Pero ahora es más serio, mucho más serio, me temo". No está mal para comenzar, ya de entrada suena a batallita del abuelo y al típico y tópico estas cosas con Franco no pasaban, que es lo mismo que decir que mientras yo fui joven y formé parte de la Guardia de Hierro las cosas estuvieron en su sitio, pero ahora que el futuro está en manos de las nuevas generaciones y escapa a mi alcance, no sé, no sé..., no sé cómo va a acabar esto. En catástrofe, lo más seguro... Parece talmente como si ahora que la mayoría de autores punteros de la Edad de Oro de la ciencia ficción han desaparecido, Barceló -ya talludito a su vez- pretendiera convertirse al tiempo en albacea testamentario y espoleta retardada sobre la obra y la memoria de toda una generación de escritores y una manera de hacer ciencia ficción, un algo así como decir, bien, vosotros ya os fuisteis, camaradas, yo mismo desapareceré muy pronto, pero vuestro recuerdo estará a salvo junto a mí, os arrastraré a todos conmigo al fondo de la tumba. Un arranque pueril y senil de gratuita nostalgia justo antes del abismo. Resulta de todo punto chocante en alguien que -en teoría- ha vivido y trabajado por y para la ciencia ficción que justo a estas alturas -sus postreras- nos salga con lo de que cualquier pasado fue mejor...

 

Enemigo Mío...

Hay en su discurso, no obstante, puntos mucho peores y más preocupantes que este vosotros los jóvenes ya no sabéis hacer las cosas, sin ir más lejos uno de los motivos que, según Barceló, explica la actual crisis de la ciencia ficción escrita: "La realidad deja obsoleta pronto cualquier predicción o hace ridículos los escenarios imaginados. Por eso una buena parte del género se dedica desde hace tiempo al futuro cercano, inmediato, más controlable, como hizo Gibson con Neuromante y como ha hecho el ciberpunk. El futuro lejano interesa menos (...) Hay un cambio cultural: creo que podríamos vaticinar la muerte de la ciencia-ficción por disolución en el contexto". En palabras del propio Jacinto Antón, a la sazón redactor del artículo -y la entrevista- de marras: "En general, la especulación parece haber perdido el sentido que tenía antes. El mañana está tan cerca que se come la ciencia-ficción". Casi ni me voy a manchar en rebatir semejante memez, porque es que no hay por dónde cogerla. Solamente añadir que, si uno quiere -y ahí está la diferencia esencial-, si uno quiere, como decía, no importa lo rápido que corra tu presente, el futuro estará siempre, como mínimo, a un horizonte de distancia. Ahora bien, si lo que quieres decir en realidad es que la imaginación de los escritores de hoy en día no está a la altura, o mejor, que no escriben la ciencia ficción que a ti te gustaría que escribiesen, bien, entonces pienso que hay mejores maneras de decirlo, formas más francas de expresarlo, más honestas, menos tramposas, y que, por lo menos, no te hacen quedar como un  idiota.

Precisamente porque -tal y como concluye el mentado Jacinto Antón- las nuevas generaciones son tecnológicamente las más punteras que ha habido nunca, debería ser al revés, los escritores de ciencia ficción con posibles deberían conectar más y mejor con ellas. Aquí el problema es muy otro y el propio Barceló se mete la viga en el ojo propio: "Si nos fijamos en los autores clásicos que mejor continúan funcionando, dentro de la crisis, son los de la ciencia-ficción más cercana, los de los mundos interiores, personales, obsesivos, muchas veces mundos enajenados, insanos, autores de los que atrae, más que la ciencia, la complejidad psicológica, muy interesante para la gente de hoy. Escritores como Philip K. Dick o Ballard. Significativamente, son autores que, como en el caso de Ballard, han ido saliéndose del género o creándose un lector propio". Ay amigo, ¡ahí te pica!, lo que pasa es que la ciencia ficción que tú defiendes ya no es del gusto de los que suben. He aquí la madre del cordero. Es la ciencia ficción dura la que tiene los días contados y es precisamente eso lo que te pone de los nervios. La ciencia ficción de las fórmulas químicas y matemáticas, de altos vuelos alfanuméricos, sólo apta para ingenieros y doctorados en física, la que está de capa caída, porque en el fondo, señor Barceló, ya desde mi primera lectura de su "Ciencia Ficción: Guía de Lectura", se me antojó usted un endogámico, un sectario y, por supuesto, un corporativista. Si por usted fuera -y en esto, creáme, exagero sólo lo justo para alcanzar la hipérbole- la ciencia ficción prescindiría de metáforas, elipsis, imágenes, personajes, simbología..., y observaría la justa y necesaria sintaxis para servir de apoyo a la interminable sucesión de ecuaciones, signos, números y demás álgebras.

 

La nueva edición de su Guía de Lectura es como ciertos Apocalipsis,

se anuncia y se anuncia, pero nunca llega...

De ahí que vaticine la muerte de la literatura de ciencia ficción, de la que, si por usted fuese, despojaría de toda "ficción" y -sobre todo- de toda "literatura". De ahí también que yo me atreva a decir que a usted lo que le interesa no es la ciencia ficción, sino formar parte de la ciencia ficción. No la ciencia ficción entendida como obra de arte, vehículo de expresión y comunicación, sino como gueto -gueto, además, de Varsovia, completamente en ruinas-, y cuanto más gueto y más destruido mejor, así aparecerán usted y los suyos ante el mundo como el último bastión, la vieja guardia que defendió el reducto hasta el último hombre.

Es la misma razón que explica su indignación ante el intrusismo: "La literatura digamos convencional se ha permeabilizado a los contenidos de ciencia-ficción de una manera que parecía impensable. Se han roto muchas barreras. Pasó con Criptonomicón, de Neal Stephenson, publicitado como libro para hackers y muy vendido. Se intenta con Spin, de Robert Charles Wilson (sobre un escudo misterioso instalado por unos alienígenas en torno a la Tierra), presentado como matrimonio entre la ciencia-ficción hard y la novela literaria y que ganó el Premio Hugo en 2006 (...) Pero la buena ciencia-ficción en última instancia pierde en esos formatos". La "buena ciencia ficción", que en su caso, señor Barceló, siempre es la ciencia ficción dura, tengámoslo presente. Qué peligrosos absurdos alcanza su sed de élite: el matrimonio entre la ciencia-ficción hard y la novela literaria como un formato menor, antes incluso de juzgar la calidad intrínseca de la obra. Otra más en su larga lista de porque síes. El único motivo que explica su histórico rechazo al mainstream -publicación de obras no de género por parte de autores de género- y al slipstream -publicación de obras de género por parte de autores no de género- es que dinamitan las fronteras de su querido gueto, de su amado género. Porque a usted ya le va bien que la ciencia ficción en general -y sobre todo en España- siga siendo ante todo género, sobre todo gueto, no sea que se le expanda el reino, se le caigan las fronteras y pierda su condición de pope del gremio, deje de ser el pequeño rey tuerto en el país de los gafapastas ciegos e irredentos.

 

Puta basura...

 

Le echa gran parte de culpa al mañana, que se nos echa encima -tremenda gilipollez- y al mestizaje entre géneros -que acabará con su amado y monolítico género-, y denuncia también que cada vez se lee menos: "el lector de ciencia-ficción típico es una persona interesada, en mayor o menor grado, en temas tecnológicos. Es una persona que pasa mucho tiempo en internet y ese tiempo ya no lo dedica a leer. Y está el audiovisual. El aficionado a la ciencia-ficción, al que siempre le han encantado las películas, encuentra un acceso ilimitado a ellas y a las series de televisión del género en la red, puede bajarse lo que quiera y verlo tranquilamente en casa. En referencia a la televisión, estamos hablando de muchas horas: las diez temporadas de Stargate SG 1, las cuatro de Stargate Atlantis, todos los capítulos de Battlestar Galactica, Star Trek... ¿Cuánto tiempo significa eso de recorte de lectura?". Interesante conjetura, aunque tan sesgada que sonroja, porque amigo mío, tal vez sí sea cierto que se lee menos, pero en todos los ámbitos, no sólo en el de la ciencia ficción. En contraposición veo que no incide usted en la que está sí está siendo una de las ruinas principales de la ciencia ficción y la literatura fantástica, y que sólo se da en estos dos géneros; la proliferación indiscriminada de franquiciados y sagas, de nula calidad tanto a nivel literario como anticipativo.

De las editoriales que inundan las librerías de subliteratura crematística y bastarda que ni siquieran merecen el -por otro lado honorable- calificativo de "pulp", usted, estimado señor Barceló, no dice nada.  De los muchos escritores -espoleados por los editores vampiro, cómo no- que se venden al mejor postor pergeñando inacabables y burríferas sagas, explotando ideas y universos que ya se agotaron en su primera o segunda secuelas, por la sencilla razón de que es mucho más fácil y rentable eso que buscar nuevos horizontes, usted, estimado señor Barceló, no dice nada, se calla la boca, muy probablemente porque editor como es, su parte de culpa tendrá en el asunto.

 

Más puta basura...

 

Le voy a confesar, de todos modos, por qué yo, que empecé leyendo ciencia ficción, me alejé de ella. Porque la mayoría de obras y autores que usted y gente que piensa igual que usted proponían como obras maestras estaban escritas con el mismísimo orto. Y yo, en oposición a usted, valoro primero la literatura -cómo me cuentan una historia-, después la ficción -qué historia me cuentan-, y en última instancia la ciencia -si la fórmula matemática es o no la correcta.

Por eso sigo volviendo a la ciencia ficción de cuando en cuando, porque pese a todo hay y seguirá habiendo cantidad de obras y autores que lo traigan por la calle de la amargura. De Ballard escribió usted que "en general, pese a su calidad literaria, sus novelas y relatos carecen de la amenidad que otros autores británicos como Aldiss y Brunner saben proporcionar a sus narraciones"; de Thomas Dish, "que sus últimas obras le caracterizan cada vez más como el típico escritor e intelectual neoyorquino dedicado a la ciencia ficción"; de Stanslaw Lem, que su obra "apela ante todo a la reflexión y al sentido crítico del lector, sin desdeñar el tono de parábola en muchos de sus relatos. Tal vez por ello ha superado claramente el ghetto de la ciencia ficción, y sus obras se editan actualmente fuera de colecciones especializadas"; de Philip K. Dick le resultó un tanto sorprendente y exagerado su éxito,"especializado en la irracionalidad de lo real en el seno de una literatura como la ciencia ficción, cuyos principales móviles parecen haber sido siempre la lógica y la racionalidad". Desde luego usted y yo estamos condendos a no entendernos...

La suerte para tantos de nosotros, que le enfrentamos, que no compartimos su elitista a la par que pobre canon, es que una vez la galaxia Barceló se haya apagado, la estrella de la "buena ciencia ficción", la de los escritores de raza y no la de los científicos de pluma accidental, seguirá brillando... 

 

 

Philip K. Dick, demasiado bueno para ser "barcelonista"...

-que los culés me perdonen el chiste barato. O no.

Spaghetti Flash Dance

Mucho más que su del todo obsesión por destapar menudas y del todo apetecibles tetitas para acto seguido rajarlas de medio a medio, inclusive el pezón; más que sus escenas de interior, feúchas e inacogedoras como un retrete de extrarradio; más aún que sus zombis descompuestos y llenos de tiernos y vibrátiles gusarapos; o sus detectives ojerosos y machucados del hígado, del buenazo de Fulci lo que mola es su total carencia de simpatía por la inocencia en general y el ser humano en particular. No importa lo guapo o ingenioso, lo grácil, lo esbelto..., si eres el bueno de la película con Lucio pillarás. A Lucio habrá que agradecerle siempre que hasta a los canarios les fuese vedada una muerte natural.

Hijoputismo sin Cuartel 

Y eso que jamás lo dirías, viéndolo actuar en la pantalla, que esa pinta de bonachón encierra semejante espíritu cabronazo y malnacido, sobre todo si lo ves en su cameo en Murder Rock, que sale además sin las sempiternas gafas de pasta y parece aún más cándido e inofensivo, más como ginecólogo chistoso en una de Bud Spencer y Terence Hill.

"Ya te dije que lo hice sólo por dinero, nena..."

Pese a todo Murder Rock, también conocible como el sueño húmedo de aquella noche de verano, cuando aluciné que le cortaba las tetas a Jennifer Beals, es uno de los puntos más bajos de su carrera, una infumable exploitation sin casi pies y ninguna cabeza cuyo videado sólo recomendaría a aquellos frikópatas que todavía no han alcanzado la treintena, a quienes les quedan aún más días en el debe que en el haber, y que podrían por tanto -sólo tal vez- permitirse el lujo de dilapidar algo de su tiempo en tamaña desnatada basura, polo negativo de una de las grandes gestas del director romano dentro del celuloide perverso -y pervertido-, New York Ripper, auténtico cenit del sadismo gratuito y nefando. 

Con este Fulci te ríes poco y mal y no te escalofrías nada de nada. Apenas dos o tres planos de despelote, un asesinato demasiado chic -ensartamiento de teta mediante alfiler sombrerero-, así como varios contoneos pélbicos más bien poco briosos, nada pueden contra una banda sonora machacona y repetitiva y un ciclostilado esquema argumental, más baqueteado que las anginas de Jenna Jameson. En su descargo, que el meollo del asunto, las envidias y aspiraciones de los futuros danzantes y bailongos, como ya hemos comprobado en nuestras propias carnes merced a la puta tele, es un contexto que produce más asco que otra cosa y de ahí, supondremos, la falta de pulso del maestro, al que quiero imaginar consultando la hora después de cada toma.

Aunque precisamente por eso, porque los triunfitos y los fameros son tan profundamente asesinables echas en falta al auténtico Fulci y lo que éste hubiera hecho con sus higadillos. Cada uno a lo que fue lo suyo, coño, que para giallos con denominación de origen ya teníamos al puto Argento...

Ejemplo Práctico de Acupuntura Fulciana

63 años después...

 

"Un soldado japonés que patrullaba el camino de entrada se acercó y cruzó la hierba, mirando a Jim. Fastidiado por la cantinela, estaba a punto de darle un puntapié con la bota gastada. Un resplandor inundó entonces el estadio, fulgurando sobre las graderías del sudoeste como si una inmensa bomba americana hubiese estallado en alguna parte, al noroeste de Shangai. El centinela vaciló, mirando por encima del hombro cuando la luz se hizo más intensa. Pocos segundos más tarde se desvaneció, pero una pálida claridad cubría ahora todo el estadio, los muebles robados, los coches detrás del arco, los prisioneros sobre la hierba. Estaban en el interior de un horno calentado por un segundo sol.

Jim se miró las manos y rodillas blancas, y observó el rostro flaco del soldado japonés, que parecía desconcertado por la luz. Ambos aguardaban el estruendo que seguía al relámpago de las explosiones, pero un silencio ininterrumpido cayó sobre el estadio y sobre la tierra circundante, como si el sol hubiese parpadeado, desanimado durante unos pocos segundos. Jim sonrió al soldado japonés; sintió el deseo de decirle que aquella luz era una premonición de la muerte, la visión de un alma pequeña que se unía a la gran alma del mundo agonizante"

J. G. Ballard

El Imperio del Sol

 

En picado

Esto es casi como ponerse a los mandos de una aeronave alienígena, quiero decir que sí, que sabes que te encuentras en la cabina del piloto -tal vez- y que el cacharro -en teoría- debería emprender el vuelo, pero poco más, del resto ni idea, los mandos se te antojan dildos para hembras mutantes recién salidas del invierno nuclear y los controles se alojan en tu cerebro como el esperanto de un universo paralelo. Y ahora que caigo, ¿a cuento de qué esta imagen? Será por lo de ayer, la caja tonta, minutos antes de irme a la piltra borracho de tedio, y Bruce Willis dentro del tubo catódico, repitiendo por enésima vez lo del aerotaxi made in Moebius, tal que si fuese un Spitfire...

El teclado es el de siempre, supongo. La pantalla también, o al menos eso quiero creer. Pero mis dedos, mis manos, todo yo convertido en Merrick, en elefante, hipopótamo, megalodon de dentadura postiza y branquias esclerosadas. Te sales aunque sean un segundo, un milímetro de tu trazada y estás acabado, porque te ves desde fuera y toda la absurda arquitectura mental que erigiste para sostenerte como significado en el mundo se desmorona. Le ves el envés a la trama y de ahí no hay Dios ni Graham Greene que te saque. Llegado a este punto todo acto, más aún el de la escritura, te parece forzado. Que cada nueva contractura es siempre la misma contractura. Y así todo lo demás, cada pálpito, cada palabra, cada incursión en picado sobre el maizal de la memoria. Hasta el ritmo intestinal parece atrapado en un bucle interminable. Y pese a todo, a medida que te sabes y te sientes réplica de réplica, caemos. Del primero al último. Todos. Porque si adaptamos Heráclito a los nuevos tiempos sigue pasando lo de siempre: nunca te bañará dos veces la misma radiación.

El verano es tiempo de costumbres reptilianas, dejarse de literaturas y mandangas: moverse más bien poco, más bien nada, y parapetarse bien a contemplar al personal paseando sus lorzas, casi todas ellas aberrantes. Días de beber todo lo que esté al alcance y dejar fuera de alcance cualquier pensamiento que comprometa más de dos bits de información. Y sobre todo muchos sueños pornogáficos, que aporten al ambiente la humedad que esos muslos y glúteos sobrealiemtados calcinan con su nada voluptuoso meneíllo infernal.

 

Una; Grande y Semifinialista

Intento abstenerme a este impulso que tira, me empuja a ponerme al servicio de algo tan transitorio, más perecedero que todas las frutas o los peces abisales. Pero yo también, me digo. También formo parte del invento, esa máquina inmoral. Todos, de hecho. Así que mi único modo de detonarla. Tal vez. Ha de ser por fuerza desde dentro. La servidumbre primero. El sabotaje después.

Esta página que ni siquiera es página, tiene de papel lo que el día de ayer tuvo de gesta, que es nada, como nada podrá, lo sé, contra todas las páginas que ayer se redactaron, de madrugada se imprimieron, y esta mañana, temprano, han comprado muchos más de los de costumbre. Y ya a estas alturas de día cuelgan de las paredes de los adolescentes o envuelven el pescado de comensales de más bien baja estofa. Semifinales al fin. Y en los penaltis. E Iker, pese a su olor de santidad, no ha de vivir para siempre. Hoy, más que nunca, y al menos todo lo que dure la vida hasta el jueves noche, España vuelve a ser la que fue, aquélla tan temible y de tan temibles mayúsculas, en la que no se ponía el sol.

Detrás de los titulares, como es de recibo, como ocurre con todos los sueños exógenos, lo que les falta de auténtico les sobra de manufacturado, una cifra: 16 millones conectados a la caja tonta, postergándose hasta el pitido final. Un récord. El récord.

La sombra de siempre. El cochino dinero... En este mismo instante, mientras leemos, los cálculos sobre la pizarra: semifinal; 17, 18 millones...; y la final, si la ganamos, dando por hecho que también a los penaltis; los 20 pelados. Nos quedarán la mitad, otros 20 ahí afuera, desconectados.

"Pues entonces está claro, habrá que empezar a pensar en sacarnos de la manga el Rollerbol..."

MicroPoemos de la Era PostNocillar, 2008

 

Lunes, 8

 

De todos es conocido, el domingo fue un día por entero dedicado al saberse ocioso, al tumbing, al mostrenco entrenar la habilidad digital para el mando a distancia. También de mucho pan con nocilla primero. Nocilla a palo seco después. Índice diestro —a la par que siniestro— rebañando los potes hasta dejarlos vidrio apto para reciclaje. Por eso el día siguiente, octavo de la ristra –lunes para más inri—, fue tan difícil. Pegado a la taza del inodoro en espera del Crucial Advenimiento, no se atrevió a abandonar la periferia del lavabo hasta haber finiquitado el prosaico Alumbrar. Tanta crema de caco con avellanas no podía acabar sino en hongo-bosta apocalíptica, pedorreta crepuscular, Gran Cagalera TermoNuclear. Hasta que al fin, cuentan las NeoEscrituras, se descolgó sumidero abajo la Destructiva Deriva —Untuoso Ñordo Chocolatero—, auténtico tsunami vengador de proporciones bíblicas, orillando además los 3000 y más Megatones de poder —y hedor— destructivo.

Y es por eso que el martes que siguió, noveno de la antigua cuenta, es conocido hoy como el Día 1, Zona 0, de la Era Post-Nocillar, y la Historia de la Entera Humanidad se resume en las ventipoco horas que dura un divino tránsito intestinal.

MicroPoemos de la Era Post-Nocillar, 2008

 

Ron Jeremy Strikes Back!

Nueva descarga de autobombo e impulsos felátricos, del todo egomaníacos, esta vez por partida doble:

 

Por un lado, la revista de creación artística y literaria, Dulce Arsénico, acaba de publicar uno de mis poemas, conque no dejen de pasarse por allí e inundarlos a comentarios, ya saben, por la causa y todo eso...

 

Y del otro, mañana día 13 se presenta en Tarragona el nuevo número de la Revista CaldodeCultivo, en la que un servidor colabora con humilde relato al efecto, a caballo entre la prosa poética de lo más críptico y la ciencia ficción mainstream y de estar por casa, no en vano el número en cuestión, bajo el meloso epígrafe de "Home, Sweet Home", está íntegramente dedicado al tema del Hogar y la Vivienda. Por supuesto, quedan todos invitados, más información sobre el evento, aquí.

 

Qué emocionante

 

pasar dos horas en un café

repleto de almas gritonas

inmerso en un buen libro

y que de pronto se te acerque

una tía buena

sonrisa increíble

al aire

cuarto y mitad de tetamen

y te pregunte

¿Está ocupada esta silla?

y tú respondas

No

aunque en realidad estés pensando

Mierda...

***

Qué emocionante

vivir aquí

habitar esta ciudad muerta

de reminiscencias penitenciarias

en la que puedes

-ojo al detalle-

poner el reloj

en hora

sólo con ver cómo todas

las cucarachas

de humanas extremidades

se encierran en sus agujeros

a ver la tele

inflarse de pitanza

y contar la calderilla remanente

del monedero.

***

Qué emocionante

volver a vender las horas

y las vértebras

a precio de usura

estar de nuevo en la rueda

machucante

del tengo un sueño

necesito dinero

y comprobar que no ha cambiado nada

que la turba apenas lee

pero sí en cambio compra más libros

que nunca

porque rellenan bien los huecos de los estanterías

en invierno aguantan el calorcito

dan lustre al apellido ante las visitas

y al fin y al cabo no se pierden gran cosa

pues los editores siguen a lo suyo

editando más basura

que letra

nunca en papel reciclado.

***

Qué emocionante

llegar a casa hecho una piltrafa

tras ocho horas de condena laboral

dieciséis de asco psicosocial

y tomar consciencia de que el buzón

vacío

es esa tan clara metáfora de una

vida

la tuya

que de puro hueca

insustancial

podría acabar

qué se yo

mañana mismo

por cáncer

por suicidio

o acceso despollante de botulismo

cartesiano

y que nadie el día después

lo sabes

-salvo tu jefe, quizá-

te iba a echar en falta.

***

Emocionante

escribir invectivas por la mañana

en esta sagrada media hora

de lucidez

que sucede al café con leche

y precede al alma engrilletada

los únicos treinta minutos al día

al año

que pueden aspirar a oler a algo

ligeramente similiar

a la victoria

y me doy cuenta

que podría seguir despotricando así

durante páginas enteras

pero que este aborto de poema

hace ya cinco versos que se me acabó...

Y encima voy a tener que cambiar el

maldito título

Más fea que Picio... o algo así

Hoy toca autobombo, ya aviso.

Hace unos meses descubría en mi correo una extraña a la par que emocionante propuesta. En pocas palabras, me pedían permiso para traducir al francés y publicar uno de mis relatos. Concretando, se trataba de Hougevy, o concretando más, de Gonzalo Navarro, español afincado en Francia desde hace años, y responsable del blog Hougevy.net, cuyo fin último es divulgar el castellano en el país vecino. Me pedía permiso para traducir y colgar en su blog un cuento relativamente antiguo de TannHäuser: “Feto Malayo”, otoño del 2006, época en la que lo pasé bastante mal, en el aspecto emocional, pero sobre todo en el físico...

Teniendo en cuenta cómo está la red, cómo ha estado siempre, de hecho, a reventar de anónimos amigos de lo ajeno, con poco o ningún escrúpulo para pasarse por el forro de los innombrables la propiedad intelectual, que te cogen los textos, abusan del copia y pega y, a lo sumo, muy de vez en cuando, tienen el detalle de hacer constar tu nombre en lo más bajo y desapercibido del escrito, pero de avisarte nada de nada -ya mucho menos pedirte permiso-; acabas siento tú quien te encuentras de sopetón con el hurto hijoputesco, el día menos pensado, mientras navegas plácidamente las procelosas aguas de Gúguel, la actitud y las formas de Gonzalo son del todo encomiables. Y yo se las agradezco, cómo no podía ser menos. Saber que un texto propio le gustó lo suficiente como para querer tomarse el tiempo y el esfuerzo de traducirlo y subirlo a su web, significa mucho.

Y bueno, después de unos meses de espera, al fin ya puedo decir con todas las letras que soy un autor traducido a lengua extranjera. “Feto Malayo” ya está en portada de Hougevy.net. Podéis echarle un vistazo...

He intentado traducir como buenamente he podido, tirando de mi francés oxidado y de estar por casa, la introducción que Gonzalo me dedica. Dice, más o menos, salvando pequeñas distancias, lo siguiente:

Algunos lectores del blog ya han descubierto las numerosas nuevas traducciones. La larga inactividad de su responsable no era más que aparente: estaba ocupado traduciendo los textos y poniéndose en contacto con sus autores... (¡curioso que hable de sí mismo en tercera persona!).

Para aquellos que hayan decidido seguir volviendo aquí, coincidiendo con su visita, aprovecho para reemprender la primera persona y presentaros como merece uno de esos textos traducidos.

Hoy quiero haceros partícipes del universo de Javier Iglesias Plaza. Su texto, Feto Malayo ("Fea como un piojo" en traducción literal, o "Más fea que Picio" en versión libre, obviamente el título original era intraducible), es una forma que aprecio particularmente: en pocas líneas, sin una palabra de más, nos ofrece una instantánea de la complejidad de las relaciones humanas, un instante «cristalizado», un «precipitado», como tal vez lo calificarían los lectores de formación científica, donde la imaginación del lector es primordial. Aquí cada uno debe hacer su trabajo de lector; el autor ya ha hecho el suyo, que no es precisamente el de servirnos de lazarillo.

Y después, por supuesto, está el sentido del humor, no entendido como el glaseado que adereza un pastel (o la cereza que lo culmina), sino como uno de sus ingredientes indispensables, el que le proporciona ese sabor.

Buen provecho.

 

 

Como podréis comprobar, el relato completo, en versión bilingüe, se puede leer aquí.

Y una sucinta nota biográfica y sin abuela, escrita por mí mismo para la ocasión, pinchando aquí.

Así que ya sólo me queda agradecerle a Gonzalo la oportunidad que me ha brindado -una vez más y esta vez en público-, así como aplaudir su iniciativa. Y a los que dispongáis de un francés aceptable, recomendaros que le deis una oportunidad a Hougevy.net, echadle un vistazo a los textos de otros autores en lengua castellana que lleva traducidos hasta ahora.

Pirañas no nos da el mar

El niño, que todavía no sabía que de mayor tendrá que odiar a su madre por haberlo maldecido con semejantes genes de Bud Spencer, saltó la cerca -es un decir, por descontado- y fue como si volviesen a andar jodiéndonos con lo de Jurassic Park: blam; y el vasito... BLAM; y el vasito... !BLAM!; y el vasito de agua dichoso, primer plano, mi nombre es Spielberg y molo un huevo, ¡alabádme turba!... Cada una de sus zancadas, y aquí es de recibo avisar al respetable que hemos vuelto al niño que todavía no sabe que de mayor querrá asesinar a su madre por haberle regalado esos perpetuos mofletes a lo Dom DeLuise, se dejaron sentir como un ensayo de Richter, allá en lo bajo de la máquina de cambiar mapas del mundo. Y lo vi venir así, corriendo, sí,  pero casi casi a cámara ultralenta en los posos de mis percepciones, no en vano cada pliegue de flaccidez cárnica volante a lo ancho de su cintura bien parecía levantarse lo menos medio metro en cada golpe de cadera, porque es que con aquel sobrepeso infantil y macdoneril tampoco a mucha velocidad es que pudiese tirar. Y feliz, el cabroncete, vaya si venía feliz, que por un instante hasta me pareció ver tatuado en su pensamiento, en forma de bocadillo comiquero, todo un señor desayunar huevos fritos y panceta, amén del paquete de bratwurst de emergencia, reglamentario en cualquier estómago de chaval que aún no sabe que de mayor no podrá ser astronauta porque a mamá le importaba tres cojones que África pasase hambre y a papá le importaba otros tres cojones -van tres pares- que mamá le estuviese arruinando el futuro al mochuelo a base de inducida bulimia. Empecé a elucubrar interna y mentalmente los más audaces modos de acabar con aquella jovencita mole de grasa bailoteante, pues mis pujos por luchar en favor del Bien y del bien de la Hominidad siempre han sido proverbiales, preguntad a cualquiera y os dirá... Puse tanto empeño e ingenio en semejantes maquiavélicos planes como mala leche y peor bilis juntaletras he invertido en diseñar las más inacabables oraciones arruinapaciencias para este postio bastardo que confío no tardéis, amados lectores de la chuffla visicitud, en tirarme a la mochera. Podría ser tan sencillo, me dije -y he aquí que volvemos a tener de nuevo a nuestro entrañable esclavo del bollicao en escena, que lo sepáis-, tan sencillo pudiere ser, decía, como sacar allí mismo la pipa y dejar que se acercase unos metros más, acertarle en pleno plexo solar y luego fin, se acabó el aspirante a Piraña. O bien podría lanzarle mi bumerang-katana tipo Mad Max y rebanarle esa oronda cabezota de un certero lanzamiento. Aunque quizá mejor esperar a que llegase a mi altura, ingenuo, confiado, pobre de él, sacar la faca y ¡Ras!, pincharlo bien, cierto, así mismo, aunque el riesgo de quedarme varado en océanos de hipergrasa sin llegar a tocar ningún órgano vital fuese más que virtual. ¿Qué hacer?, ¿qué hacer? Blam, BLAM, ¡BLAM! ¿Qué hubiese hecho el moñosón de Sam Neill en mi lugar?... ummm... "Papá, papá... arf.... me ha dicho la... arf... arf... larrf... la mama que... arrf... arrrfspk (lapo involuntario escupido entre dientes a la venerable figura paterna, pocos metros a mi diestra)... que si me acababa todo el almuerzo me acompañarías a comprarme un heladooo...". ¡PLAS! (hossstia padre y paterna) "Calla niño y deja ya de tragar como un cerdo questás mu gordoooo".

Ay rediós, y pensar que nos quedan aún 28 años para el Apophis, aquí, aguantando mecha...

Shyamalan me paga royalties

Era mediodía y el cielo amenazaba una de esas lluvias tan frecuentes por estos lares, meliflua y sin arrestos; aquí llueve poco y además sin cojones, por eso la gente tiene la cara que tiene, de ruina obsoleta y naufragio achaparrado, y por eso mismo los frenopáticos, llenos, no dan abasto, como la cola del pollo asado dominical.

Recién salía de la peluquería del Armando, tipo que no tiene un pelo de tonto, calvoteras como yo, pero que a diferencia de este servidor que os habla de retrasado sí tiene un poco, un mucho diría yo, hasta el punto que no sé cómo los hay que osan darle la espalda, a él y a sus tijeras, y encima pagando. Me gusta ir de vez en cuando allí a darle la murga y sacarlo de sus casillas, por ver cómo empieza a temblarle el pulso cuando le llevo la contraria, y una vez llegados a ese punto ya solito me entretengo y paso la mañana la mar de feliz contando los sucesivos trasquilones y tijeretazos en la nuca. Esta vez el asunto trajo polémica. Yo le dije, Armando, ¿ya sabes que C3PO es maricón?... ¡¿Nhguéeee?!... Que sí, moñardón del todo, te lo digo yo, tío, que lo he leído en el último número de la Quo... ¡¿Nhguéeee?!... Y a partir de allí venga, dale, yo que sí, que sí, venga insistir, y el Armando venga "nhgue gno", "¡nhgue ghnoooo!", venga temblor de tijera y subsecuente trasquilón... La suerte que tiene es que soy buena persona, en el fondo, y sólo voy a tocarle la moral martes y jueves, que es cuando vienen a arreglarse el flequillo los locos y aberrados del municipio, se los mandan directo y en régimen de convenio desde la loquería cercana, y así, estando todos en general más pallá que pacá, nadie se queja, todo queda en un quítame allá esos pelos y yo me echo unas risas.

Había dejado al Armando hecho todo una hidra, como digo, gritando a los cuatro vientos con su apenas inteligible articulación marciana que C3PO tiene un señor rabaco del quince que sólo zampa conejo, cuando todos los relojes, hasta los de la cola del pelotón, decían que ya habíamos dejado atrás la una del mediodía. Yo caminaba hacia casa sosegado y a envidiable ritmo cuando de un solar cercano me vinieron ruidos extraños. Era un pedazo de tierra triangular y esquinada, no llegaría a los cuarenta metros cuadrados, metido a la fuerza y sin lubricante entre dos bloques de edificios de cinco plantas. En breve algún constructor sin escrúpulos tenía previsto meter allí sus excavadoras, sus grúas, sus peones y encofradores arrasados, y amasar una morterada de pasta. Todo el perímetro había sido vallado.

Precisamente de allí procedían aquellos ruidos extraños, de detrás de una de las vallas metálicas, que se movía de atrás adelante como una ola, o mejor, como una arcada, una basca de vómito, talmente cual si un alien octavopasajero quisiera romper el costillar de hierro y salir a la calle a manducar transeúntes.

Me fui acercando, despacio. Poco a poco los ruidos innominados se convirtieron en sonidos guturales, después en cacofonías como eslavas o mantras untados en cristalería rota. La valla seguía bailoteando con violencia. Pensé en dos T-1000 forniciando tras la chapa. Me encontraba ya verdaderamente cerca. Entonces lo oí, justo al otro lado: “¡yack!”... ¿? Sí, eso mismo, ¿cómo?... Y acto seguido ¡la mano!, ¡aquella mano sin dueño surgiendo de los negros abismos de la valla!, ¡y luego la cabeza!, ¡la cabefza del dueño de la mano surgiendo de los sucios abismos de la valla! Di un respingo y retrocedí instintivamente. Me miró: “¡eh, tú!”. ¿Eh, yo?... Madre de Dios... Separó las dos secciones de valla e intentó pasar a través del hueco, parecía que iba a quedarse allí encajado hasta los restos. Hacía palanca con los brazos y arrastraba el cuerpo entre las hojas. Se estaba poniendo de un rojo preocupante. Apretados los dientes. Venas infladas en las sienes. La carótida pidiendo la hora: "¡¡¡awñjelrk!!!" Volvió a mirarme inyectado en vértigo. Otro respingo y otros tres pasos cobardes, cargadlos en mi cuenta... Su boca expelía criptogramas laríngeos fuera de toda sazón, sin duda, y eso ya giñaba, pero lo verdaderamente pánico eran sus ojos, que decían locura, gritaban dolor, chillaban enajenación... Al final lo consiguió. Escapó de la trampa: “¡¡¡Yieeehcht!!!”.

Empezó a sacudirse el polvo del traje -porque llevaba traje, oscuro, y con mucha pinta de muy caro-, comprobando si se había hecho algún siete. Zapatos, perneras, sisa, cintura, camisa, mangas, corbata; parecía que no. Todo en su sitio, su justo lugar. Del todo sorprendente. El tipo de tipo que a aquellas horas y en aquel preciso lugar era como un Picasso en la arena de un anfiteatro romano. Singularidad marijuana. Imposible lisérgico. Quimera peyótica. Torcí la mirada para comprobar si andaba doblado. Pero no. El tipo era todo un Kir Dúglas, auténtico Clar Gueibol, un Lincoln Continental del 63, lavado, encerado y listo para arrancar. Tieso y envarado como pértiga de medir onzas de oro negro. Mi sueldo de un año, tan sólo, en uno de sus zapatos.

Me apercibí tarde de que hacía media descripción que no me quitaba ojo de encima, y el que no me miraba parpadeaba como alas de mariposa huyendo de Nabokov... Yo a mí vez me quedé mirándolo y en blanco, reseteado, el culillo prieto. Silencio absoluto. Silencio opaco. Silencio obtuso. El palomo blanco de Blade Runner en vuelo picado, treinta metros por encima, sobre el orondo trasero de una paloma parda en estación de merecer... Y enseguida otra vez el ataque berserker. El Bar Lancaster de los Infiernos contorsiona la cara, encaja los dientes, desgañita los ojos, se gira y se lía a patadas y empellones contra la valla: “Quetequetequetequxrrrshxtriggerfghxxxxjjjj!!!!!!”... Acto seguido se da la vuelta y me señala: “¡Eh tú!, chico... ¡¡¡chicooo!!!, ven aquí anda, ¡échame una mano que estoy haciendo una casa para okupas!!!!”...

Salí de allí cagando leches: ¡Eh, chicooo!, ¡¡¡chicooo!!!, ¡no corras!, ¡ven aquí chicoooo!, ¡ayúdameeee!, ¡una casa para okupaaas, tíoooo!, ¡¡¡Chicooooo!!!, ¡No huyaaaas!... Ecos de golpes, patadones y sacudidas metálicas a mi espalda, más apagados cada segundo... ¡CABRÓOOON!, ¡¡¡CABRÓOOOOON¡¡¡... ¡NO CORRAAAS!... ¡¡¡VUELVEAQuíiiiiii,!!!... ¡¡¡¡hijoodEPUTAAAaaaaaaaaaa!!!!

Esta mañana, cuando he vuelto a pasar por el lugar, sólo un pedazo de tela negra enganchado en la valla y un pequeño charquillo de sangre seca en el suelo daban fe de que las drogas no han tocado mi organismo.

 

De Felinos y Hombres

Las cosas siguen donde estaban, al menos eso dictan las apariencias, que, lejanas a corroborar ese ya bochornoso decir popular, tú lo sabes, las más de las veces pasan que se las pelan sobre la verdad, eso cuando no la impactan directo, dinamitando su epicentro, barriendo toda posibilidad de hiperplasia.

La carta no llega porque nunca fue escrita, apenas un par de intentos fallidos, auténtica carne de papelera; el primero ante un café con leche mañanero, demasiado dormido yo, demasiado caliente él, y en general con poco hilo de tiempo ambos como para dilatarnos en inermes correspondencias; el segundo de madrugada, altas horas alienígenas ya lejanas en el calendario y aún más distantes en el ventrículo superior del cerebro, que es el reloj de alma, etéreo archivero mayor y aún injubilado de la memoria.

Te digo esto, a la par que enrocándome sobre mi indolencia, más que nada por estar notando en mis fueros cero impulsos tendentes hacia cualquier parte, incluso me atrevería a decir más: infinitos negativos, ese no-lugar de muerte inmortal que se nos esconde, por el momento, bajo el epígrafe que precede al epígrafe de los -273 grados. El cero absoluto del hoy será el frío negro de los que vendrán no sabemos cuándo, suponiendo, claro está, ingenuos y exógenos a toda beligerancia, que ése hipotético sea un mañana con tierra y mar y oxígenos por insuflar.

Hasta entonces el marasmo, la atonía inabarcable, sólo rota por el ajetreo de las colas de los gatos, que saben más que tú y que yo, probablemente también más que todos ellos, y por eso mismo permanecen silentes y adormilados, óptimos en el ahorro de energía cuando todo acto o barrunto es inútil; únicamente maullando y haciendo acto de presencia y de prestancia cuando ronronea el estómago o hierve la leche del saco escrotal, ya que las tiranías del estómago y la gónada son aún indisociables de todo absurdo cárnico basado en el carbono.

De todos modos, descuida, cualquier día de estos me levanto con ánimo homicida y no te extrañe que hasta me plante en tu casa con toda una declaración de los hechos de mi puño y letra, el cuchillo ensangrentado, y por supuesto el sello irrebocable, rebasando por muy poco los treinta céntimos, no más. 

Hasta ese entonces, descansa. Yo haré lo propio, acorde con mis porcentajes de cansancio y hastío. Será mañana un mañana sin sorpresas, seguro, ya que tenernos atentos y despiertos en lo venidero supondría una mínima posibilidad de plantar batalla por nuestra parte, y no hay demiurgo que no apueste sobre seguro, apalabrado y encamado bajo cuerda con la Gran Placenta Banca Prostituta del Universo Conocido.

Mierda de Perro(s)

Hola, buenos días... Buenos, buenos, qué le trae por aquí... Uff, verá, es que, es queee... uy perdóneme usted, que estoy un poco de los nervios, es la primera vez que vengo, sabeee... Entiendo, entiendo, tranquila mujer, no pasa nada... A ver... pues, pues, verá... esooo, pues queee mi, miii... peerro, pues... ¿De modo que su perro, eh?... Sí... ¡¿Y... dónde está?!... ¡Uy!, ¡UY!, ¡Uyyyyy!, qué barbaridaaad, me lo he dejado fuera, juju, ya ve usted, la costumbre, jiji, un momento, un momentito, ¿eh?, que ahora mismo lo entro, ay que ver...

Cagondiós...

Bueno, bueeno, ¡yastamos aquí!, ¿eh, eh?, aquí lo tiene, ¿aquésmonooo? mi peeerro, perrito bueno... Sí, ya veo... monísimo... Y tiene nombre su perro, o debo llamarlo simplemente... "perro"... No, nooo, qué va, jiji, qué cosas tiene usted, cachondo, claro que tiene nombre, clarooo, cómo no va a tener nombre mi perro, mi perrito bueno, con lo guapo que es mi perrooo... ¿Y bien?... Y bien qué... Su perro guapo... Qué... ¿Se llama?... ¡Uy!, uyuyuyuy, estooo, uf, uf, juju, qué cosas... un minuto, ¿eh?, que voy a hacer una llamada de nada, ¿eh?... Por favor, faltaba más, haga usted, haga... Oooyeee Borjaaa, que estoy aquí en el veterinariooo. ¿Cómo?... pues el médico de chuchos, tíooo, qué va a ser... Sí, oyeee, que se me ha olvidado cómo lo llamamos... ¿Cómo?... pues al chucho, tíooo, qué va a ser... ¡Jodeeer tíoooo es verdaaad ya no me acordabaaa!, jiji, pare que veas qué bien estoy de la cabezaaa... Bueno, te dejo, que tengo aquí a este señor esperando... ¿Cómo?... Juju... Cómo eres, tíoooo, va...¡vaaaa!... que te dejo... adiós... Hasta Luego... Ciao! Ciao!...

Ya sabía yo que éste iba a ser un día de mierda... 

Disculpe usted, eh, esta memoria mía... Ya...  pues lo llamo, esto, "Candy Candy"... ¿le gusta?... Pero... pero si este perro es un machazo, señora!!!... Uy, sí, ya lo sé, pero es que me gustaba tanto ese nombreee, y además es taaann mono, mi perro, mi "Candy Candy" precioso, ¿eh?, ¿eh?... Además si no le mira usted ahí no se da cuenta, ¿a que no?... ¿Ahí?... Sí, ya me entiende, hombre: "Ahí"... abajo, ya sabe... Ya... ya... Entiendo. Bueno, vayamos al grano que el taxímetro corre. A ver, qué le ocurre a su "Candy Candy": pulgas, garrapatas, vómitos... ¿se lame todo el rato los cojones? Usted dirá... Uy qué basto es usted, por dios... No, mi "Candy Candy" no hace nada de todo eso, no es ningún guarro mi perro, sepa usted, señor veterinario... ¿Y entonces?... Bueenoo, es que verá... se lo traje para ver si podía hacer algo respecto a lo de atrás... ¡¿Eh?!... Sí, hombre, no me sea corto, "lo de atrás", ya me entiende... ¡¿Pero de qué coño me habla?!... Pues eso, que MI PERRO HACE CACA, CAQUITA CALIENTE, sabe usted, y RECOGER SUS CAQUITAS ES ALGO ABSOLUTAMENTE ASQUEROSO... Está usted mal del capirote, en su casa ya lo saben, ¿no? No, nooo, yo no, a mí déjeme en paz, cíñase al perro, mi perro, "Candy Candy", sus popós, ya sabe... ¿Podrá usted hacer algo, verdad que sí? Andeee, dígame que sí, doctorrr...

 

Las palomas vuelan bajo los soportales

Vivimos una realidad ridícula y levógira, toda del revés y sin un primer agua que la aclare: las posibilidades de pillar buen cacho son nulas en la mayoría de casos ya antes incluso de nacer y sólo si tienes mucha potra consigues dejar este mundo con una sonrisa priápica en el careto. Esto, todo y que no venga muy a cuento, pretende venir a cuento de que todos estamos locos, en todas partes y no sólo en las grandes ciudades como ésta, que podría llegar a rebanarte los sesos con apenas proponérselo. El otro día abrí el correo y qué había: una proposición nada dextrógira, antes bien lo opuesto -casi tan a la contra como este mundo insano cuando te ha cogido ojeriza-, aunque quizá no tanto  sopesando cómo me he vuelto en última instancia, esto es, radical libre para con mis prerrogativas celulares... Debería haber aprendido ya la lección, estar harto de ser uno mismo y los demás y tantos otros, pero no sabría explicar por qué no pude alcanzar a decir basta. Simplemente acepté, lo que no debiera ser óbice para que este simple plano de existencia me diese menos asco, todo lo contrario. Y en ésas ando y persevero, aunque cabe señalar que los fines de semana con menos tensión que el resto de días, ya que los sábados los dedico íntegramente a la meditación trascendental y los domingos releo gozoso mis ejemplares de Creepy, Vampirella y Dossier Negro... En otro orden de cosas, el otro día una desconocida me regaló una mandarina, andaba yo abstraído contando sucias palomas en el parque. Estaba ácida a la vez que apetitosa, la muy cerda, pero me sentó la mar de bien, como la extraña que me la regaló, que tuvo un par de buenos polvos, incluso tres...